imprimir

TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La entretenida / parte 9ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA ENTRETENIDA, Part 9 of 9

MUÑOZ:               Es Marcela de Almendárez,
                 doncella la más garrida
                 que vive en toda la corte,
                 más honesta y recogida.
                 Es su hermano don Antonio
                 de Almendárez. Tiene en Indias
                 un hermano de su padre,
                 rico a las mil maravillas,
                 un hijo del cual en casa
                 se huelga a pierna tendida,
                 esperando si de Roma
                 el Padre Santo le envía
                 licencia para casarse
                 con Marcela, que es su prima.
D. SILVESTRE:    ¿Y llámase?
MUÑOZ:                       Don Silvestre
                 de Almendárez, y es de Lima,
                 y a nuestra casa llegó,
                 puedo decir, en camisa,
                 porque en una gran tormenta
                 echó al mar dos mil valijas
                 llenas de tejuelos de oro
                 finísimo y plata fina,
                 y entre ellas fue mi bayeta,
                 que fue oída y no fue vista.
CLAVIJO:         ¡Válame Dios! ¡Grave caso!
MUÑOZ:           Éste que viene podría
                 contaros el caso grave
                 con más luenga narrativa:
                 que se halló presente a todo,
                 con gran dolor de su anima.
D. SILVESTRE:    Ánima, querréis decir.
MUÑOZ:           No me importa a mí una guinda
                 pronunciar con dinguindujes.

[Sale] TORRENTE
TORRENTE: Muñoz, ¿en qué está la misa? MUÑOZ: En el misal: ahora empieza. TORRENTE: ¿Pasó por aquí Cristina? MUÑOZ: Entre la cruz creo que andáis, Torrente, y la agua bendita. Bastan las de vuestro ojos, sin buscar ajenas niñas; que es Ocaña apitonado y sabe mucho de esgrima. TORRENTE: En este caso y en otros, ¿mondo yo, por dicha, níspolas? Y, cuando no, su cabeza tiene de guardar la mía.
[Sale] un CARTERO destos que andan por la corte dando las cartas del correo
CARTERO: ¿Don Antonio de Almendárez, saben dónde vive, a dicha, señores? MUÑOZ: Hombre de bien, a la vuelta, en una esquina. ¿Son de Roma? CARTERO: Sí, señor. MUÑOZ: La dispensación sería que aguarda el gran peregrino y la en beldad peregrina. ¿Cuánto es el porte? CARTERO: Un escudo. MUÑOZ: ¡Hoste, puto! Vaya y diga al mayordomo de casa que le pague y la reciba.
[Vase] el CARTERO
TORRENTE: Agora sí que tendremos gusto abierto y rica jira, regodeos hasta el tope, lautas y limpias comidas. Mudaremos este pelo de sayal con cebollinas martas. MUÑOZ: Procurad que sean ajunas, que sean más finas.

Con tantos gustos, sin duda, que olvidaréis la tormenta que pasastes, que, a mi cuenta, debió ser en la Bermuda: que siempre en aquel paraje hay huracanes malignos. TORRENTE: Tanto, que de peregrinos hicimos pleito homenaje yo y mi señor don Silvestre; mas yo tengo por lunático quien sube en caballo acuático, cuando le tiene terrestre. A la sorda y a la muda íbamos muy sin placer, cuando llegamos a ver la venta de la Barbuda; pero tenía cerradas las puertas, si viene a mano, y no hay fïarse cristiano de viejas que son barbadas. D. SILVESTRE: Y la canal de Bahama, ¿pasóse sin detrimento? TORRENTE: Otra canal yo no siento que aquesta por do derrama sus dulces licores Baco. CLAVIJO: ¿Dónde se alijó el navío? TORRENTE: No le alijó el señor mío, que le tuvo por bellaco; y más, que espera tener hijos en su prima hermosa. MUÑOZ: La respuesta, aunque graciosa, nos ha de echar a perder. D. SILVESTRE: ¿En el golfo de las Yeguas sería el trance crüel? TORRENTE: Creo que pasamos dél desvïados cuatro leguas. CLAVIJO: ¿Y dónde se tomó tierra? TORRENTE: En el suelo. D. SILVESTRE: Dice bien. MUÑOZ: Vuesas mercedes nos den licencia. D. SILVESTRE: Donaire encierra el peregrino, en verdad: que, si aspirara a piloto, que yo le diera mi voto con poca dificultad, porque describe los puertos y los golfos bravamente. MUÑOZ: Es estimado Torrente de los pilotos más ciertos que encierra Guadalcanal, Alanís, Jerez, Cazalla. TORRENTE: Baco en sus Indias se halla, pasando por mi canal. MUÑOZ: Si la plática no atajo en ocasión oportuna, vos os veis, sin duda alguna, Torrente amigo, en trabajo.

