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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La casa de los celos / versos 1498-1802

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

RÚSTICO:             Niñazo le llamo yo,
                 pues ya le apunta el bigote.
                 No os burléis con el cogote.
                 ¡Mal haya quien me vistió!
[CUPIDO]:            No quiero que me hagáis,
                 buena gente, sacrificio,
                 y téngoos en gran servicio
                 la voluntad que mostráis;
                     y en pago quiero deciros
                 la ventura que os espera.
VENUS:           Harás, hijo, de manera
                 que den vado a sus suspiros.
[CUPIDO]:            Tú, Lauso, jamás serás
                 desechado ni admitido;
                 tú, Corinto, da al olvido
                 tu pretensión desde hoy más;
                     Rústico, mientras tuviere
                 riquezas, tendrá contento:
                 mudará cada momento
                 Clori el bien que poseyere;
                     la pastora disfrazada
                 suplicará a quien la ruega.
                 Y, esto dicho, el fin se llega
                 de dar fin a esta jornada.
LAUSO:               En tanto, Amor, que te vas,
                 porque algún contento goces,
                 de nuestras rústicas voces
                 el rústico acento oirás.
                     Corinto y Clori, ayudadme;
                 cantaréis lo que diré.
CLORI:           ¿Qué hemos de cantar?
CORINTO:                                No sé.
LAUSO:           Diréis después, y escuchadme.

                     Venga norabuena
                 Cupido a nuestras selvas,
                 norabuena venga.
                 Sea bienvenido
                 médico tan grave,
                 que así curar sabe
                 de desdén y olvido;
                 hémosle entendido,
                 y lo que él ordena
                 sea norabuena.
                 Quedan estas peñas
                 ricas de ventura,
                 pues tanta hermosura
                 hoy en ella enseñas.
                 Brotarán sus breñas
                 néctar dondequiera.
                 ¡Norabuena [sea]!

Mientras cantan, se va el carro de VENUS, y CUPIDO en él; y suenen las chirimías, y luego dice LAUSO
LAUSO: Vamos a nuestras cabañas a hacer nuevas alegrías, pues vemos en nuestros días tan ricas estas montañas; y si aquello que desea cada cual no ha sucedido, pues el Amor lo ha querido, decid: "¡Norabuena sea!"
[Dicen] todos: "¡Norabuena sea, sea norabuena!," y [vanse] y sale[n] BERNARDO y su ESCUDERO
BERNARDO: ¿Cómo no viene Marfisa? ESCUDERO: Detrás quedó de aquel monte. BERNARDO: Pues sobre ese risco ponte, y mira si se divisa. ESCUDERO: Ella dijo que al momento tras nosotros se vendría. BERNARDO: ¡Extraña es su bizarría! ESCUDERO: Y su valor, según siento. BERNARDO: A lo menos su arrogancia, pues la lleva sin parar a sola desafïar los Doce Pares de Francia; y tengo de acompañalla, que ya se lo he prometido. ESCUDERO: En negocio te has metido harto extraño. BERNARDO: ¡Simple, calla!; que siempre es mi intención buscar y ver aventuras. En París están seguras, si se traba esta quistión. Y veré dó llegar puede el valor de aquesta dama. ESCUDERO: Llegará donde su fama que a las mejores excede. BERNARDO: ¿Que se nos fue Ferraguto? ESCUDERO: Siempre, en cuanto hacía aquel moro, le vi guardar un decoro arrojado y resoluto. Después que mató a Argalía, y en el río le arrojó, al momento se partió. BERNARDO: Tiene loca fantasía. Mas dime: ¿no es el que asoma aquel gallardo francés de la pendencia? ESCUDERO: Sí es, y es