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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida / parte 2ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 2 of 9

[Sale] MUÑOZ, escudero de MARCELA
Pero ves dónde parece tu Santelmo. CARDENIO: Así es verdad, puesto que mi tempestad nunca mengua y siempre crece. En estas benditas manos tengo mi remedio puesto. MUÑOZ: Vos veréis cómo echo el resto en daros consejos sanos. Advertid, hijo, que son las canas el fundamento y la basa a do hace asiento la agudeza y discreción. En la mucha edad se muestra que asiste toda advertencia porque tiene a la experiencia por consejera y maestra; y estas canas no han nacido en aqueste rostro acaso. CARDENIO: Hablad, señor Muñoz, paso, que ya os tengo conocido, y sé que sabéis cortar, colgado del aire, un pelo. MUÑOZ: Así me ayude a mí el cielo como os pienso de ayudar; porque el premio es el que aviva al más torpe ingenio y rudo. CARDENIO: Si es premio este pobre escudo, vuestra merced le reciba con aquella voluntad sana con que yo le ofrezco. MUÑOZ: ¡Oh señor, que no merezco tanta liberalidad! TORRENTE: Tomóle, besóle y diole quizá perpetua clausura; del oro la color pura sin duda que enamoróle, porque tiene una virtud de alegrar el corazón, y la avara condición vive con la senetud. Pero, ¿a qué pecho no doma la hambre del oro? MUÑOZ: Escucha, y con advertencia mucha, hijo, este consejo toma. De Marcela no hay pensar que es de tan tiernos aceros, que la han de ablandar terceros, ni rogar, ni porfïar, ni lágrimas, ni suspiros, ni voluntad verdadera: que son con ella de cera de amor los más fuertes tiros. A las olas que se atreven a embestirla por amar, se muestra roca en la mar, que la tocan y no mueven. Esto con Marcela pasa. CARDENIO: No me acobardes y espantes. TORRENTE: ¡Oh, cuántos destos diamantes he visto volver de masa! ¡Cuántas he visto rendidas a un billete trasnochado! ¡Cuántas, sin darlas, han dado de ganadas en perdidas! ¡Cuántas siguen sus antojos en mitad de su recato! ¡Cuántas en el dulce trato tropiezan, y aun dan de ojos! MUÑOZ: Pues ni Marcela tropieza ni cae. TORRENTE: ¡Gran milagro! CARDENIO: Calla; que es extremo que se halla hoy en la naturaleza, y el señor Muñoz bien sabe lo que dice. MUÑOZ: Yo estoy cierto que, aún más bien del que os advierto, todo en mi señora cabe. Pero vengamos al punto de lo que quiero decir. CARDENIO: Hasta acabarle de oír, estoy, Torrente, difunto.

MUÑOZ: Es el caso que está en Lima un hermano de su padre de Marcela, caballero de ilustre y claro linaje. De los bienes de fortuna dicen que le cupo parte tanta, que, entre los más ricos, suelen por rico nombrarle. Tiene un hijo que se llama don Silvestre de Almendárez, el cual con doña Marcela, aunque prima, ha de casarse. Cada flota le esperamos; mas, si en esta que se sabe que ha llegado a salvamento no viene, echado ha buen lance. Fíngete tú don Silvestre, que yo te daré bastantes relaciones con que muestres ser él mismo; y serán tales, que, por más que te pregunten, podrás responder con arte, que, acreditando el engaño, tus mentiras sean verdades. Aposentaránte en casa, haránte gasajos grandes, y tú dentro, una por una, podrás ver cómo te vales. CARDENIO: Está bien; pero si acaso en aquesta flota traen cartas dese don Silvestre, y de que no viene saben, yo dentro en casa, ¿qué haré? ¿Cómo podrá acreditarse tan conocida mentira para que pase adelante? MUÑOZ: Dirás que, después de escritas y dadas, quiso