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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La casa de los celos / versos 899-1196

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

JORNADA SEGUNDA

Sale LAUSO, pastor, por una parte de la montaña, con su guitarra, y CORINTO, por la otra, con otra

LAUSO: ¡Ah Corinto, Corinto! CORINTO: ¿Quién me llama? LAUSO: Lauso, tu amigo. LAUSO: ¿No miras? CORINTO: Algún árbol te encubre, alguna rama, o estás en el lugar donde suspiras cuando Clori te muestra el rostro airado, y en solitaria parte te retiras. Baja, si quieres, Lauso, al verde prado, en tanto que de Febo la carrera declina desta cumbre al otro lado. Cantaremos de Clori lisonjera, al pie de un verde sauce o murto umbroso, que pasa el pensamiento en ser ligera. LAUSO: Ya abajo; pero no a buscar reposo, sino a cumplir lo que amistad me obliga y a pasar a la sombra el sol fogoso; que en tanto que la dulce mi enemiga se esté fortalecida en su dureza no hay mal que huya ni placer que siga.

Bajan los dos de la montaña
CORINTO: Pesado contrapeso es la pobreza para volar de amor, ¡oh Lauso!, al cielo, aunque tengas cien alas de firmeza. No hay amor que se abata ya al señuelo de un ingenio sutil, de un tierno pecho, de un raro proceder, de un casto celo. Granjería común amor se ha hecho, y dél hay feria franca dondequiera, do cada cual atiende a su provecho. LAUSO: ¡Oh Clori, para mí serpiente fiera por mi estrecheza, aunque paloma mansa para un alma de piedra verdadera! ¿Que es posible, cruel, que no te cansa de Rústico el ingenio, que es de robre, y que el tuyo estimado en él descansa? CORINTO: Vuélvese el oro más cendrado en cobre, y el ingenio más claro en tonta ciencia, si le toca o le tiene el hombre pobre, y desto es buen testigo la experiencia. Pero escucha; que cantan en la sierra, y aun es la voz bien para dalle audiencia.
Canta CLORI en la montaña, y sale cogiendo flores
[CLORI]: Derramastes el agua, la niña, y no dijistes: "¡Agua va!" La justicia os prenderá. LAUSO: De aquella que el placer de mí destierra es el suave y regalado acento, y aun quien sus gustos el amor encierra. CORINTO: Escuchémosla, pues. LAUSO: Ya estoy atento. CLORI: Derramástesla a deshora, y fue con tan poca cuenta, que mojastes con afrenta al que os sirve y os adora. Pero llegada la hora donde el daño se sabrá, la justicia os prenderá. LAUSO: Bien es que la ayudemos: acuerda con el mío tu instrumento. CORINTO: Yo creo que está bien; mas, ¿qué diremos? LAUSO: Su mismo villancico, trastrocado, cual tú sabrás hacer. CORINTO: Los dos le haremos.
Canta CORINTO
CORINTO: Cautivástesme el alma, la niña, y tenéisla siempre allá; el Amor me vengará. Vuestros ojos salteadores, sin ser de nadie impedidos, se entraron por mis sentidos, y se hicieron salteadores; lleváronme los mejores, y tenéislos siempre allá; el Amor me vengará. LAUSO: Así, Clori gentil, te ofrezca el prado, en mitad del invierno, flores bellas, y cuando el campo esté más agostado; y que siempre te halles al cogellas con el júbilo alegre que nos muestra la voz con que se ahuyentan mis querellas; que esa rara beldad, que nos adiestra a conocer al Hacedor del cielo, en este sitio haga alegre muestra. Volverás paraíso aqueste suelo, y este calor que nos abrasa, ardiente, en aura blanda y regalado yelo. CLORI: Porque no es tu demanda impertinente, cual otras veces suele, haré tu gusto, que es en todo del mío diferente. CORINTO: Dime, Clori gentil, ¿dó está el robusto, el bronce, el robre, el mármol, leño o tronco que así a tu gusto le ha venido al justo? Por aquel, digo, desarmado y bronco, calzado de la frente y de pies ancho, corto de zancas y de pecho ronco, cuyo dios es el estendido pancho, y a do tiene la crápula su estancia, él tiene siempre su manida y rancho. CLORI: Con él tengo, Corinto, más ganancia que contigo, con Lauso y con Riselo, que vendéis discreción con arrogancia. Rústica el alma, y rústico es el velo que al alma cubre, y Rústico es el nombre del pastor que me tiene por su cielo. Mas, por rústico que es, en fin es hombre que de sus manos llueve plata y oro, Júpiter nuevo, y con mejor renombre. Él guarda de mis gustos el decoro, ora le envíe al blanco cita frío o al tostado, engañoso libio moro. Tiene por justa ley el gusto mío, y el levantado cuello humilde inclina al yugo que le pone mi albedrío. No tiene el rico Oriente otra tal mina como es la que yo saco de sus manos, ora cruel me muestre, ora benigna. Quédense los pastores cortesanos con la melifluidad de sus razones y dichos, aunque agudos, siempre vanos. No se sustenta el cuerpo de intenciones, ni de conceptos trasnochados hace sus muchas y forzosas provisiones. El rústico, si es rico, satisface aun a los ojos del entendimiento y el más sabio, si es pobre, en nada aplace. Dirán Corinto y Lauso que yo miento, y muestra la experiencia lo contrario, y Rústico lo sabe, y yo lo siento. LAUSO: Es gusto de mujeres ordinario, en lo que es opinión, tener la parte que más descubra ser su ingenio vario. Quisiera dese error, Clori, sacarte; mas ya estás pertinaz en tu locura, y en vano será agora predicarte. CORINTO: Así, pastora, goces tu hermosura, que me dejes hacer una experiencia; quizá te hará volver a tu locura. Verás, pastora, al vivo la inocencia de Rústico, el pastor, por quien nos dejas. CLORI: ¿Para qué es el pedirme a mí licencia? LAUSO: Paréceme que llega a mis or[e]jas de Rústico la voz. CORINTO: Él es, sin duda, que a sestear recoge sus ovejas.
RÚSTICO parece por la montaña
RÚSTICO: Mirad si se cayó en aquella azuda una oveja, pastores; corred luego, y cada cual a su remedio acuda. Dejad, mal hora, del herrón el juego. Aguija, Coridón. ¡Oh, cómo corre! ¡Quién quitara a Damón de su sosiego! Llegó; ya se arrojó; ya la socorre y la saca en los brazos medio muerta, y parece que un río de ambos corre. Esta noche tú, ¡hola!, está alerta, no venga, como hizo en la pasada, el lobo que la ca bra dejó muerta. Tú acudirás, Cloanto, a la majada del valle de la Enceña, y darás orden que estén todos aquí de madrugada. ¡Oh Compo! Tú harás que se concorden en el pasto Corbato con Francenio; que me da pesadumbre su desorden. CLORI: ¡Mirad si tiene Rústico el ingenio para mandar acomodado y presto! RÚSTICO: Tú acude a las colmenas, buen Partenio. Llévese de las vacas todo el resto al padrón de Merlín, y de las cabras al monte o soto de ciprés funesto. CLORI: ¿Parécenos de pobre las palabras que dice? CORINTO: Pues aquí, en esta espesura, te has de esconder, y mira que no abras la boca, porque importa a la aventura que queremos probar de nuestro intento, por ver si es suya o nuestra la locura. CLORI: Yo enmudezco y me escondo, y vuestro cuento sea, si puede ser, breve y ligero; que, si es pesado y grande, da tormento.
Escóndese CLORI
LAUSO: Corinto, ¿qué has de hacer? CORINTO: Estáme atento.

