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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida / parte 5ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 5 of 9

OCAÑA:               Beso tus pies, peregrino,
                 único, raro y bastante
                 a ablandar en un instante
                 un corazón diamantino.
                     Yo, en quien nacieron barruntos
                 de celos cuando te vi,
                 a tus pies los pongo aquí,
                 semivivos y aun difuntos.
TORRENTE:            Alzaos, señor; no hagáis
                 sumisión tan indecente,
                 que humillaré yo mi frente
                 si es que la vuestra no alzáis.
                     Dadme los brazos de amigo,
                 que lo hemos de ser los dos
                 gran tiempo, si quiere Dios,
                 que es de mi intención testigo.
OCAÑA:               Como tú, señor, me abones
                 con tu amistad peregrina,
                 doy por cordera a Cristina
                 y por cabrito a Quiñones.
TORRENTE:            Por verte con gusto, voy
                 alegre, así Dios me salve.
OCAÑA:           (Para éstas, que yo os calve,  [Aparte]
                 o no seré yo quien soy.)

[Vanse] TORRENTE y OCAÑA. [Sale] Don AMBROSIO
D. AMBROSIO: Por ti, virgen hermosa, esparce ufano, contra el rigor con que amenaza el cielo, entre los surcos del labrado suelo, el pobre labrador el rico grano. Por ti surca las aguas del mar cano el mercader en débil leño a vuelo; y, en el rigor del sol como del yelo, pisa alegre el soldado el risco y llano. Por ti infinitas veces, ya perdida la fuerza del que busca y del que ruega, se cobra y se promete la vitoria. Por ti, báculo fuerte de la vida, tal vez se aspira a lo imposible, y llega el deseo a las puertas de la gloria. ¡Oh esperanza notoria, amiga de alentar los desmayados, aunque estén en miserias sepultados!
[Sale] CRISTINA
CRISTINA: Habrá fiesta y regodeo, y la parentela toda vendrá, sin duda, a la boda. D. AMBROSIO: Mi norte descubro y veo. ¡Oh dulcísima Cristina! CRISTINA: De alcorza debo de ser. D. AMBROSIO: Tribunal do se ha de ver lo que el Amor determina en mi contra o mi provecho. CRISTINA: ¡Extraña salutación! D. AMBROSIO: La lengua da la razón como la saca del pecho. Pero vengamos al punto. Mi esperanza, ¿cómo está? ¿Ha de morir? ¿Vivirá? ¿Contaréme por difunto? ¿Dificúltase la empresa? ¡Presto, que me vuelvo loco! CRISTINA: Idos, señor, poco a poco, que preguntáis muy apriesa. D. AMBROSIO: Más apriesa me consume el vivo incendio de amor. CRISTINA: En sólo un punto el rigor suyo se abrevia y resume, y es que puedes ya contar a Marcela por casada. Ya no es suya: ya está dada a quien la sabrá estimar. D. AMBROSIO: No me digas el esposo, que, sin duda, es don Antonio. CRISTINA: Levantas un testimonio que pasa de mentiroso. ¿Con su hermana? D. AMBROSIO: ¡Ah Cristinica! ¿Qué es eso? ¿Cubierta y pala con que una obra tan mala se apoya y se fortifica? CRISTINA: Que es con su primo. D. AMBROSIO: ¿Qué es esto, cielo siempre soberano? ¿Hoy primo el que ayer fue hermano? ¿Cámbiase un hombre tan presto? CRISTINA: Digo que es un peregrino, primo suyo y perulero, de tan soberbio dinero, que de las Indias nos vino. De oro más de cien mil tejos se sorbió el mar como un huevo, deste peregrino nuevo, que no está de ti muy lejos, porque vesle allí dó asoma. D. AMBROSIO: ¡Y que esto en el mundo pase! CRISTINA: Puesto que antes que se case, entiendo que ha de ir a Roma.
[Salen] CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. AMBROSIO: Embustero y perulero, atrevido e insolente, ¿por qué te haces pariente de la vida por quien muero? TORRENTE: Descornado se ha la flor; perecemos. MUÑOZ: Malo es esto; la traza se ha descompuesto al primer paso. CARDENIO: Señor, no te entiendo, ni imagino por qué tan acelerado la maldita has desatado contra un noble peregrino. MUÑOZ: Quien dijere que yo di lista a nadie, mentirá cuantas veces lo dirá. No sino lléguense a mí, que fabrico en ningún modo castillos mal prevenidos. TORRENTE: (Antes de ser convencidos, [Aparte] éste lo ha de decir todo. ¡Oh levantadas quimeras en el aire, cual yo dije!) D. AMBROSIO: Por el Cielo que nos rige, que si acaso perseveras en el embuste que intentas, primero que en algo aciertes, ha de ser una y mil muertes el remate de tus cuentas. Vuélvete a tu Potosí, deja lograr mi porfía. CARDENIO: Aquéste ya desvaría. TORRENTE: Así me parece a mí. CRISTINA: Don Francisco y mi señor son éstos. ¡Pies, a correr!
