imprimir

TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 6 of 9

D. FRANCISCO:        ¿Éstas no son lanzadas
                 que te pasan el alma?
D. [ANTONIO]:    Y aun rayos que la embisten,
                 la hieren, desmenuzan y quebrantan.
DOROTEA:         Apostaré, señora,
                 que es ésta la Marcela
                 por quien tu hermano gime,
                 suspira y con angustia se lamenta.
TORRENTE:        Un canto pesadísimo,
                 una montaña dura,
                 una máquina inmensa,
                 de acero un monte dilatado y grave,
                 de sobre el pecho quito.
MUÑOZ:           Y yo de sobre el alma
                 una carcoma aguda.
                 ¡Maldito seas de Dios, amante simple!
                 ¡Qué confusos nos tuvo
                 aqueste mentecato!
                 ¡Con cuán pocos indicios
                 trocó las dos Marcelas el cuitado!
                 Ya pensé que mi lista
                 andaba por la casa
                 de mano en mano. ¡Ay duro
                 trance, no imaginado y repentino!

D. FRANCISCO: Pues en esta Marcela veis patente de vuestro pensamiento el desengaño, mostraos, señor, más cauto y más prudente otra vez que os acose vuestro engaño, y volved a buscar más diligente la causa original de vuestro daño. D. Ambrosio Tiene cualquiera enamorada culpa fácil y compasiva la disculpa. Erré; mas no es el yerro de tal suerte que perdón no merezca. CARDENIO: Yo imagino que ministró ocasión al atreverte este pobre sayal de peregrino. D. [ANTONIO]: La rabia de los celos es tan fuerte, que fuerza a hacer cualquiera desatino. Sélo yo bien, que ya me vi celoso, atrevido, arrojado y malicioso. D. AMBROSIO: En siglos prolongados tu ventura goces, ¡oh peregrino!, y tus bisnietos te lleven a la honrada sepultura sobre sus hombros, para el caso electos; no menoscabe el tiempo la hermosura de tu Marcela; celos indiscretos no perturben tu paz en tanto cuanto de vida os diere aliento el Cielo santo. Yo vuelvo a renovar mi pena antigua, buscando aquélla que me encubre el cielo, y, mientras dónde está no se averigua, un Sísifo seré nuevo en el suelo. De noche, como sombra o estantigua, llena la vista de inmortal desvelo, por ver el fin de mis trabajos largos, un lince habré de ser con ojos de Argos.

[Vase] Don AMBROSIO
MARCELA: Desesperado se parte. D. [ANTONIO]: Yo sin esperanza quedo, dulce Marcela, de hallarte. TORRENTE: De mí se ha arredrado el miedo. MUÑOZ: En mí ya no tiene parte; pero, con todo, quisiera que la lista se rompiera que di escrita de mi mano: que cualquier susto, aunque vano, la mala conciencia altera. D. FRANCISCO: Haz cuenta, amigo, que envías, en este amante curioso, a buscar tu gloria espías. D. [ANTONIO]: Con todo, estoy temeroso: que son tiernas sus porfías, y muchas, que es lo peor. D. FRANCISCO: Yo lo tengo por mejor: que este anzuelo ha de sacar del profundo de la mar la perla que escondió Amor.
[Vanse] Don FRANCISCO y Don ANTONIO
CARDENIO: ¿No ha sido extremado el cuento, señora prima? MARCELA: Sí ha sido; aunque dél me ha parecido ir mi hermano descontento, pensativo y desabrido. Y es la causa que la dama que aquél busca, adora y ama como quiere Amor tirano, es la misma que mi hermano quiere, busca, nombra y llama. Y yo, simple, imaginaba ser yo la hermosa Marcela a quien mi hermano llamaba, y con malicia y cautela a las manos le miraba, a los ojos y a la boca, y con no advertencia poca ponderaba sus razones, sus movimientos y acciones. DOROTEA: Curiosidad simple y loca. Pídele perdón. MARCELA: No quiero, pues nunca arraigó en mi pecho el pensamiento primero. CARDENIO: Y más, que te ha satisfecho tan llano y tan por entero.