[Vanse] TORRENTE y MUÑOZ. Salen Don ANTONIO, Don FRANCISCO y Don AMBROSIO (trae un papel en la mano)
D. AMBROSIO: Si desto albricias no dais, o esta verdad no creéis, ni de mi mal os doléis, ni de mi bien os holgáis. Tras la noche triste mía, amarga, lóbrega, escura, hizo salir la ventura claro sol y alegre día. Por las levantadas cumbres de imposibles que temí, mi luz clara salir vi llena de piadosas lumbres, que como nortes me guían al puerto con dulces modos, y de los peligros todos del mar de amor me desvían. Ya Marcela ha parecido, y con esa letra y firma todos mis bienes confirma; ya, cual veis, soy su marido. D. [ANTONIO]: ¿Sabéis vos que ésta es su mano y firma? D. AMBROSIO: Sin duda alguna. D. [ANTONIO]: Con tan próspera fortuna, bien es que os mostréis ufano; pero de su padre sé que la casa en otra parte. D. AMBROSIO: Él ni nadie será parte a que se rompa la fe que con sangre vien[e] escrita en ese papel que veis. D. [ANTONIO]: Haga Amor que la gocéis luengo tiempo en paz bendita. Tomad, y hágaos buen provecho vuestra ventura extremada. D. FRANCISCO: La mujer determinada pone a todo trance el pecho. Pero veis aquí do viene, el padre de vuestra esposa. D. AMBROSIO: Esperarle aquí no es cosa que a mis designios conviene.
[Sale] el PADRE de Marcela, y vase AMBROSIO, y entra también OCAÑA
PADRE: Como fue demanda honesta la que os hice, vengo a ver si vino a corresponder con mi intención la respuesta, que ya en público la pido: que no quiero que rodeos encubran que mis deseos no son de padre advertido. Daré al señor don Antonio..., deste modo lo diré, ...mi alma, pues le daré a mi hija en matrimonio. En ella le daré esposa bien nacida, cual se sabe, y aun estremo adonde cabe el mayor de ser hermosa; una niña a quien apenas el sol ni el viento han tocado; un armiño aprisionado con religiosas cadenas; una que son sus cuidados de simple y tierna doncella; y ofrezco en dote con ella de renta dos mil ducados. D. [ANTONIO]: Con mucho gusto, señor don Pedro Osorio, hiciera lo que tan bien me estuviera, mirando a vuestro valor; mas la señora Marcela ha ganado por la mano a vuestro intento tan sano, que en honrarla se desvela: ella se ha escogido esposo, que es el que salió de aquí. PADRE: ¿Mi hija Marcela? D. FRANCISCO: Sí. PADRE: Padre triste, viejo astroso, ¿qué escuchas? ¿Cómo es aquesto? D. FRANCISCO: Una cédula le ha dado de su mano, donde ha echado de lo que es amor el resto. PADRE: ¿Será falsa? D. FRANCISCO: Podría ser; pero imagino que no. PADRE: Pues, ¿para qué os la mostró? D. [ANTONIO]: Turba el sentido el placer.

[PADRE]: Primero que él la vea, primero que él la toque, primero que la goce, ha de perder la vida, o yo la mía. ¡Que venga un embustero, con sus manos lavadas, y no limpias por esto, y el alma os robe y saque de las carnes...! Mitades son del alma los hijos; mas las hijas son mitad más entera, por cuyo honor el padre ha de ser lince. OCAÑA: Por Cristo benditísimo, que la razón le sobra por cima los tejados a este pobre señor, de quien me duelo. ¡Que aquestos pisaverdes, aquestos tiquimiquis de encrespados copetes, se anden a pescar bobas con embustes...! D. [ANTONIO]: Majadero, ¿qué es esto? OCAÑA: Yo callo y me arrepiento de lo dicho. D. [ANTONIO]: Mostrenco, ¿de cuándo acá os metéis vos en docena? OCAÑA: ¡Que no pueda hacer baza yo con este mi amo, y, si a las discreciones jugamos, quince y falta puedo darle...! PADRE: No os quiero pedir nada, ni es razón que os la pida, hijo, que, si lo fuérades, remozara mis canas y mis días. ¡Hijas inobedientes, que al curso de los años anticipáis el gusto, destrúyaos Dios, los cielos os maldigan!