Rústico amigo, al llano abaja; aguija, que es cosa que te importa; corre, corre. RÚSTICO: Ya voy, Corinto amigo; espera, espera mientras que cuento un centenar de bueyes, y tres hatos de ovejas, y otros cinco de cabras desde encima deste pico do estoy sentado. ¿No me ves? CORINTO: ¡Acaba! ¿Haces burla de mí? RÚSTICO: Por Dios, no hago; mas yo lo dejo todo por servirte. Vesme aquí: ¿qué me mandas? CORINTO: Que me ayudes a alcanzar deste ramo un papagayo que viene del camino de las Indias, y esta noche hizo venta en aquel hueco deste árbol, y alcanzalle me conviene. RÚSTICO: ¿Qué llamas papagayo? ¿Es un pintado, que al barquero da voces y a la barca, y se llama real por fantasía? CORINTO: Desa ralea es éste; pero entiendo que es bachiller y sabe muchas lenguas, principal la que llaman bergamasca. RÚSTICO: ¿Pues qué se ha de hacer para alcanzalle? CORINTO: Conviene que te pongas desta suerte. Daca este brazo, y lígale tú, Lauso, y átale bien, que yo le ataré estotro. RÚSTICO: ¿Pues yo no estaré quedo sin atarme? CORINTO: Si te meneas, espantarse ha el pájaro; y así, conviene que aun los pies te atemos. RÚSTICO: Atad cuanto quisiéredes; que, a trueco de tener esta joya entre mis manos, para que luego esté en las de mi Clori, dejaré que me atéis dentro de un saco. Ya bien atado estoy. ¿Qué falta agora? CORINTO: Que yo me suba encima de tus hombros, y que Lauso, pasito y con silencio, me ayude a levantar las verdes hojas que cubren, según pienso, el dulce nido. RÚSTICO: Sube, pues. ¿A qué esperas? CORINTO: Ten paciencia; que no soy tan pesado como piensas. RÚSTICO: ¡Vive Dios, que me brumas las costillas! ¿Has llegado a la cumbre? CORINTO: Ya estoy cerca. RÚSTICO: Avisa a Lauso que las ramas mueva pasito, no se vaya el pajarote. LAUSO: No se nos puede ir, que ya le he visto. RÚSTICO: Pregúntale, Corinto, lo que suelen preguntar a los otros papagayos, por ver si entiende bien nuestro lenguaje. CORINTO: ¿Cómo estás, loro, di? "¿Cómo? Cautivo." RÚSTICO: ¡Hi de puta, qué pieza! Di otra cosa. CORINTO: "¡Daca la barca, hao; daca la barca!" RÚSTICO: Y aqueso, ¿quién lo dijo? CORINTO: El papagayo. RÚSTICO: ¡Oh Clori, qué presente que te hago! CORINTO: "¡Clori, Clori, Clori, Clori, Clori!" RÚSTICO: ¿Es todavía el papagayo aquése? CORINTO: Pues, ¿quién había de ser? RÚSTICO: ¿Hasle ya asido? CORINTO: Dentro en mi caperuza está ya preso. RÚSTICO: Desciende, pues, y véndemele, amigo, que te daré por él cuatro novillos que aún no ha llegado el yugo a sus cervices, no más de porque dél mi Clori goce. LAUSO: No se dará por treinta mil florines. RÚSTICO: ¡Ah, por amor de Dios, yo daré ciento! Desatadme de aquí, porque a mi gusto le vea y le contemple. CORINTO: Es ceremonia que en semejantes cazas suele usarse, que tan sola una mano se desate del que las dos tuviere y pies atados; con ésta suelta, puedes blandamente alzar mi caperuza venturosa, que tal tesoro encubre. Despabila los ojos para ver belleza tanta. Pasito, no le ahajes. Mas espera, que está la mano sucia; con saliva te la puedes limpiar. RÚSTICO: Ya está bien limpia. CORINTO: Agora sí. ¡Dichoso aquel que llega a descubrir tan codiciosa prenda! RÚSTICO: ¡Donosa está la burla! Di, Corinto: ¿es ése el papagayo? CORINTO: Éste es el pico; las alas, éstas; éstas, las orejas del asno de mi Rústico y amigo. RÚSTICO: ¡Desátenme, que a fe que yo me vengue!

