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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 7 of 9

TERCERA JORNADA

[Sale] Don ANTONIO

D. [ANTONIO]: En la sazón del erizado invierno, desnudo el árbol de su flor y fruto, cambia en un pardo desabrido luto las esmeraldas del vestido tierno. Mas, aunque vuela el tiempo casi eterno, vuelve a cobrar el general tributo, y al árbol seco, y de su humor enjuto, halla con muestras de verdor interno. Torna el pasado tiempo al mismo instante y punto que pasó; que no lo arrasa todo, pues tiemplan su rigor los cielos. Pero no le sucede así al amante, que habrá de perecer si una vez pasa por él la infernal rabia de los celos.

[Sale] Don FRANCISCO
D. FRANCISCO: Siempre han de herir los vientos, amigo, en cualquier sazón los ayes de tu pasión, los ecos de tus lamentos. D. [ANTONIO]: Si acaso quiero entonar alguna voz de alegría, siento que la lengua mía se me pega al paladar. A mi angustia, a mi dolencia no dan alivio los cielos: que no le tienen los celos, ni le consiente la ausencia. D. FRANCISCO: No hay extremo sin su medio, ni es eterna humana suerte: sólo no tiene la muerte en la vida algún remedio. Naturaleza compuso la suerte de los mortales entre bienes y entre males, como nos lo muestra el uso. Esta verdad sé bien yo, sin que en probarla porfíe: ayer lloraba el que hoy ríe, y hoy llora el que ayer rió. D. [ANTONIO]: ¡Oh, qué filósofo vienes, don Francisco! D. FRANCISCO: Yo confieso que lo soy por el progreso de tus males y tus bienes. Dame los brazos y albricias. D. [ANTONIO]: Los brazos veslos aquí, y las albricias de mí llevarás, si las codicias; pero yo no sé de qué me las pides. D. FRANCISCO: Yo las pido de que el Amor ha entendido los quilates de tu fe, y te la quiero premiar con entregarte a Marcela. D. [ANTONIO]: Sé que es burla, y llevaréla con tu gusto y mi pesar; pero no sé qué te mueve a hacer burla de un amigo tal como yo. D. FRANCISCO: Verdad digo, y escucha, que seré breve.

Su padre de Marcela... D. [ANTONIO]: ¡Oh nombres cordialísimos de Marcela y su padre! D. FRANCISCO: Escucha: no seas tonto. D. [ANTONIO]: Escucho y soylo. D. FRANCISCO: Es[t]a mañana, estando en misa en San Jerónimo, al salir de la iglesia me tomó por la mano. D. ANTONIO: ¡Oh dulce toque! D. FRANCISCO: ¿Qué toque dulce puede dar la mano de un viejo? Traslúceseme, amigo, que así estáis vos en vos, como en el cuento. D. [ANTONIO]: Luego, ¿no fue Marcela la que os tocó la mano? D. FRANCISCO: Que no, sino su padre. D. ANTONIO: No entendí bien. Seguid, que estoy suspenso. D. FRANCISCO: Las pacíficas plantas de las olivas verdes fueron testigos ciertos destas palabras que deciros quiero. D. [ANTONIO]: ¡Oh santísimos orbes de todas las esferas, a quien inteligencias supernas rigen, mueven y gobiernan! Haced que estas razones en mi provecho sean; lleguen a mis oídos, siquiera esta vez sola, alegres nuevas. D. FRANCISCO: ¡Por vida juro! ¡Muérdome la lengua! ¡Voto a Chito, que estoy por...! ¡Lleve el diablo a cuantos alfeñiques hay amantes! ¡Que