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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La casa de los celos / versos 551-898

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

Recuéstase REINALDOS, pone el escudo por cabecera, y entra luego ROLDÁN embrazado de el suyo
ROLDÁN: ¡Tantas vueltas sin provecho! ¿Dónde, ¡oh sol!, te tramontaste después que tu luz dejaste en lo mejor de mi pecho? Descúbrete, sol hermoso, que voy buscando tu lumbre por el llano y por la cumbre, desalentado y ansioso. ¡Oh, Angélica, luz divina de mi humana ceguedad, norte cuya claridad a nuevo ser me encamina! ¿Cuándo te verán mis ojos, o cuándo, si no he de verte, vendrá la espantosa muerte a triunfar de mis despojos? Mas, ¿quién es este holgazán que duerme con tal remanso? No hay quien no viva en descanso sino el mísero Roldán. ¿Qué es esto? Reinaldos es el que yace aquí dormido. ¡Oh primo, al mundo nacido para grillos de mis pies, para esposas de mis manos, para infierno de mis glorias, para opuesto a mis vitorias, para hacer mis triunfos vanos, para acíbar de mi gusto! Mas yo haré que no lo seas: sin que el mundo ni tú veas que paso el término justo, quitarte quiero la vida. Mas, ¡ay, Roldán! ¿Cómo es esto? ¿Ansí os arrojáis tan presto a ser traidor y homicida? ¿Qué decís, mal pensamiento? ¿Decísme que es mi rival, y que consiste en su mal todo el bien de mi tormento? Sí decís; mas yo sé, al fin, que el que es buen enamorado tiene más de pecho honrado que de traidor y de ruin. Yo fui Roldán sin amor, y seré Roldán con él, en todo tiempo fïel, pues en todo busco honor. Duerme, pues, primo, en sazón; que arrimo te sea mi escudo; que, aunque amor vencerme pudo, no me vence la traición. El tuyo quiero tomar, porque adviertas, si despiertas, que amistades que son ciertas nadie las puede turbar.
Échase ROLDÁN junto a REINALDOS y pone a su cabecera el escudo de REINALDOS, y luego despierta REINALDOS
REINALDOS: ¡Angélica! ¡Oh extraña vista! ¿No es Roldán este que veo, y el que del bien que deseo procura hacer la conquista? Él es; pero, ¿quién me puso su escudo para mi arrimo? Tu cortés bondad, ¡oh primo!, sin duda que esto dispuso. Bien me pudieras matar, pues durmiendo me hallaste, por quitar aquel contraste que en mi vida has de hallar; empero tu cortesía más que amor pudo en tu pecho, por la costumbre que has hecho de hacer actos de hidalguía. Mas, ¿si fue por menosprecio el dejarme con la vida? No, por ser cosa sabida que yo soy hombre de precio; y tú mismo lo has probado una y otra vez y ciento. No atino cuál pensamiento tenga por más acertado: si me deja de arrogante, o si fue por amistad; que tal vez la deslealtad vive en el celoso amante. ¡Oh¡ Si aquéste me dejase señero en mi pretensión, con el alma y corazón, ¡vive Dios!, que le adorase; pero si no, no imagines, primo, que por tu bondad dejará mi voluntad de seguir sus dulces fines. Y de aquesta intención mía no me debes de culpar, porque el amor y el reinar nunca admiten compañía. Seguramente a mi lado pudiste echarte a dormir, pues no se puede herir un hombre que es encantado; y así, la ocasión quitaste que tu sueño me ofrecía, para usar la cortesía de que tú conmigo usaste. Pero, despierto, veremos tu intención a dó se inclina; y si donde yo camina, pondré medio en sus extremos. Irá el parentesco afuera, la cortesía a una parte, si bajase el mismo Marte a impedirlo de su esfera. ¡Ah, Roldán¡ ¡Roldán, despierta!, que es gran descuido el que tienes, y más si, por dicha, vienes donde mi sospecha acierta. Toma tu escudo, y el mío me vuelve. ¡Despierta agora!
[Como soñando]
[ROLDÁN]: ¡Ay, Angélica, señora de mi vida y mi albedrío! ¿A dó se esconde tu faz que todo mi bien encierra? REINALDOS: Declarada es nuestra guerra, y perdida nuestra paz. ¡Roldán, acaba, levanta; destroquemos los escudos!
[Entre sueños]
ROLDÁN: ¡Con qué dulces, ciegos nudos me añudaste la garganta; la voluntad decir quiero, y el alma que te entregué! REINALDOS: ¡Si no despiertas, a fe que te despierte este acero, y aun te mate, pues me matas, ahora duermas, ahora veles! Estos intentos crüeles nacen de entrañas ingratas. Estoy por dejar de ser quien soy. ¡Acudid al punto, respetos, que está difunto mi acertado proceder! ¡Ansias que me consumís, sospechas que me cansáis, recelos que me acabáis, celos que me pervertís!
