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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida / parte 4ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 4 of 9

JORNADA SEGUNDA

Salen MARCELA y DOROTEA, con una almohadilla, y CRISTINA

MARCELA: Andas con vergüenza poca, Cristina, muy inquïeta, y, con puntos de discreta, das mil puntadas de loca. Sabed, señora, una cosa: que, entre las prendas de honor, es tenida por mejor la honesta que la hermosa. CRISTINA: (Señora me llama. ¡Malo!; [Aparte] que ya sé por experiencia que no hay dos dedos de ausencia desta cortesía a un palo.) MARCELA: ¿Qué murmuras, desatada, maliciosa y atrevida? CRISTINA: Nunca murmuré en mi vida. MARCELA: ¿Qué dices? CRISTINA: No digo nada. ¡Tenga el Señor en el cielo a mi señora la vieja! MARCELA: Desas plegarias te deja. CRISTINA: Pronúncialas mi buen celo. Si ella fuera viva, sé que otro gallo me cantara, y que ninguna no osara reñirme; no, en buena fe.

¡Tristes de las mozas a quien trujo el cielo por casas ajenas a servir a dueños, que, entre mil, no salen cuatro apenas buenos, que los más son torpes y de antojos feos! ¿Pues qué, si la triste acierta a dar celos al ama, que piensa que le hace tuerto? Ajenas ofensas pagan sus cabellos, oyen sus oídos siempre vituperios, parece la casa un confuso infierno: que los celos siempre fueron vocingleros. La tierna fregona, con silencio y miedo, pasa sus desdichas, malogra requiebros, porque jamás llega a felice puerto su cargada nave de malos empleos. Pero, ya que falte este detrimento, sobran los del ama, que no tienen cuento: "Ven acá, suciona. ¿Dónde está el pañuelo? La escoba te hurtaron y un plato pequeño. Buen salario ganas; dél pagarme pienso, porque despabiles los ojos y el seso. Vas, y nunca vuelves, y tienes bureo con Sancho en la calle, con Mingo y con Pedro. Eres, en fin, pu... El `ta' diré quedo, porque de cristiana sabes que me precio." Otra vez repito, con cansado aliento, con lágrimas tristes y suspiros tiernos: ¡triste de la moza a quien trujo el cielo por casas ajenas! DOROTEA: Señoras, ¿qué es esto? Cristinica, amiga, dime: ¿con qué viento esta polvareda has alzado al cielo? MARCELA: La desenvoltura es un viento cierzo que del rostro ahuyenta la vergüenza y miedo. Pero yo haré, si es que acaso puedo, si ella no se emienda, lo que callar quiero.

[Sale] QUIÑONES, el paje
QUIÑONES: Don Antonio, mi señor, entra con dos peregrinos.
[Salen] Don ANTONIO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. [ANTONIO]: ¿Vuestros intentos divinos fueran disculpa al rigor del no vernos? CARDENIO: Así es; pero yo, señor, holgara que esta deuda se pagara de espacio, y fuera después de mi peregrinación, que no se puede excusar. D. [ANTONIO]: Fácilmente habéis de hallar en mi voluntad perdón. CARDENIO: ¿Es mi señora y mi prima? D. [ANTONIO]: La misma. CARDENIO: ¡Oh mi señora, rico archivo donde mora de la belleza la prima! No me niegues estos pies, pues no merezco esas manos. DOROTEA: Peregrinos cortesanos son éstos. D. [ANTONIO]: No tan cortés, señor primo, que mi hermana está del caso suspensa. MUÑOZ: (La traza de lo que él piensa [Aparte] es más cortés que no sana.) MARCELA: Señor, para que me muestre con el respeto debido a quien sois, el nombre os pido. CARDENIO: Vuestro primo don Silvestre de Almendárez; vuestro esposo, o el que lo tiene de ser. MARCELA: Mudaré de proceder con un huésped tan famoso: los brazos habré de daros, que no los pies, primo mío. MUÑOZ: (Destos principios yo fío [Aparte] que son más dulces que caros. CARDENIO: No fue huracán el que pudo desbaratar nuestra flota, ni torció nuestra derrota el mar insolente y crudo; no fue del tope a la quilla mi pobre navío abierto, pues he llegado a tal puerto, y pongo el pie en tal orilla; no mi[s] riquezas sorbieron las aguas que las tragaron, pues más rico me dejaron con el bien que en vos me dieron. Hoy se aumenta mi riqueza, pues con nueva vida y ser, peregrino llego a ver la imagen de tu belleza.
[Sale] OCAÑA
OCAÑA: Desta común alegría alguna parte quizá mi tristeza alcanzará, que está como estar solía. Desde aquí quiero mirarte, si es que te dejas mirar, de mi suerte amargo azar, de mi bien el todo y parte. Puesto en aqueste rincón, como lacayo sin suerte, veré quizá de mi muerte alguna resurrección. MARCELA: La desventura mayor, más espantosa y temida, es la de perder la vida. D. [ANTONIO]: Primero es la del honor. MARCELA: Ansí es; y pues vos, primo, con honra y vida venís, mal haréis si mal sentís del mal que por bien yo estimo. Y en llegar adonde os veis, habéis de tener por cierto que habéis arribado a un puerto adonde restauraréis las riquezas arrojadas al mar, siempre codicioso. CARDENIO: Tendrá el que fuere tu esposo las venturas confirmadas. TORRENTE: ¿Doncella acaso es de casa? CRISTINA: No soy sino de la calle. TORRENTE: Eso no; que aquese talle a los de palacio pasa. ¿Sirve en ella? CRISTINA: Soy servida. TORRENTE: La respuesta ha sido aguda. OCAÑA: Ten, pulcra, la lengua muda; no la descosas, perdida. TORRENTE: ¿El nombre? CRISTINA: Cristina. TORRENTE: Bueno; que es dulce, con ser de rumbo. ¿Túmbase? CRISTINA: Yo no me tumbo. Basta; que tiene barreno el indianazo gascón. TORRENTE: Yo, señora, como ves, soy crïollo perulés, aunque tiro a borgoñón. D. [ANTONIO]: Reposaréis, primo mío, y después saber querría del buen estar de mi tía, de vuestro padre y mi tío. OCAÑA: ¡Oh peregrino traidor, cómo la miras! ¡Oh falsa, cómo le vas dando salsa al gusto de su sabor!