[Vase] CRISTINA. Salen Don FRANCISCO y Don ANTONIO
D. FRANCISCO: Todo aqueso puede ser: que a más obliga el rigor de un celoso, si es honrado, como el padre de Marcela. D. AMBROSIO: Éste es el que urdió la tela que tan cara me ha costado. ¿Qué rigor de estrella ha sido, señor don Antonio, aquel que de piadoso en crüel contra mí os ha convertido? ¿Y qué peregrino es éste, tan medido a vuestro intento, que queréis que su contento a mí la vida me cueste? Mía es Marcela, si el cielo quisiere y si vos queréis: que en vuestra industria tenéis de mi mal todo el consuelo. No es desigual mi linaje del suyo, y su padre creo que deste igual himeneo no ha de recebir ultraje. Si él la escondió en vuestra casa por quitármela delante, ved, si acaso sois amante, lo que el alma ausente pasa. D. FRANCISCO: Éste habla de Marcela Osorio, y no de tu hermana. D. [ANTONIO]: La presumpción está llana, gran mal mi alma recela. Desta vana presumpción y mal formados antojos os han de dar vuestros ojos la justa satisfación. Veníos conmigo, y veréis en el engaño en que estáis. D. AMBROSIO: Si a Marcela me lleváis, al cielo me llevaréis.
[Vase] Don ANTONIO, Don FRANCISCO y Don AMBROSIO. Quedan en el teatro MUÑOZ, TORRENTE y CARDENIO
CARDENIO: ¡Ah Muñoz, con cuán pequeña ocasión habéis temblado! MUÑOZ: Temo de verme brumado, y molido como alheña; temo que mis trazas den, mis embustes y quimeras, con mi cuerpo en las galeras, que no le estará muy bien. TORRENTE: ¿Sin apretaros la cuerda os descoséis? ¡Mala cosa! MUÑOZ: La conciencia temerosa, de los castigos se acuerda. Pero desde aquí adelante pienso ser mártir, y pienso que paga a la culpa censo con temor el más constante. Pésame que fue la lista de mi letra y de mi mano, y este temor, que no es vano, todas mis fuerzas conquista. TORRENTE: Vamos a ver en qué para el comenzado desastre. MUÑOZ: Aquella bayeta y sastre nunca el cielo lo depara.
[Vanse] todos. Salen MARCELA y DOROTEA
MARCELA: Este primo no me agrada, dulce amiga Dorotea. ¡Plegue a Dios que por bien sea su venida no esperada! DOROTEA: Como le ves mal vestido, no te parece galán. MARCELA: Las galas no siempre dan aire y brío, ni el vestido. Desmayado me parece, aunque atrevido tal vez. DOROTEA: De su causa eres jüez. MARCELA: Basta; poco me apetece. DOROTEA: Parece que se ha templado tu hermano en su pensamiento. MARCELA: Todavía, a lo que siento, anda un poco apasionado; no se le cae de la boca mi nombre, y aun todavía descubre una fantasía que en lascivos puntos toca; mas yo no le doy lugar de que esté a solas conmigo. DOROTEA: Eso es lo que yo te digo, y lo que has de procurar.
Aquí han de [salir] Don ANTONIO, Don FRANCISCO, CARDENIO, TORRENTE y MUÑOZ
D. [ANTONIO]: Mirad, señor, destas dos, cuál es la Marcela hermosa que con fuerza poderosa os tiene fuera de vos. D. AMBROSIO: Ésta le parece en algo, y no es ella; mas ya veo, sin duda, que es devaneo, y que de sentido salgo. Téngame Amor de su mano, y los cielos, si me ofenden. MARCELA: ¿O me compran o me venden? Decidme qué es esto, hermano.

D. AMBROSIO: No es otra cosa alguna, sino que la belleza incomparable y sola de otra que tiene el proprio nombre vuestro, su donaire, su gracia, su honesta compostura, su ingenio, su linaje, se llevaron tras sí mis pensamientos. Améla honestamente, adoréla rendido, solicitéla mudo, aunque los ojos son parleros siempre. Su padre, recatado, por algún su desinio, o por mi desventura, llevóla, y no sé adónde. D. [ANTONIO]: Ésta es mi historia. D. AMBROSIO: No con más diligencia la diosa de las mieses buscó a su hija amada hasta los escondrijos del infierno, como yo la he buscado por cuanto las sospechas han podido llevarme, pensativo, solícito y ansioso. En esto, a mis oídos el nombre de Marcela llegó, y vuestra hermosura; pero no el sobrenombre de Almendárez. Creí que don Antonio, vuestro querido hermano, por o[r]den de su padre de la Marcela Osorio, que yo busco, en casa la tenía, y, mal considerado, y con los celos ciego, hice los disparates que habéis visto.