ROLDÁN despierta
ROLDÁN: Reinaldos, ¿qué quies hacer? REINALDOS: ¡Deshacerme, o deshacerte! ROLDÁN: ¿Quieres, primo, darme muerte? REINALDOS: Tu vida está en mi querer. ROLDÁN: ¿Cómo en mi querer? REINALDOS: Dirélo: no más de en querer decirme si vienes a perseguirme en la busca de mi cielo; si es tu venida a buscar a Angélica. ¿No me entiendes? ROLDÁN: ¿De saber lo que pretendes...? REINALDOS: ¡Acabarte, o acabar! ROLDÁN: ¿Tanto el vivir te embaraza, que tras tu muerte caminas? REINALDOS: Profeta falso, adivinas el mal que así te amenaza. ROLDÁN: Contigo las cortesías siempre fueron por demás. REINALDOS: Dame mi escudo, y verás como siempre desvarías. Si a París no te vuelves, verás también en un punto tu culpa y castigo junto. ROLDÁN: ¡Fácilmente te resuelves! Ni a París he de volver, ni a Angélica he de dejar. Mira qué quieres. REINALDOS: Cortar tu insolente proceder. ¡Desharéte entre mis brazos, aunque seas encantado! ROLDÁN: ¡Eres villano atestado, y quieres luchar a brazos! REINALDOS: ¡Mientes! Y ven con la espada, que, aunque seas de diamante, verás, infame arrogante, mi verdad averiguada!
Vanse a herir con las espadas; salen del hueco del teatro llamas de fuego, que no los deja llegar
ROLDÁN: Bien sé que anda por aquí, temeroso de tu muerte, mas no ha de poder valerte, tu hechicero Malgesí; que pasaré de Aqueronte la barca por castigarte. REINALDOS: Yo pondré por alcanzarte un monte sobre otro monte; arrojaréme en el fuego, como ves que aquí lo hago. ROLDÁN: No te deja dar tu pago tu hermano. REINALDOS: ¡Pues dél reniego!
Dice el ESPÍRITU de Merlín
ESPÍRITU: Fuerte Bernardo, sal fuera, y a los dos en paz pondrás.
Sale BERNARDO
BERNARDO: ¡Caballeros, no haya más! ¡Guerreros fuertes, afuera! REINALDOS: ¿Hate el cielo aquí llovido? ¿Qué quieres, o qué nos mandas? BERNARDO: Son tan justas mis demandas, que he de ser obedecido. Y es que dejéis la dudosa lid de tan esquivo trance. REINALDOS: Tú has echado muy buen lance, y la demanda es donosa. ¿Eres español, a dicha? BERNARDO: Por dicha, soy español. REINALDOS: Vete, porque sólo el sol ha de ver nuestra desdicha; que no queremos testigos más que el sol en la lid nuestra. BERNARDO: No me he de ir sin que la diestra os déis de buenos amigos. ROLDÁN: ¡Pesado estás! BERNARDO: Más pesados estáis los dos, si advertís. REINALDOS: Español, ¿cómo no os is? BERNARDO: Por corteses o rogados, vuestra quistión, por ahora, no ha de pasar adelante. ROLDÁN: Yo soy el señor de Aglante. REINALDOS: Yo, Reinaldos. BERNARDO: Sea en buen hora; que ser quien sois os obliga a conceder con mi ruego. ROLDÁN: Esa razón no la niego. REINALDOS: Este español me atosiga; que siempre aquesta nación fue arrogante y porfïada. ROLDÁN: Señor, pues que no os va nada, no impidáis nuestra quistión; dejadnos llevar al fin nuestro deseo, que es justo. BERNARDO: Aquése fuera mi gusto, a serlo así el de Merlín. ROLDÁN: ¡Oh cuerpo de San Dionís, con el español marrano! BERNARDO: ¡Mientes, infame villano! REINALDOS: A plomo cayó el mentís. ¡Afuera, Roldán, no más! ROLDÁN: ¡Deja, que me abraso en ira! ¿Qué es esto? ¿Quién me retira? ¿El pie de Roldán atrás? ¿Roldán el pie atrás? ¿Qué es esto? ¡Ni huyo, ni me retiro! REINALDOS: De Merlín es este tiro. BERNARDO: Pues yo haré que huyáis presto.
Vase retirando ROLDÁN hacia atrás, y sube por la montaña como por fuerza de oculta virtud
REINALDOS: ¡Por cierto, a gentiles manos te ha traído tu fortuna! BERNARDO: Manos, yo no veo ninguna; pies, sí, ligeros y sanos, y que os importa tenellos para hüir de mi presencia. REINALDOS: ¡Sin igual es tu insolencia!