un hombre con sus barbas, y con su espada al lado, que puede alzar en peso un tercio de once arrobas de sardinas, llore, gima y se muestre más manso y más humilde que un santo capuchino al desdén que le da su carilinda...! D. [ANTONIO]: Paréntesis es éste que se lleva colgada de cada razón suya mi alma aquí y allí. D. FRANCISCO: Pues otro queda. Pidióle a una fregona un amante alcorzado le diese de su ama un palillo de dientes, y ofrecióle por él cuatro doblones; y la muchacha boba trújole de su amo, que era viejo y sin muelas, el palillo. Él dio lo prometido, y, engastándole en oro, se lo colgó del cuello, cual si fuera reliquia de algún santo. Gemía ante él de hinojos, y al palo seco y suyo plegarias envïaba que en su empresa dudosa le ayudase. ¿Y el otro presumido, que va a las embusteras del cedacillo y habas, y da crédito firme a disparates? ¡Cuerpo del mundo todo! Descubra el hombre siempre tal valor y tal brío, que le muestren varón a todo trance. No se ande con esferas, con globos y con máquinas de inteligencias puras; atienda, espere, escuche, advierta y mire, o lo que en daño suyo, o en su pro, sus amigos quisieren descubrirle. D. [ANTONIO]: Atiendo, espero, escucho, advierto y miro. D. FRANCISCO: Digo, pues, que don Pedro, el padre de Marcela, me dijo estas palabras... D. [ANTONIO]: ¿Es mucho que te diga que apresures la comenzada plática, de cuyo fin depende o mi vida o mi muerte? D. FRANCISCO: Díjome, en fin... D. [ANTONIO]: ¡Primero vendrá el mío! D. FRANCISCO: ¡Colérico, enfadoso está! D. [ANTONIO]: ¡Cuerpo del mundo! Acaba, don Francisco, que está pendiente el alma de tu boca. D. FRANCISCO: Dijo que yo sea parte, como que él nada entiende, que a Marcela, su hija, se la demandes por mujer. D. [ANTONIO]: ¿Qué escucho? ¿Búrlaste, amigo, o quieres con falsas esperanzas entretener las mías? D. FRANCISCO: No burlo, juro a Dios: verdad te digo. D. [ANTONIO]: Dame esos pies. D. FRANCISCO: Levanta. D. [ANTONIO]: Y pídeme en albricias el alma, y te la diera, si ya a Marcela dado no la hubiera. Mas dime, dulce amigo: ¿tocaste, por ventura, el cuerpo de don Pedro? ¿Viste si era fantasma o no? D. FRANCISCO: Perdido estás desa cabeza. D. [ANTONIO]: ¿Que era don Pedro Osorio, el padre de Marcela? D. FRANCISCO: El mismo. D. [ANTONIO]: ¡El mismo! D. FRANCISCO: El mismo. ¿Qué es aquesto? D. [ANTONIO]: A tanta desventura está el corazón hecho, que no puede dar crédito a las dichosas nuevas que le intimas; pero habrá de creerte, en fe que tú las dices: que el buen amigo vemos que es pedazo del alma de su amigo. D. FRANCISCO: Busca a don Pedro Osorio, y pídele a su hija por legítima esposa. D. ANTONIO: ¿Dónde la tiene? D. FRANCISCO: En Santa Cruz la tiene: un monesterio santo, que está puesto muy cerca de Torrejón y Cubas, orden del rico capitán de pobres. D. [ANTONIO]: ¿Qué le movió llevarla a tanto encerramiento? D. FRANCISCO: No me metí en dibujos, no le pregunté nada; sólo estuve atento a su demanda, y, con la ligereza posible, vine a darte la dulce que has oído alegre nueva.