tu madre que te vinieses a España, aunque a hurto de tu padre; que ella, deseando verse con nietos en quien dilate su nombre y posteridad, no quiso que más tardases. Y este venirte a escondidas podrá, señor, escusarte de no venir con riquezas que el ser quien eres señalen; mas no dejes de traer algunas piedras bezares, y algunas sartas de perlas, y papagayos que hablen. CARDENIO: En eso yo daré trazas que dese aprieto me saquen, y tales, que satisfagan. TORRENTE: Todo aquesto es disparate. CARDENIO: La memoria sea cumplida, y los puntos importantes que en este nuevo edificio han de ser fundamentales, vengan especificados, de modo que me declaren por el mismo don Silvestre. MUÑOZ: Ven por ellos esta tarde. CARDENIO: Volverá este mi crïado. TORRENTE: Volveré, si a Dios le place; que, sin su ayuda, no puedo, ni estornudar, ni mudarme. MUÑOZ: Señor, si acaso, si a dicha, si por buena suerte traes otro escudillo, bien puedes con liberal mano darle: que es invierno, y no hay bayeta, y no será bien que pase frío el que al incendio tuyo procura refrigerarle. CARDENIO: No le traigo, en mi conciencia; pero yo haré que se os saque un vestido de bayeta, y a mi cuenta le hará el sastre. MUÑOZ: Venderéle, ¡vive Roque! No consentiré se ensanche Marcela con mis trofeos, que cuestan gotas de sangre. Vístame la que quisiere que polido la acompañe: que gastar yo mi bayeta en servicio ajeno, ¡tate! Y voyme, porque conviene que la memoria se estampe que fortifique este embuste. Y a Dios quedéis. CARDENIO: Él os guarde. MUÑOZ: Mire que no se le olvide lo de la bayeta y sastre: que en este punto consisten sus gustos o sus pesares.

[Vase] MUÑOZ
CARDENIO: ¡Gran principio a mi quimera! TORRENTE: Llámala, señor, dislate; torre fundada en palillos, como casica de naipes. Dime: ¿dónde están las perlas? ¿Dónde las piedras bezares? ¿Adónde las catalnicas o los papagayos grandes? ¿Dónde la prática de Indias, de los puertos y los mares que se toman y navegan? ¿Dónde la bayeta y sastre? Si quieres que tus negocios en felice punto paren, lleva, y esto te aconsejo, siempre la verdad delante. Capigorrista soy tuyo, y como padezco hambre, tengo sotil el ingenio, y en dar consejos soy sacre. CARDENIO: Yo me remito a la lista de Muñoz; tú no desmayes, que en las empresas de amor, tal vez se ha visto que valen el ingenio y la ventura más que las riquezas grandes. TORRENTE: Deste laberinto, el cielo con las narices nos saque.
[Vanse. Salen] MARCELA y DOROTEA, su doncella
DOROTEA: Dime, señora: ¿qué muestra te ha dado tu hermano [t]al, que sea indicio y señal de alguna intención siniestra? No puedo darme a entender que te ama viciosamente, aunque es caso contingente. MARCELA: ¡Y cómo si puede ser! ¿Ya no se sabe que Amón amó a su hermana Tamar? ¿Y no nos vienen a dar Mirra y su padre ocasión de temer estos incestos? DOROTEA: Con todo, señora, creo que encamina su deseo por términos más compuestos, y esto tengo por verdad. MARCELA: Mi querida Dorotea, plega al Cielo que así sea; Él rija su voluntad. De contino trae en la boca mi nombre, a hurto me mira, gime a solas y suspira, las manos me besa y toca; y da por disculpa desto, que me parezco a su dama, que de mi nombre se llama. DOROTEA: ¿Hase, a dicha, descompuesto a hacer más de lo que dices? MARCELA: No, por cierto; ni querría. DOROTEA: Pues desto, señora mía, no es bien que te escandalices; pues podrá ser que su dama se llame, señora, así, y que se parezca a ti, si de hermosa tiene fama.