confaloner de Roma. BERNARDO: ¿No es Roldán? ESCUDERO: Roldán es, cierto. BERNARDO: Agora quiero proballo, pues nadie podrá estorballo en este solo desierto. ¡Qué pensativo que viene! ¿No parece que algo busca? ESCUDERO: Todo el sentido le ofusca amor que en el pecho tiene. BERNARDO: ¿Cómo lo sabes? ESCUDERO: ¿No viste que la pendencia dejó, y tras la dama corrió, que allí se mostró tan triste? BERNARDO: ¡Ah Roldán, Roldán! ROLDÁN: ¿Quién llama? BERNARDO: Deciende acá y lo verás. ROLDÁN: ¡Oh Angélica!, ¿dónde estás? ESCUDERO: ¿Ves si le abrasa su llama? ROLDÁN: ¿Qué me quieres, caballero? BERNARDO: ¿No me conoces? ROLDÁN: No, cierto. ESCUDERO: Bien en lo que digo acierto: él es de amor prisionero. Haré yo una buena apuesta que está puesto en tal abismo, que no sabe de sí mismo. BERNARDO: ¿Hay cosa que iguale a ésta? ¿Que no me conoces? ROLDÁN: No. BERNARDO: Pues yo te conozco a ti. ¿No eres Roldán? ROLDÁN: Creo que sí. ESCUDERO: Mirad si lo digo yo. En "creo" pone si es él; ¡cuál le tiene Amor esquivo! BERNARDO: El estar tan pensativo nos muestra su mal crüel. ¡Ah, Roldán, señor, señor! ROLDÁN: ¿Habláis conmigo, por dicha? BERNARDO: ¡Ésta si que es gran desdicha! ESCUDERO: Como desdicha de amor. ¡Extraño embelesamiento! ROLDÁN: ¡Oh Angélica dulce y cara! ¿Adónde escondes la cara, que es gloria de mi tormento? El corazón se me quema, ¡oh Angélica, mi reposo! ESCUDERO: Deste sermón amoroso, esta Angélica es el tema. Parece que está en ser que puedes desafïalle. BERNARDO: Quisiera yo remedialle si lo pudiera hacer.
Parece ANAGÉLICA, y va tras ella ROLDÁN; pónese en la tramoya y desparece, y a la vuelta parece la MALA FAMA, vestida como diré, con una tunicela negra, una trompeta negra en la mano, y alas negras y cabellera negra
ROLDÁN: ¿No es aquél mi cielo, cielos? Él es, pero ya se encubre; pues, cuando él se me descubre es porque me cubran duelos. Tras ti voy, nueva Atalanta; que, si quiere socorrerme amor, puede aquí ponerme mil alas en cada planta. Mi sol, ¿dó te transmontaste, y qué sombra te sucede? Mas, bien es que en noche quede el que de tu luz privaste. BERNARDO: De aventuras están llenas estas selvas, según veo. ESCUDERO: Viendo estoy lo que no creo. BERNARDO: ¡Calla! ESCUDERO: No respiro apenas. MALA FAMA: Detén el paso, senador romano, y aun la intención pudieras detenella, si tras sí, en vuelo presuroso y vano, no la llevara Angélica la bella. ¿Mas tu consejo y proceder liviano así la entregas, que cebado en ella quieres que quede, ¡oh grave desventura!, tu clara fama para siempre obscura? La Mala Fama soy, que tiene cuenta con las torpezas de excelentes hombres para entregallas a perpetua afrenta, y a viva muerte sus subidos nombres. Mi mano en este libro negro asienta, borrando la altivez de sus renombres, los hechos malos que en el tiempo hicieron cuando de amor la vana ley siguieron. Aquí está el grande Alcides, no cortando de la hidra lernea las cabezas, sino a los pies de Deyanira hilando, con mujeriles paños y ternezas. Está el rey Salomón; mas no juzgando las diferencias faltas de certezas, sino dando ocasión por mil razones que esté su salvación en opiniones. Uno de aquel famoso triunvirato aquí le tengo escrito y señalado, cuando, a su patria y a su honor ingrato, cegó en la luz del rostro delicado. En mitad de la pompa y aparato del bélico furor, de miedo armado, los ojos vuelve y ánimo a la nueva Angélica egipciana que le lleva. Es infinito el número que encierran aquestas negras hojas de los hechos de aquellos que su nombre y fama atierran, porque amor sujetó sus duros pechos; y si tú quieres ser de los que yerran, aunque están los renglones tan estrechos, ancho lugar haré para que escriba tu nombre, y en infamia eterna viva.