Sale CLORI
CLORI: ¡Ah simple, ah simple! RÚSTICO: ¿Y haslo visto, Clori? Por ti la burla siento, y no por otr[o]. CLORI: Calla, que para aquello que me sirves, más sabes que trecientos Salomones. Di que se vista Lauso desta burla, o que compre Corinto algún tributo, o me envíe mañana una patena y unos ricos corales, como espero que podrás y querrás, con tu simpleza, enviármelos luego. RÚSTICO: ¿Y cómo, Clori? Y aun dos sartas de perlas hermosísimas. CLORI: ¿Compárase con esto algún soneto, Lauso? Y dime, Corinto: ¿habrá sonada, aunque se cante a tres ni aun a trecientos, que a la patena y sartas se compare? LAUSO: Eres mujer y sigues tu costumbre. CLORI: Sigo lo que es razón. LAUSO: Será milagro hallarla en las mujeres. CLORI: ¿Qué razones puede decir la lengua que se mueve guïada del desdén y de los celos? Tú eres la causa.
Entra ANGÉLICA, alborotada
ANGÉLICA: ¡Socorredme, cielos!

Si en vuestros pechos mora misericordia alguna! Hermosa y agradable compañía: en mí os ofrece agora el cielo y la fortuna, sujeto igual a vuestra cortesía; que, la desdicha mía sabida, me asegura que podrá enterneceros y al remedio moveros, si es que le tiene tanta desventura. CLORI: Señora, di: ¿qué tienes? ANGÉLICA: Sin tasa males, y ningunos bienes. Pero no estoy en tiempo en que pueda contaros de mi dolor la parte más pequeña; ni vuestro pasatiempo será bien estorbaros contando el mal que ablandará esta peña. ¿No hay por aquí una breña donde me esconda, amigos? LAUSO: Luego, ¿quies esconderte? ¿Quién podrá aquí ofenderte? Angélica Persíguenme dos bravos enemigos. CORINTO: ¿No somos tres nosotros? ANGÉLICA: Ni aun a tres mil no temerán los otros.