MUÑOZ: ¿Hemos de hacer la visita de mi señora doña Ana? MARCELA: Todavía es de mañana, y el frío la gana quita de hacer visitas agora. Ven, amiga Dorotea; vamos donde el sol nos vea. DOROTEA: ¡Y cómo que iré, señora! ¡Que tirito, ti, ti, ti! ¡Insufrible frío hace!

[Vanse] MARCELA y DOROTEA
TORRENTE: El tuyo a mí me desplace. ¿Para qué veniste aquí, Cardenio, si te has de estar como una estatua sin lengua? Allá voy, y no hago mengua. ¿Piensas que se te ha de entrar la ventura por la puerta, y arrojársete en la cama? CARDENIO: A mi yelo y a mi llama ningún medio las concierta. Cuando de Marcela ausente algún breve espacio estoy, ardo de atrevido, y doy en pensar que soy valiente; pero apenas me da el cielo lugar para a solas vella, cuando estoy, estando ante ella, frío mucho más que el yelo. TORRENTE: Con ese yelo no habrá ostugo que nos alcance. MUÑOZ: Cierto que yo he echado un lance que a los ojos me saldrá, si a las espaldas no sale primero. ¡Oh viejo imprudente! Bien merecéis, inocente, que se evapore y exhale el alma con el más chico temor que te sobresalte. CARDENIO: Cuando yo, Muñoz, os falte, cuando yo no os haga rico, jamás del Pirú me venga el mi esperado tesoro. MUÑOZ: ¡Que no me vuelva yo moro, y que yo paciencia tenga para escuchar lo que escucho! ¿Dónde está el oro, señores socarrones, embaidores? TORRENTE: Muñoz, que ha de venir mucho. MUÑOZ: ¿De qué Pirú ha de venir, de qué Méjico o qué Charcas? TORRENTE: Cuatro cofres y seis arcas puedes desde luego abrir para echar cuatro mil barras, y aun son pocas las que digo. MUÑOZ: Tente; que Dios sea contigo, Torrente, que te desgarras. Con el sastre y la bayeta estaría yo contento. TORRENTE: Sastres pasarán de ciento. MUÑOZ: La bayeta es la que aprieta al deseo de tenella. TORRENTE: Déjenme los dos aquí, que viene Cristina allí, y me importa hablar con ella.
Vanse MUÑOZ y CARDENIO. [Sale] CRISTINA
¿Que es posible, flor y fruto del árbol lindo de amor, que ha de andar por tu rigor siempre mi alma con luto? ¿Que es posible que un potente indiano no te remate ni que a tu dureza mate la blandura de Torrente?
[Sale] OCAÑA en calzas y en camisa, con un mandil delante, y con un harnero y una almohaza; entra puesto el dedo en la boca, con pasos tímidos, y escóndese detrás de un tapiz, de modo que se le parezcan los pies no más
¿Que es posible que no precies los montones de oro fino, y por un lacayo indino un perulero desprecies? ¿Que no quieras ser llevada en hombros como cacique? ¿Que huigas de verte a pique de ser reina coronada? ¿Que, por las faltas de España, que siempre suelen sobrar, no quieras ir a gozar del gran país de Cucaña? ¿Que te tenga avasallada un lacayo de tal modo, que por él dejes el todo, y te acojas al nonada? ¿Que a un borracho te sujetes, que cuela tan sin estorbos, que unos sorbos y otros sorbos son sus briznas y luquetes? ¡Oh mujeres, que tenéis condición de escarabajo! CRISTINA: Hablad, Torrrente, más bajo, si por ventura podéis; que dicen que las paredes a veces tienen oídos. TORRENTE: Los tuyos tienes tapidos a la voz de mis mercedes. Deja aquese socarrón, que tu deshonra procura, y fabrica tu ventura con tu mucha discreción. CRISTINA: Pues, ¿quiérole