Vuélvese la tramoya
ROLDÁN: Yo mudaré parecer, a pesar de lo que quiero. BERNARDO: ¿Conocéisme, caballero? ROLDÁN: Pues, ¿no os he de conocer? [Bi]en sé que sois español y que Bernardo os llamáis. BERNARDO: ¡Gracias a Dios que miráis ya sin nublados el sol! ROLDÁN: ¿Habéis estado presente al caso de admiración? BERNARDO: Sí he estado. ROLDÁN: ¿Y no es gran razón que yo vuelva diferente, siendo una joya la honra que no se puede estimar? BERNARDO: Verdad es; mas por amar no se adquiere la deshonra. ROLDÁN: No hay amador que no haga mil disparates, si es fino; mas, ya que he cobrado el tino, y sanado de mi llaga, mis pasos caminarán por diferente sendero.
[Sale] MARFISA
MARFISA: Bernardo, ¿no es el guerrero éste a quien llaman Roldán? BERNARDO: Él es. Mas, ¿por qué lo dices? MARFISA: Porque su fama me fuerza a probar con él mi fuerza, porque tú la solenices y veas qué compañero te ha dado en mí la fortuna. ROLDÁN: ¡No hay, cual Angélica, alguna en todo nuestro hemisfero! ESCUDERO: ¡Por Dios, que se ha vuelto al tema! ROLDÁN: Falsa fue aquella visión, y de nuevo el corazón parece que se me quema.
Aparece otra vez ANGÉLICA, y huye a la tramoya, y vuélvese, y parece la BUENA FAMA, vestida de blanco, con una corona en la cabeza, alas pintadas de varias colores y una trompeta
¿Has tornado a amanecer, sol mío? Pues ya te sigo. ESCUDERO: Poco ha durado el amigo en su honroso parecer. MARFISA: Bernardo, ¿qué es lo que veo? BERNARDO: Calla y escucha, y verás misterios. ESCUDERO: No digas más, que quiere hablar, según creo. BUENA FAMA: Pues temor de la infamia no ha podido tus deseos volver a mejor parte, vuélvalos el amor de ser tenido, en todo el orbe por segundo Marte. En este libro de oro está esculpido, como en mármol o en bronce, en esta parte, tu nombre y el de aquellos esforzados que dieron a las armas sus cuidados. Aquí, con inmortal, alto trofeo, notado tengo en la verdad que sigo, aquel gran caballero Macabeo, guía del pueblo que de Dios fue amigo. Casi a su lado el nombre escrito veo de aquel batallador que fue enemigo de la pereza infame, del que, en suma, puso en igual balanza, lanza y pluma. Tengo otros mil que no puedo contarte, porque el tiempo y lugar no lo concede, y porque yo le tenga de avisarte lo que mi voz con mis escritos puede. Della verás, y dellos levantarte sobre el altura que aun al cielo excede, si dejas de seguir del niño ciego la blandura y regalo y dulce fuego. Huye, Roldán, de Angélica, y advierte que, en seguir la belleza que te inflama, la vida pierdes y granjeas la muerte, perdiendo a mí, que soy la Buena Fama. Deben estas razones convencerte, pues Marte a nombre sin igual te llama, Amor a un abatido. En paz te queda, y lo que te deseo te suceda.
Vuélvese la tramoya
ROLDÁN: Bien sé que de Malgesí son todas estas visiones. BERNARDO: Pues dime: ¿a qué te dispones? MARFISA: De espanto no estoy en mí. Mal dije; de admiración, que espanto jamás le tuve. ROLDÁN: Corto de manos anduve con una y otra visión; si pedazos las hiciera, no me dejaran confuso; mas volverán, que es su uso asaltarme dondequiera. Respondiendo, pues, Bernardo, a lo que me preguntaste, digo que no hay mar que baste templar el fuego en que ardo. Y quedaos en paz los dos, porque ir de aquí me conviene. MARFISA: ¡Extremado brío tiene! BERNARDO: Dios vaya, Roldán, con vos. MARFISA: Vilo, y no puedo creello: tal es lo que visto habemos. BERNARDO: Por el camino podremos hacer discurso sobre ello. ESCUDERO: En fin: ¿vamos a París? BERNARDO: ¿Ya no te he dicho que sí? MARFISA: Yo, a lo menos. ESCUDERO: Por allí hay camino, si advertís. BERNARDO: Los caballos, ¿dónde están? ESCUDERO: Aquí junto. BERNARDO: Ve por ellos. ESCUDERO: Allá subiréis en ellos. MARFISA: ¡Pensativo iba Roldán!