Sube BERNARDO por la peña arriba, siguiendo a ROLDÁN, y va tras él REINALDOS. Sale MARFISA, armada ricamente; trae por timbre una ave Fénix y una águila blanca pintada en el escudo, y, mirando subir a los tres de la montaña, con las espadas desnudas y que se acaban de desparecer, dice
MARFISA: ¿Si se combaten aquéllos? Si hacen, ponerlos quiero en paz, si fuere posible. ¡Oh, qué montaña terrible! Subir por ella no espero, ni podré a caballo ir, aunque le vuelva a tomar; mas, con todo, he de probar el trabajo del subir. Bien se queda en la espesura mi caballo hasta que vuelva; nunca falta en esta selva o buena o mala ventura.
Sube MARFISA por la montaña, y vuelven a salir al teatro, riñendo, ROLDÁN, BERNARDO y REINALDOS
ROLDÁN: No sé yo cómo sea que contra ti no tengo alguna saña, ni puedo en tal pelea mover la espada. ¡Cosa es ésta extraña! BERNARDO: La razón que me ayuda pone tus fuerzas y tu esfuerzo en duda. REINALDOS: De Merlín es el hecho, que no hay razón que valga con su encanto; que, aunque fuera su pecho león en furia y en dureza un canto, si hechiceros no hubiera, nunca mi primo atrás el pie volviera.
[Sale] ANGÉLICA, llorando, y con ella el VIZCAÍNO, escudero de BERNARDO
VIZCAÍNO: ¡Pardiós, echóte al río! ¡Tienes Granada, bravo Ferraguto! ANGÉLICA: ¡Ay, triste hermano mío! ROLDÁN: ¿Por qué ese cielo al suelo da tributo de lágrimas tan bellas, si el mismo cielo se le debe a ellas? ANGÉLICA: Un español ha muerto a mi querido hermano; y es un moro que no guardó el concierto debido a la milicia y su decoro, y arrojóle en un río. ROLDÁN: ¿Quién es el moro? BERNARDO: Es un amigo mío. ROLDÁN: ¿Amigo tuyo? ¡Oh perro, tú llevarás de su maldad la pena! REINALDOS: Roldán, no hagas tal yerro; deja a mí el castigo. ANGÉLICA: Aquí se ordena mi muerte, y más desdicha si de los dos me coge alguno, a dicha. A esta selva escura quiero entregar ya mis ligeras plantas, mi guarda y mi ventura. BERNARDO: ¿Cómo, Reinaldos, di, no te adelantas a herirme con tu primo? Por la honra, la vida en poco estimo.
Sale MARFISA, poniendo paz y poniendo mano a la espada; [vase] huyendo ANGÉLICA
MARFISA: ¿Qué es esto? ¡Afuera, afuera; afuera, caballeros!, que os lo pide quien mandarlo pudiera; que, si no es que mi luz la vista impide, mirando esta divisa, veréis que soy la sin igual Marfisa. VIZCAÍNO: La puta, la doncella, se es ida. ROLDÁN: ¡Oh nunca vista desventura!; forzoso he de ir tras ella. REINALDOS: Yo sí; tú no. ROLDÁN: ¡Notable es tu locura! REINALDOS: No muevas de aquí el paso. ROLDÁN: No hago yo de tus locuras caso. REINALDOS: ¡Por Dios que, si te mueves, que te haga pedazos al instante! ROLDÁN: ¿Que a estorbarme te atreves, fanfarrón, pordiosero y arrogante? ¿Cómo te estás tan quedo? ¡Que no me tenga este cobarde miedo!
[Vase] ROLDÁN
VIZCAÍNO: Señor, déjale vaya; que pues no por allí, que por la senda quedan arriz, en playa poned a la dama. MARFISA: ¿Por qué fue la contienda? BERNARDO: Por celos sé que ha sido. Dime: ¿Ferraguto quedó herido? VIZCAÍNO: Bueno, puto, y qué sano. BERNARDO: ¿Con quién tuvo batalla? VIZCAÍNO: ¿Ya no oíste? Batalla con hermano de bella huidora, y pobre, y muerto, y triste, de moro enojo, brío teniendo, dio con él todo en el río, y queda aquí aguardando [.......] espaldas de montaña. MARFISA: Iréte acompañando, que quiero saber más de tu hazaña; que descubro en ti muestras que muestran que eres más de lo que muestras. Y advierte que contigo llevas a la sin par sola Marfisa, que, en señas y testigo que es única en el mundo, la divisa trae de aquella ave nueva que en el fuego la vida se renueva. [BERNARDO]: Haréte compañía subas al cielo o bajes al abismo. MARFISA: Tan grande cortesía no puede parecer sino a ti mismo, y, usando deste gusto, yo he de seguir el tuyo, que es muy justo.