TORRENTE: Pluguiera a Dios que nunca aquí viniera; o, ya que vine aquí, que nunca amara; o, ya que amé, que amor se me mostrara, de acero no, sino de blanda cera...

CARDENIO: Depositario fue el mar de tus cartas y presentes. OCAÑA: (¡El alma tengo en los dientes! [Aparte] ¡Casi estoy para espirar!)

TORRENTE: ...O que de aquesta fregonil guerrera, de los dos soles de su hermosa cara, no tan agudas flechas me arrojara, o menos linda y más humana fuera.

MARCELA: Entrad, señor, do podáis mudar vestido decente. CARDENIO: Mi promesa no consiente que esa merced me hagáis.

TORRENTE: Éstas sí son borrascas no fingidas, de quien no espero verdadera calma, sino naufragios de más duro aprieto.

CARDENIO: No puedo mudar de traje por un tiempo limitado: que esta pobreza ha causado la tormenta del viaje.

TORRENTE: ¡Oh, tú, reparador de nuestras vidas, Amor, cura las ansias de mi alma, que no pueden caber en un soneto! D.[ANTONIO]: A no ser tan perfecto, primo, vuestro designio, yo hiciera que por otra persona se cumpliera.

[Vanse] MARCELA, Don ANTONIO, DOROTEA, CRISTINA y CARDENIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y OCAÑA
MUÑOZ: No me habléi[s], Torrente hermano, que nos escuchan, y siento que en nuestro famoso intento el callar es lo más sano.
[Vase] MUÑOZ
OCAÑA: Si a mí el ojo no me miente, sé con gran certinidad que vuestra paternidad tiene el alma algo doliente. [Es] C[r]istinica un harpón, es un virote, una jara que el ciego arquero dispara, y traspasa el corazón. Es un incendio, es un rayo. ¿Cómo un rayo? Dos y tres. TORRENTE: Y vuesa merced, ¿quién es? OCAÑA: Soy desta casa el lacayo; y, aunque en la caballeriza me arrincono, el amor ciego, con su hielo y con su fuego, me consume y martiriza. Entre el harnero y pesebre, entre la paja y cebada, de noche y de madrugada, me embiste de amor la fiebre. TORRENTE: ¿Y es Cristina la ocasión de tan grande encendimiento? OCAÑA: No sé quién es; sé que siento el alma hecha un carbón. TORRENTE: Si es Cristina, pondré pausa en ciertos recién nacidos pensamientos atrevidos que su memoria me causa. No pienso en manera alguna seros rival: que sería género de villanía que al ser quien yo soy repugna. Honestísimo decoro se guardará en esta casa, puesto que me arda la brasa desta niña a quien adoro. Quebrantaré en la pared mis pensamientos primeros, con gusto de conoceros para haceros merced. Porque no han de naufragar siempre las flotas: que alguna tendrá próspera fortuna para podérnosla dar.