[Sale] Don ANTONIO, hermano de MARCELA
MARCELA: Mira do viene suspenso; tanto, que no echa de ver que aquí estamos. De su ser que está trastrocado pienso. Escuchémosle, y advierte cómo de Marcela trata. D. [ANTONIO]: Es tu ausencia la que mata; no el desdén, aunque es tan fuerte. ¡Ay dura, ay importuna, ay triste ausencia! ¡Cuán lejos debió estar de conocerte el que al furor de la invencible muerte igualó tu poder y tu violencia! Que, cuando con mayor rigor sentencia, ¿qué puede más su limitada suerte que deshacer la liga y nudo fuerte que a cuerpo y alma tiene inconveniencia? Tu duro alfanje a mayor mal se estiende, pues un espíritu en dos mitades parte. ¡Oh milagros de amor, que nadie entiende! Que, del lugar de do mi alma parte, dejando su mitad con quien la enciende, consigo traiga la más frágil parte. ¡Oh Marcela fugitiva y sorda al lamento mío! ¿Cómo quiere tu desvío que ausente muriendo viva? ¿Dónde te ascondes? ¿Qué clima, inhabitable te encierra? ¿Cómo a tu paz no da guerra el dolor que me lastima? ¡Téngote siempre delante, y no te puedo alcanzar! MARCELA: Para temer y pensar, ¿esto no es causa bastante? DOROTEA: Sí, por cierto. Nunca estés sola, si fuere posible; de que aspire a lo imposible, jamás ocasión le des; rómpase en tu honestidad, en tu advertencia y recato, la fuerza de su mal trato, que nace de ociosidad. Y vámonos, no nos vea; dé a solas rienda a su intento. MARCELA: Yo estoy en tu pensamiento, que es muy bueno, Dorotea.
[Vanse] MARCELA y DOROTEA. Sale OCAÑA, de lacayo, con una varilla de membrillo y unos antojos de caballo en la mano, y pónese atento a escuchar a su amo
D. [ANTONIO]: Amor, que lo imposible facilitas con poderosa fuerza blandamente, allanando las cumbres: ¿por qué las nubes de mi sol no quitas? ¿Por qué no muestras por algún Oriente las dos hermosas cumbres que dan rayos al sol, luz a tus ojos, por quien te rinde el mundo sus despojos?

¿Qué quieres, Ocaña? OCAÑA: Quiero herrar el bayo, señor, y no acierta el herrador a herralle si no hay dinero. Débense cuatro herraduras y un brebajo; mira, pues, si andarán aquellos pies, siendo tus manos tan duras. Y vengo por seis raciones que me deben: que amohína ver que sobren a Cristina y resobren a Quiñones, y que falten para mí, que sirvo mejor que todos, de tres y de cuatro modos. D. [ANTONIO]: Confieso que ello es así, Ocaña amigo, y sabed que todo se os pagará. Y andad con Dios. OCAÑA: Siempre está conmigo vuestra merced riguroso por el cabo. D. [ANTONIO]: ¿En qué modo? OCAÑA: ¿Yo no veo que, cual si fuera guineo, bezudo y bozal esclavo, apenas entro en la sala por alguna niñería, cuando cualquiera me envía, si no en buena, en hora mala? A nadie se le trasluce, por más que yo lo procuro, el ingenio lucio y puro que en este lacayo luce. Anda conmigo al revés fortuna poco discreta: que, si tú fueras poeta, quizá fuera yo marqués, o, por lo menos, ya fuera, tu consejero y privado; pero de mi corto hado tamaño bien no se espera. Hay poetas tan divinos, de poder tan singular, que puedan títulos dar como condes palatinos; y aun, si lo toman despacio, en tiempo y caso oportuno, no habrá lacayo ninguno que no casen en palacio con doncellas de la reina, de valor único y solo: que, por la gracia de Apolo, esta gracia en ellos reina. Pero yo nací, sin duda, para la caballeriza, haciendo en mis dichas riza mi suerte, que no se muda. El discreto es concordancia que engendra la habilidad; el necio, disparidad que no hace consonancia. Del cuerpo por los sentidos obra el alma, y, cuales son, o muestra su perfección, o términos abatidos. De aquesto quiero inferir que tan sotil cuerpo tengo, que en un instante prevengo lo que he de hacer y decir. Lacayo soy, Dios mediante; pero lacayo discreto, y, a pocos lances, prometo ser para marqués bastante, como aquel de Marinán, de dinare, e più dinare, si la suerte no estorbare este bien que no me dan.