[Salen] MARCELA y CRISTINA
MARCELA: Llega, Cristina, y dile lo que quieres. CRISTINA: Ocúpame el rostro la vergüenza, y enmudece la lengua. MARCELA: ¡Qué melindres! Tomarte has con un toro y con un hombre armado, ¿y de mi hermano tiemblas? D. [ANTONIO]: Pues, hermana, ¿queréis alguna cosa? ¿Mandáis que os sirva en algo? Pedid a vuestro gusto, que estoy en ocasión de hacer mercedes. MARCELA: En nombre de Cristina, os pido deis licencia para que aquesta noche os hagan una fiesta los de casa; Muñoz y Dorotea, Torrente con Ocaña. CRISTINA: Y nuestro buen vecino el barbero también, y la barbera, que canta por el cielo y baila por la tierra, con otro oficial suyo, nos tienen de ayudar; dígalo todo. MARCELA: Dígolo todo, y digo, hermano, que yo gusto que esta fiesta se haga. D. [ANTONIO]: Digo que soy contento, y doy licencia para que el cielo rompa en diferentes lenguas y en fiestas diferentes las cataratas del placer, y salga a playa mi contento. D. FRANCISCO: Y aun, a ser necesario, haré yo mi figura. [D. ANTONIO]: Y aun yo, que soy valiente recitante. CRISTINA: Mil años, señor, vivas; mil regocijos buenos el corazón te ocupen. Hacerme tengo rajas esta noche. D. [ANTONIO]: El término decente de honestidad se guarde, Cristina. CRISTINA: ¡Bueno es eso! Bailaremos a fuer de palaciegos. D. [ANTONIO]: Vamos, amigo. D. FRANCISCO: Vamos; aunque don Pedro agora no está en Madrid. D. [ANTONIO]: ¿Pues, dónde? D. FRANCISCO: A Santa Cruz es ido, y volverá mañana. D. [ANTONIO]: Vamos a dar al cielo gracias porque ha mirado mi buen celo.
[Vanse] Don FRANCISCO y Don ANTONIO
MARCELA: Mira, Cristina, que sea el baile y el entremés discreto, alegre y cortés, sin que haya en él cosa fea. CRISTINA: Hale compuesto Torrente y Muñoz, y es la maraña casi la mitad de Ocaña, que es un poeta valiente. El baile te sé decir que llegará a lo posible en ser dulce y apacible, pues tiene que ver y oír: que ha de ser baile cantado, al modo y uso moderno; tiene de lo grave y tierno, de lo melifluo y flautado. Es lacayuno y pajil el entremés, y me admira de verle una tiramira que tiene de fregonil. MARCELA: La fiesta será estremada. CRISTINA: Basta que agradable sea. MARCELA: ¿Sabe el dicho Dorotea? CRISTINA: Ninguno no ignora nada de lo que a su parte toca. Dame, señora, lugar, que nos hemos de ensayar. MARCELA: Vamos. CRISTINA: De gusto voy loca.
[Vanse]. Salen TORRENTE y OCAÑA, cada uno con un garrote debajo del brazo
TORRENTE: Señor Ocaña, a esta parte, que está más llano el camino. OCAÑA: Por esta vez, peregrino traidor, no pienso de honrarte con darte el lado derecho, porque he de tomar el tuyo. Desas ceremonias huyo, lánguidas y sin provecho; adondequiera voy bien, al diestro o siniestro lado, y no quiero, acomodado, que otros lugares nos den del que me cupiere acaso, y sé yo, señor Torrente, que tiene de lo imprudente hacer destas cosas caso. TORRENTE: ¿Es daga aquese garrote, señor Ocaña? OCAÑA: Es un palo que por martas lo señalo para ablandar un cogote. ¿Y es puñal aquese vuestro? TORRENTE: Es una penca verduga que las espaldas arruga del maldiciente más diestro. OCAÑA: Luego, ¿vais a castigar algún maldiciente? TORRENTE: Sí. OCAÑA: Pues no pasemos de aquí, que yo también he de dar doce palos a un bellaco, socarrón, traidor, y miente. TORRENTE: Si lo dices por Torrente, daré destierro a este saco, y haré en calzas y en jubón, ya con el palo o sin él, que confieses ser tú aquel desmentido y socarrón. OCAÑA: Tente, Torrente; ¿estás loco?, ten tus cóleras a raya, si quieres que yo me vaya en las mías poco a poco. ¿Han de fenecer aquí, por gustos de mozas viles, dos Héctores, dos Aquiles? TORRENTE: Mueran. ¿Qué se me da a mí? OCAÑA: ¡Vive Dios!, que Cristinilla me mandó te apalease; a lo menos, te reglase la una y otra mejilla con una navaja aguda: que es, si en ello mirar quieres, entre las crudas mujeres, la más insolente y cruda. Lo mismo a mí me mandó que a ti. TORRENTE: Sin duda, ansí es. OCAÑA: ¿Y saldrá con su interés? TORRENTE: Amigo Ocaña, eso no. Vivamos para beber, pues para beber vivimos, y estos dijes y estos mimos con otros se han de entender de más tiernas intenciones y de más sufribles lomos; no con nosotros, que somos malos sobre socarrones. Disimula; vesla allí donde viene; disimula. OCAÑA: Ésta es la más mala mula que en mi vida rasqué o vi. TORRENTE: Contemporicémosla. Quizá mudará el rigor: que su mudanza en mejor se ha de poner en quizá.
[Sale] CRISTINA
CRISTINA: Apostaré que están hechos pedazos mis dos amantes, que revientan de arrogantes y de coléricos pechos. Pero allí están sosegados más que en misa. ¿Cómo es esto? Aún no se habrán descompuesto, que son rufos recatados. TORRENTE: Señora Cristina mía... CRISTINA: ¿Tuya? ¡Bueno! TORRENTE: Pues, ¿que no? CRISTINA: ¿Quién a ti a Cristina dio? TORRENTE: El dinero y la porfía. CRISTINA: ¿Qué dinero? TORRENTE: Aquél que pienso darte en llegando la flota, si no es que, de puro rota, da al mar el usado censo. CRISTINA: ¿Tú no me das algo, Ocaña? OCAÑA: Cristina, ¿yo no te he dado, como poeta rodado, del entremés la maraña? ¿Hay día que no te cebe con dos cuartos y aun con tres? CRISTINA: Si es que sale el entremés tal que mi señor le apruebe, yo me daré por pagada y satisfecha, que es más. TORRENTE: Cristina, ¿no nos dirás, si es que el caso no te enfada, a cuál de los dos más quieres? CRISTINA: Es injusta petición, y aquesa declaración no la han de hacer las mujeres como yo; mas, si gustáis que por señas os lo diga, haré lo que a más me obliga el amor que me mostráis. Muestra si traes un pañuelo, Ocaña. OCAÑA: Sí traigo, y roto, y te le ofrezco devoto con sano y humilde celo.