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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La casa de los celos / versos 2193-2453

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

MARFISA:             Escúchame, Carlomagno,
                 que yo hablaré como alcance
                 mi voz hasta tus orejas,
                 por más que estemos distantes;
                 y denme también oídos
                 tus famosos Doce Pares,
                 que yo les daré mis manos
                 cada y cuando que gustaren.
                 Una mujer soy que encierra
                 deseos en sí tan grandes,
                 que compiten con el cielo,
                 porque en la tierra no caben.
                 Soy más varón en las obras
                 que mujer en el semblante;
                 ciño espada y traigo escudo,
                 huigo a Venus, sigo a Marte;
                 poco me curo de Cristo;
                 de Mahoma no hay hablarme;
                 es mi dios mi brazo solo,
                 y mis obras, mis Penates.
                 Fama quiero y honra busco,
                 no entre bailes ni cantares,
                 sino entre acerados petos,
                 entre lanzas y entre alfanjes.
                 Y es fama que las que vibran
                 y las que ciñen tus Pares
                 vuelan y cortan más que otras
                 regidas de brazos tales.
                 Por probar si esto es verdad,
                 vivo[s] deseos me traen,
                 y a todos los desafío,
                 pero a singular certamen;
                 y, para que no se afrenten
                 de una mujer que esto hace,
                 mi nombre quiero decilles:
                 soy Marfisa, y esto baste.
BERNARDO:        En el padrón de Merlín
                 va Marfisa a aposentarse,
                 donde esperará tres días
                 el deseado combate;
                 y si tantos acudieren
                 que no puedan despacharse,
                 ella desde aquí me escoge
                 y elige por su ayudante.
                 Soy caballero español
                 de prendas y de linaje,
                 y quizá el mismo deseo
                 de Marfisa aquí me trae.
                 Y entended que el desafío
                 ha de ser a todo trance,
                 porque grandes honras deben
                 comprarse a peligros grandes.
MARFISA:         Decid que deje Roldán
                 amorosos disparates,
                 que con Venus y Cupido
                 se aviene mal el dios Marte.
                 Lo que el español ha dicho
                 lo confirmo; y, porque es tarde
                 y el padrón no está muy cerca,
                 el Dios que adoráis os guarde.
EMPERADOR:       ¿Hay, por dicha, Galalón,
                 en París otros Roldanes?
                 ¿Hay otro alguno que pueda
                 con Reinaldos igualarse?
                 Si los hay, ¿cómo han callado,
                 oyendo desafiarse?
                 ¡Oh, mal hubieses, Angélica,
                 que tantos males me haces!
                 Colgados de tu hermosura,
                 todos mis valientes traes;
                 solo han dejado a París,
                 solo, por ir a buscarte.
GALALÓN:         Mientras vive Galalón,
                 ninguno podrá agraviarte;
                 y mañana con las obras
                 haré mis dichos verdades.
                 Dame licencia, señor,
                 porque al punto vaya a armarme.
EMPERADOR:       No hay para qué me la pida
                 quien es de los Doce Pares.

[Vanse. Salen] FERRAGUTO y ROLDÁN, riñendo, con las espadas desnudas
ROLDÁN: Tú le mataste, y fue alevosamente, moro español, sin fe y sin Dios nacido. FERRAGUTO: Tu falsa lengua, como falso, miente, y mentirá mil veces, y ha mentido. ROLDÁN: ¿No fue maldad echarle en la corriente del río? FERRAGUTO: Muy bien puede del vencido hacer el vencedor lo que quisiere. ROLDÁN: De tu falso argüir eso se infiere. No te retires, bárbaro arrogante, que quiero castigar tu alevosía. FERRAGUTO: Si me retiro, fanfarrón de Aglante, el paso sí, la voluntad no es mía. Por Mahoma te juro, y Trivigante, que no sé quién me impele y me desvía de tu presencia, ¡oh paladín gallardo! ROLDÁN: Con ésta acabarás, que ya me tardo.
Retírase FERRAGUTO, y, puesto en la tramoya, al tirarle ROLDÁN una estocada, se vuelva la tramoya, y parece en ella ANGÉLICA, y ROLDÁN, echándose a los pies della; al punto que se inclina, se vuelve la tramoya, y parece uno de los sátiros, y hállase ROLDÁN abrazado con sus pies
ROLDÁN: ¿Qué milagros son éstos, Dios inmenso? ¿Es piedad del Amor ésta que veo? Arrójome a tus pies, y en esto pienso que satisfago en todo a mi deseo. Coge, amada enemiga, el fruto y censo que estos labios te dan, y por trofeo ponga Amor en su templo que un Orlando está tus bellas plantas adorando. De ámbar pensé, mas no es sino de azufre, el olor que despiden estas plantas. ¿Adónde tanto engaño, Amor, se sufre, o quién puede formar visiones tantas? Ésta veré si esta estocada sufre.
Vuélvese la tramoya, y parece MALGESÍ en su forma
MALGESÍ: Primo, ¿que no te enmiendas ni te espantas? ROLDÁN: ¡Oh Malgesí! Hazaña ha sido aquésta que mi amor y tu ciencia manifiesta. Mas, dime: ¿de qué sirven tantas pruebas para ver que estoy loco y que me pierdo, sabiendo que el estilo que tú llevas ni le cree ni le admite el hombre cuerdo? MALGESÍ: Ven conmigo, Roldán; daréte nuevas de tu bien por tu mal. ROLDÁN: ¡Oh sabio acuerdo! Llévame, primo, en presuroso vuelo deste infierno de ausencia a ver mi cielo. MALGESÍ: Arrima las espaldas a esa caña, los ojos cierra y de Jesús te olvida. ................................[-aña] ................................[-ida] ROLDÁN: Grave cosa me pides. MALGESÍ: Date maña, que importa a tu contento esta venida. ROLDÁN: ¿Estoy bien puesto? MALGESÍ: Bien. ROLDÁN: Jesús me valga, aunque jamás con esta empresa salga.
Vuélvese la tramoya con ROLDÁN; salen BERNARDO y MARFISA, y suena dentro una trompeta
BERNARDO: Trompeta y caballos siento, y, según mi parecer, paladín debe de ser que viene al padrón contento, y seguro de alcanzar de ti, Marfisa, el trofeo. MARFISA: A pie viene, a lo que veo. BERNARDO: Pues, ¿quién le hizo apear? MARFISA: Lo que a nosotros. ¿No ves que aquí caballo no llega? BERNARDO: Sin duda, es de la refriega; que me parece francés.
[Sale] GALALÓN, armado de peto y espaldar
GALALÓN: Sálveos Dios, copia dichosa, tan bella como valiente. BERNARDO: Dios te salve y te contente. MARFISA: ¡Salutación enfadosa! Sálveme mi brazo a mí, y conténteme mi fuerza. GALALÓN: Vuestro desafío me fuerza y mueve a venir aquí. MARFISA: Dime si eres paladín. GALALÓN: Paladín digo que soy. BERNARDO: ¿Partiste de París hoy? GALALÓN: Anoche. BERNARDO: Pues, ¿a qué fin? GALALÓN: No más de a ver si hay qué ver en ti y la bella Marfisa. BERNARDO: Tú te has dado buena prisa. GALALÓN: Conviene, porque hay que hacer. MARFISA: ¿Qué tienes que hacer? GALALÓN: Venceros y dar a París la vuelta. BERNARDO: Si cual tienes lengua suelta tienes agudos aceros, bien saldrás con tu intención. Mas, dime: ¿cómo es tu nombre? GALALÓN: Diréoslo, porque os asombre: es mi nombre Galalón, el gran señor de Maganza, de los Doce el escogido. BERNARDO: Días ha que yo he sabido que eres una buena lanza, un crisol de la verdad, un abismo de elocuencia, un imposible de ciencia, un archivo de lealtad. MARFISA: Contra la razón te pones, Bernardo, porque la fama por todo el mundo derrama que éste es saco de traiciones, y aun enemigo mortal de todos los paladines, malsín sobre los malsines, mentiroso y desleal, y, sobre todo, cobarde. GALALÓN: A la prueba me remito, y vengamos al conflito, que se va haciendo tarde. Empero, si queréis iros sin comenzar esta empresa, yo os juro y hago promesa de eternamente serviros y de no desenvainar en contra vuestra mi espada. BERNARDO: Promesa calificada y muy digna de estimar. MARFISA: Dame la mano, que quiero aceptarte por amigo. GALALÓN: Doyla, porque siempre sigo proceder de caballero. ¡Cuerpo de quien me parió, que los huesos me quebrantas! MARFISA: Pues, ¿desto poco te espantas? GALALÓN: De menos me espanto yo. De modo vas apretando, que se acerca ya mi fin. BERNARDO: ¿Un famoso paladín ansí se ha de estar quejando porque le dé una doncella la mano por gran favor? GALALÓN: ¿Ésta es doncella? Es furor, es rayo que me atropella, es de mi vida el contraste, pues que ya me la ha quitado. MARFISA: ¡Por Dios, que se ha desmayado! BERNARDO: ¿Cómo, y tanto le apretaste? MARFISA: La mano le hice pedazos. BERNARDO: ¡Oh desdichado francés! MARFISA: Quitarle quiero el arnés, pues viene sin guardabrazos, y ponerle por trofeo colgado de alguna rama, con un mote que su fama descubra, como deseo. Pero fáltanme instrumentos con que ponerlo en efecto.
MALGESÍ dice de dentro
MALGESÍ: No faltarán, te prometo, pues sé tus buenos intentos. Esos ministros que envío cumplirán tu voluntad. BERNARDO: ¡Oh, qué extraña novedad! MARFISA: ¿Quién sabe el intento mío? Los versos dicen lo mismo que imaginé en mi intención. ¿Si llevan a Galalón estos diablos al abismo? GALALÓN: Ya yo entiendo que aquí andas; a ti digo, Malgesí. Di: ¿no hallaste para mí otro coche ni otras andas?
Llévanle los sátiros en brazos a GALALÓN
MARFISA: Di cómo dice el trofeo; quizá yo no lo he entendido. BERNARDO: Agudo está y escogido. MARFISA: Léelo en voz. BERNARDO: En voz lo leo: Estar tan limpio y terso aqueste acero, con la entereza que por todo alcanza, nos dice que es, y es dicho verdadero, del señor de la casa de Maganza. Estas selvas está cierto que están llenas de aventuras. MARFISA: Quedado habemos a escuras, por el sol que se ha encubierto; y, entre tanto que él visita los antípodas de abajo, demos al sueño el trabajo que el reposo solicita. A esta parte dormiré; tú, Bernardo, duerme a aquélla, hasta que salga la estrella que a Febo guarda la fe. Y si en aquestos tres días no vinieren paladines, buscaremos otros fines de más altas bizarrías. BERNARDO: Bien dices, aunque el sosiego pocas veces le procuro, con todo, a este peñón duro el sueño y cabeza entrego.