yo, mezquina, o, por ventura, hago caso yo de buzaque? TORRENTE: Hablad paso; moderad la voz, Cristina, que no sabéis quién os oye, y haced con prudencia diestra que la humilde suerte vuestra con la que tengo se apoye, y veréisos encumbrada sobre el cerco de la luna. CRISTINA: Esa próspera fortuna para mí no está guardada, que soy una pecadora inútil, una mozuela de mantellina y chinela, no buena para señora; y más, estando abatida y murmurada de Ocaña. TORRENTE: Muéveme ese llanto a saña; perderá Ocaña la vida. CRISTINA: Con sólo media docena de palos que tú le des, rendida vendré a tus pies. TORRENTE: Blanda y moderada pena a tanta culpa le das; mejor fuera que la lengua que se desmandó en tu mengua se le cortara, y aun más. CRISTINA: Palos bastan; vete en paz. TORRENTE: El cielo quede contigo. CRISTINA: Procura hacer lo que digo, secreto, astuto y sagaz.
[Vase] TORRENTE
¡Ay Jesús! ¿Quién está aquí? ¿Qué pies son éstos, cuitada?
Sale OCAÑA
OCAÑA: Cacica en hombros llevada desde Lima a Potosí: yo soy, vesme aquí presente, hecho estafermo sufrible a tu rancor tan terrible y a los palos de Torrente. Pocos son media docena; la piedad en ti florece: que mi culpa bien merece cuatrodoblada la pena. Mas yo no tengo por culpa el amarte y avisarte que de aquello has de guardarte que te obligue a dar disculpa. CRISTINA: Por vida tuya, lacayo el más discreto de España, que todo ha sido maraña burlona y de alegre ensayo; porque pensaba avisarte en viéndote. OCAÑA: Una por una, tú estarás sobre la Luna, sobre el Sol y aun sobre Marte; yo, mísero, apaleado, tendido por ese suelo. CRISTINA: Nunca tal permita el cielo. OCAÑA: Tú misma me has condenado. CRISTINA: Ya te he dicho la verdad: que burlaba; y esto baste. OCAÑA: Pues, ¿por qué, di, le intimaste secreto y sagacidad? CRISTINA: Porque, advirtiéndote a ti del caso, y estando alerta, fuese la burla más cierta y más buena. OCAÑA: Fuera ansí, cuando tú no confirmaras con lágrimas tu deseo. CRISTINA: Luego, ¿no me crees? OCAÑA: Sí creo; mas reparo. CRISTINA: ¿En qué reparas? OCAÑA: En las lágrimas, y en ver que no son burlas risueñas las que descubren por señas matar, rajar y hender. Pero tú forja en tu fragua tus embustes, que yo espero que ha de ver el mundo entero el que lleva el gato al agua. Entra y dame la cebada, o darásmela después. "¡Rendida vendré a tus pies!" CRISTINA: ¿Esa razón no te agrada? Pero él no verá cumplida tal promesa en vida suya. OCAÑA: ¿Tomara yo alguna tuya, puesto que fuera fingida? CRISTINA: No seas tan ignorante; muestra, que yo volveré.
Dale el harnero
Con esto me quitaré dos importunos delante.
[Vase] CRISTINA
OCAÑA: Que de un lacá- la fuerza poderó-, hecha a machamartí- con el trabá-, de una fregó- le rinda el estropá-, es de los cie- no vista maldició-. Amor el ar- en sus pulgares to-, sacó una fle- de su pulí- carcá-, encaró al co-, y diome una flechá, que el alma to- y el corazón me do-. Así rendí-, forzado estoy a cre- cualquier mentí- de aquesta helada pu-, que blandamen- me satisface y hie-. ¡Oh de Cupí- la antigua fuerza y du-, cuánto en el ros- de una fregona pue-, y más si la sopil se muestra cru-!

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA