imprimir

TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida / parte 8ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 8 of 9

CRISTINA:            Toma este mío, Torrente,
                 y con esto he declarado
                 lo que me habéis preguntado
                 honesta y discretamente.
                     Y adiós; y venid, que es hora
                 de ensayar el entremés.

[Vase] CRISTINA
TORRENTE: Si no te aclaras después, más confuso estoy agora que antes de hacer la pregunta. OCAÑA: Pues yo me aplico la palma, que en mi provecho mi alma estas razones apunta: a ti dio, sin darle nada, y, sin darme, a mí, tomó; con el darte, te pagó; llevando, queda obligada al pago que recibió. TORRENTE: A quien toman lo que tiene, dan muestra que se aborrece; y en el dar, claro parece que más amor se contiene, pues con las dádivas crece. OCAÑA: La verdad desta cuestión quede a la mosquetería, que tal hay que en él se cría el ingenio de un Platón. Estos capipardos son poetas casi los más, y tal vez alguno oirás que a socapa dice cosas que parece, de curiosas, que las dicta Barrabás.
[Vanse] TORRENTE y OCAÑA. Salen Don ANTONIO, Don FRANCISCO, CARDENIO y MARCELA, y MUÑOZ
D. [ANTONIO]: Quiera Dios que la fiesta corresponda al buen deseo de los recitantes. MUÑOZ: Será maravillosa, porque danza nuestro vecino el barberito, ¡y cómo!
Asómase a la puerta del teatro CRISTINA, y dice
CRISTINA: Pónganse todos bien, que ya salimos. MARCELA: ¿Han venido los músicos? CRISTINA: Ya tiemplan.
[Vase] CRISTINA. Salen OCAÑA y TORRENTE, como lacayos embozados
TORRENTE: Paréceme que vas algo dañado, Ocaña. OCAÑA: Cuando voy desta manera, va el juïcio en su punto. Tú no sabes cómo el calor vinático despierta los espíritus muertos y dormidos. De suerte voy que pelearé con ciento, sin volver el pie atrás una semínima. CARDENIO: No es muy mala la entrada. MUÑOZ: ¿Cómo mala? Digo que es la mejor cosa del mundo. Yo soy su medio autor. TORRENTE: Ocaña, ¿es éste el zagüán de la fiesta? OCAÑA: No diviso; que tengo las lumbreras algo turbias Adonde oyeres música, repara. TORRENTE: Escucha, que aquí sale[n] Cristina y Dorotea. OCAÑA: Cáigome de sueño.
Salen DOROTEA y CRISTINA como fregonas
DOROTEA: Aquesta tarde, Cristinica amiga, pienso bailar hasta molerme el alma. CRISTINA: Y yo, hasta reventar he de brincarme. ¡Cómo tarda Aguedilla, la del sastre! DOROTEA: ¿Díjote que vendría? CRISTINA: Y Julianilla, la del entallador, con Sabinica, que sirve a la beata en Cantarranas. DOROTEA: Todas son bailadoras de lo fino. En fregando, vendrán. CRISTINA: Como nosotras, que lo dejamos todo hecho de perlas. De la cena no curo: que mi amo dos huevos frescos sorbe, y a Dios gracias. DOROTEA: El mío nunca cena; que es asmático, y con dos bocadillos de conserva que toma, se santigua y se va al lecho. CRISTINA: Y tu ama, ¿qué hace? ¿No se acuesta? DOROTEA: No toméis menos; puesta de rodillas dentro de un oratorio, papa santos dos horas más allá de los maitines. CRISTINA: También es mi señora una bendita, y, por nuestra desgracia, ellas son santas. DOROTEA: Pues, ¿no es mejor, amiga, que lo sean? CRISTINA: No; ni con cien mil leguas. Si ellas fueran resbaladoras de carcaño, acaso tropezaran aquí, y allí rodaran; y, sabiendo nosotras sus melindres, tuviéramos la nuestra sobre el hito: ellas fueran las mozas, y nosotras fuéramos las patronas a baqueta, como dice il toscano. DOROTEA: Verdad dices; que el ama de quien sabe su crïada tiernas fragilidades, no se atreve, ni aun es bien que se atreva, a darle voces, ni a reñir sus descuidos, temerosa que no salgan a plaza sus holguras. CRISTINA: ¿Has visto qué calzado trae Lorenza, la que sirve al letrado boquituerto? ¿Quién se le dio, si sabes? DOROTEA: Un su primo donado, que es un santo. CRISTINA: ¡Ay Dorotea, cómo los canonizas! DOROTEA: Oye, hermana, que los músicos suenan, y el barbero, gran bailarín, es éste que aquí sale. MUÑOZ: ¡Vive el cielo!, que es cosa de los cielos el entremés. OCAÑA: Aquel viejo me enfada; que le he da dar, pondré, una bofetada.
[Salen] los MÚSICOS y el BARBERO, danzando al son deste romance
[MÚSICOS]: De los danzantes la prima es este barbero nuestro, en el compás acertado, y en las mudanzas ligero. Puede danzar ante el rey, y aqueso será lo menos, pues alas lleva en los pies y azogue dentro del cuerpo. Anda, aguija, salta y corre aquí y allí como un trueno, adóranle las fregonas, respétanle los mancebos. OCAÑA: Oíganme, pido atención; no gusto destos paseos, deste dar coces al aire y puntapiés a los vientos. Toquen unas seguidillas, y entendámonos; y advierto que se juegue limpiamente, y sepan que no me duermo. MUÑOZ: ¿Hay tal Ocaña en el mundo? ¿Hay tal lacayo en el cielo? BARBERO: Alto, pues; vayan seguidas. CRISTINA: Sí, amigo, porque bailemos.

MÚSICOS: Madre, la mi madre, guardas me ponéis; que si yo no me guardo, mal me guardaréis. TORRENTE: Esto sí, ¡cuerpo del mundo!, que tiene de lo moderno, de lo dulce, de lo lindo, de lo agradable y lo tierno.

MÚSICOS: Dicen que está escrito, y con gran razón, que es la privación causa de apetito. Crece en infinito encerrado amor; por eso es mejor que no me encerréis: que si yo no me guardo mal me guardaréis. OCAÑA: Ya les he dicho que bailen a lo templado y honesto: que no gusto que se beban de las niñas el aliento. BARBERO: ¡Por vida del so lacayo, que nos deje, que aquí haremos lo que más nos diere gusto! OCAÑA: Bailen: después nos veremos.

MÚSICOS: Es de tal manera la fuerza amorosa que a la más hermosa vuelve en quimera. El pecho de cera, de fuego la gana, las manos de lana, de fieltro los pies: que si yo no me guardo, mal me guardaréis.

TORRENTE: Tampoco a mí me contentan estas vueltas ni floreos: que se requiebran bailando, pues son requiebros los quiebros. MÚSICOS: Señores lacayos, vayan y monden la haza, y déjennos. OCAÑA: Musiquillo de mohatra, canta y calla, que queremos estar aquí a tu pesar. MÚSICOS: Está bien dicho; cantemos. Que tiene costumbre de ser amorosa, como mariposa se va tras su lumbre, aunque muchedumbre de guardas le pongan, y aunque más propongan de hacer lo que hacéis: que si yo no me guardo, mal me guardaréis. TORRENTE: Varilla de volver tripas, no hagas tantos meneos; lagartija almidonada, baila a lo grave y compuesto. DOROTEA: Bodegón con pies, camine, que aquí no le conocemos; calle o pase, porque olisca a lacayo y a gallego. MUÑOZ: Éstas sí que son matracas, que tienen del caballero, de lo ilustre y de lo lindo, de lo propio y lo risueño. OCAÑA: Bailar quiero con Cristina. TORRENTE: No con mi consentimiento. ¿No se acuerda el sor Ocaña que a mí me dio su pañuelo, y que, en fe de ser su cuyo, sobre ella dominio tengo, y que los rayos del sol no la han de tocar, si puedo? OCAÑA: ¿Y no sabe el so Torrente que soy aquel que merezco bailar con un arzobispo, aunque sea el [de] Toledo? CARDENIO: ¿No pasa el baile adelante? OCAÑA: No; que ha de pasar primero de Ocaña la valentía, su venganza y su denuedo. TORRENTE: ¡Ay narices derribadas y tendidas por el suelo! Pero toma esta respuesta: de Tarpeya mira Nero. MUÑOZ: Diole. ¡Mal haya la farsa y el autor suyo primero! Pero yo no di esta traza, ni escribí tal en mis versos. BARBERO: ¡Pasado de parte a parte está el pobre Ocaña! MARCELA: ¡Ay cielos! BARBERO: Yo les tomaré la sangre, que para esto soy barbero. DOROTEA: ¡Mi señora se desmaya! D. [ANTONIO]: Yo tengo la culpa desto, pues que sabía que Ocaña es buzaque en todo tiempo. BARBERO: ¡Paños, estopas, aguijen; tráiganme claras de huevos! CARDENIO: ¡Huye, traidor enemigo; huye, traidor, que le has muerto! TORRENTE: Mire si halla mis narices, porque sin ellas no pienso salir un paso de casa. CARDENIO: ¡Sal, que le has muerto! TORRENTE: ¡No quiero! DOROTEA: ¡Ay, sin ventura, señora! D. [ANTONIO]: Las dos llevadla allá dentro. Miren quién llama a esa puerta. ¡Y la rompen! ¿Qué es aquesto? D. FRANCISCO: Yo pondré que es la justicia, que a los llantos lastimeros destas muchachas acude. CRISTINA: Aqueso tengo yo bueno: que no lloraré una lágrima si viese a mi padre muerto; y más, viéndome vengada destos dos amantes ciegos, importunos, maldicientes, socarrones, sacrílegos, pobres, sobre todo, y ruines: ¡mirad qué extremos extremos!

[Salen] un ALGUACIL y un CORCHETE
ALGUACIL: ¿Qué guitarra es aquésta? CORCHETE: Aquí hay sangre. ¿Qué es aquesto? TORRENTE: Yo soy, que estoy sin narices. OCAÑA: Y yo, que estoy casi muerto. ALGUACIL: No se me vaya ninguno; cierren esas puertas luego. MUÑOZ: De aquí habremos d[e] ir... DOROTEA: ¿Adónde? MUÑOZ: A la cárcel, por lo menos. D. [ANTONIO]: ¿No la habéis echado el agua? DOROTEA: Ya vuelve en sí. CORCHETE: ¿Qué haremos? ¿Han de ir a la cárcel todos? ALGUACIL: El caso sabré primero. TORRENTE: ¡Que tengo de ir a Turpia! OCAÑA: ¡Que esté tan cerca mi entierro! ¡Mete la tienta, cuitado, con más blandura y más tiento! BARBERO: Más de dos palmos le cuela. OCAÑA: Si yo cuatro azumbres cuelo, no es bien se mire conmigo en dos varas más o menos. CORCHETE: Veamos estas narices. TORRENTE: Paso, detente, reniego de tus pies y de tus patas: que las pisas, y tendremos que enderezarlas si acaso quedan chatas. CORCHETE: Yo no veo en el suelo tus narices. TORRENTE: Verdad, porque aquí las tengo. MUÑOZ: ¡Milagro, milagro, y grande! OCAÑA: Tú, compasivo barbero, por lo hueco de una bota entraste la tienta a tiento. D. [ANTONIO]: Luego, ¿todo esto es fingido? OCAÑA: Sí, señor. D. [ANTONIO]: ¡Por Dios del cielo!, que estoy por hacer que salga lo que es fingido por cierto. ¡Desnudar, donde hay mujeres, espadas! TORRENTE: ¡Ah, señor bueno, qué mal sientes de sus bríos! D. [ANTONIO]: Digo que sois majadero. ALGUACIL: Luego, ¿todo aquesto es burla? OCAÑA: Todo aquesto es burla luego, pero después serán veras. CARDENIO: ¡Qué buen relente tenemos! D. FRANCISCO: El picón, por Dios bendito, que ha sido de los más buenos que he visto hacer en mi vida. DOROTEA: ¿Bailaremos más? CRISTINA: Bailemos. MARCELA: No, porque aún no estoy en mí del sobresalto, y deseo reparar el accidente que me ha puesto en recio extremo. D. [ANTONIO]: Entraos, hermana. MARCELA: Vení conmigo vosotras. TORRENTE: Demos sobresaltado remate al principio de sosiego.
[Vanse] CRISTINA, MARCELA y DOROTEA
ALGUACIL: De que todo sea comedia, y no tragedia, me alegro; y así, a mi ronda, señores, con vuestra licencia, vuelvo.
[Vanse] el ALGUACIL y el CORCHETE
CARDENIO: Ocaña y Torrente, digo que el asunto fue discreto del picón, y que se hizo con propiedad en extremo. MUÑOZ: El principio todo es mío, pero no lo fue el progreso; el perulero y Ocaña tienen el diablo en el cuerpo. OCAÑA: Miren la herida por quien metió la tienta el barbero, que, mientras es más profunda, más vida y bien me prometo.
Enseña una bota de vino
TORRENTE: Preguntar quiero otra vez, mis señores mosqueteros, quién ha de llevar la gala de los trocados pañuelos. Pensadlo para otra vez, que en este sitio saldremos con preguntas más agudas, con entremeses más buenos. Y advertid que soy Torrente, perulero por lo menos, y os daré selvas de plata y mil montes de oro llenos. OCAÑA: Hermanos, yo soy Ocaña, lacayo, mas no gallego; sé brindar y sé gastar con amigos cuanto tengo.
[Vanse] todos. [Salen] Don SILVESTRE de Almendárez, el verdadero, con una gran cadena de oro, o que le parezca, y CLAVIJO, su compañero
D. SILVESTRE: Si no llega al retrato su hermosura, y della ha declinado alguna parte, podrá buscar en otra su ventura. CLAVIJO: Señor, lo que yo puedo aconsejarte es que procures que la vista sea la que desta verdad ha de informarte; y si tu prima acaso fuere fea, no faltarán excusas con que impidas el lazo que se teme y se desea: que, a darle el matrimonio por dos vidas, las glorias que no diera la primera, fueran en la segunda prevenidas. Un nudo solo dado a la ligera, aprieta, est[r]echa y liga de tal suerte, que dura hasta la hora postrimera. No fue de Gordïano el lazo fuerte tan duro de romper como este ñudo, que sólo se desata con la muerte. Mancebo eres, pero muy sesudo, y así, de que has de hacer como discreto tan confiado estoy, que en nada dudo. D. SILVESTRE: De seguir tus consejos te prometo.

Ésta es buena coyuntura, porque imagino que es ésta mi prima. CLAVIJO: Como es hoy fiesta, saldrá a misa. D. SILVESTRE: ¡Gran ventura! De mi primo ésta es la casa. Ella es; no hay qué dudar. CLAVIJO: Toda la puedes mirar, si es que descubierta pasa.

Salen MARCELA y DOROTEA, con mantos, y detrás QUIÑONES, con una almohada de terciopelo, y MUÑOZ, que lleva a MARCELA de la mano
MARCELA: Delantero cargó Ocaña, Muñoz, en el entremés. MUÑOZ: ¿No sabes, señora, que es el mayor cuero de España? MARCELA: Desenvainar las espadas, me dio pena. MUÑOZ: Aquellas monas nunca las sacan tizonas, porque todas son coladas. Embebe como esponja vino Ocaña, y aun Torrente bebe como hombre valiente, sin melindre y sin lisonja. MARCELA: ¿Don Silvestre queda en casa? DOROTEA: Sí, señora; y acostado. MARCELA: Mi primo es tan regalado, que ya de lo honesto pasa. ¿Traes, Dorotea, las Horas? DOROTEA: Sí, señora. MUÑOZ: El corazón me dice que hoy el sermón tiene de durar tres horas.
Al pasar, don SILVESTRE y CLAVIJO hacen a MARCELA una gran reverencia, y ella, ni más ni menos
Pero yo le oiré de modo que fastidio no me pille. MARCELA: Luego, ¿no pensáis oílle? MUÑOZ: Alguna parte, no todo.
[Vanse] MARCELA, MUÑOZ, DOROTEA y QUIÑONES
D. SILVESTRE: Ésta es Marcela, mi prima, y el retrato le parece. CLAVIJO: Por cierto que ella merece ser tenida por la prima de hermosura y gentileza, y estaría en perfección grande, si su discreción llega donde su belleza. D. SILVESTRE: Primo y don Silvestre dijo, y que quedaba acostado, y que era muy regalado: ¿qué infieres desto, Clavijo? CLAVIJO: De lo que pueda inferir, ingenio no se resuelve; mas el escudero vuelve, que nos lo podrá decir.
Vuelve MUÑOZ
MUÑOZ: Viejo en pie, largo sermón, temblores de puro frío, y el estómago vacío, no llaman la devoción. Aquí, al sol estaré, en tanto que se quiebra la cabeza este fraile, rica pieza, que todos tienen por santo. CLAVIJO: Díganos, señor galán: ¿quién es aquesta señora que entró de la mano ahora? MUÑOZ: ¿Adónde? CLAVIJO: En San Sebastián.