[Vase] el PADRE
D. [ANTONIO]: ¡Mi gozo está en el pozo! D. FRANCISCO: ¿Y si es falsa la cédula? D. [ANTONIO]: Aunque lo sea, amigo, ya el honor titubea de Marcela. Cuanto más, que se sabe que es bueno don Ambrosio, y no levantaría tan grande testimonio. D. FRANCISCO: Así lo creo. D. [ANTONIO]: Doncella de escritorios, de públicas audiencias, de pruebas y testigos, no es para mí. OCAÑA: ¡Sentencia aristotélica!
[Salen] TORRENTE y CARDENIO
TORRENTE: ¿A cuándo, cuitado, aguardas? ¿Qué diligencias has hecho que te sean de provecho? ¿A qué esperas? ¿A qué tardas? Lugar tienes y ocasión para rogar y fingir. CARDENIO: Yo tengo para morir, no para hablar, corazón. TORRENTE: Tu silencio ha de ser causa de toda tu desventura. CARDENIO: Su honestidad y hermosura ponen en mi intento pausa. Al cabo habré de morir callando. TORRENTE: ¡Qué simple amante! CARDENIO: Medroso, mas no ignorante. TORRENTE: Todo lo puedes decir.
[Salen] MARCELA, DOROTEA, MUÑOZ, CRISTINA, y QUIÑONES
MARCELA: La torpeza en vos se halla; caminad, que os valga Dios. OCAÑA: Uno a uno, dos a dos, juntado se ha gran batalla.
[Salen] SILVESTRE y CLAVIJO
D. SILVESTRE: ¿Un don Silvestre está aquí que tiene por sobrenombre Almendárez? CARDENIO: Gentilhombre, yo soy. ¿Qué queréis de mí? D. SILVESTRE: Dadme, señor, vuestros pies, que soy grande servidor de vuestro padre. CARDENIO: Señor, cortés, mas no tan cortés. D. SILVESTRE: Diez mil pesos ensayados, con vos, me escribe mi padre, me envía, y tres mil mi madre. TORRENTE: Pesos serán bien pesados. Catorce mil se tragó el mar, como soy testigo. D. SILVESTRE: Trece mil son los que digo. TORRENTE: Catorce mil digo yo. CARDENIO: Es verdad; yo recebí, señor, todo ese dinero; pero el mar... CLAVIJO: Aquí no hay pero. D. SILVESTRE: Yo responderé por mí; callad vos. También me envía de vuestra prima un retrato. TORRENTE: Sorbiósele el mar ingrato sin guardarle cortesía. Pensamos que se amansara tocándole su figura, y por respeto y mesura en su lecho se acostara; pero fue tan mal mirado, que alzó montes sobre montes, y escondió los horizontes y aun la faz del sol dorado. MARCELA: No era reliquia el retrato. CLAVIJO: No; pero si él le arrojara con devoción, se mostrara manso el mar y el cielo grato. TORRENTE: Todo esto en la memoria no está, Muñoz, que nos diste, y si nos caen en el chiste, nuestra desdicha es notoria. D. SILVESTRE: ¿Vuesa merced tiene, acaso, otro hermano? CARDENIO: Sí, señor. MUÑOZ: No, señor. ¡Oh grande error! ¡Mil sustos de muerte paso! CLAVIJO: ¿Cómo se llama? TORRENTE: Don Juan de Almendárez. D. SILVESTRE: ¿Qué ed[a]d tiene? TORRENTE: Aquella que le conviene. OCAÑA: Examinándoles van, y yo no sé para qué. D. SILVESTRE: ¿Tocaron en la Bermuda? TORRENTE: Ya he dicho desa Barbuda otra vez lo que yo sé. D. SILVESTRE: No ingenio, mas ignorancia, es fabricar la maldad, de quien está la verdad, no dos dedos de distancia. Yo soy, señor don Antonio, vuestro primo verdadero, y de ser éste embustero darán claro testimonio mis papeles y el retrato de mi señora Marcela. MUÑOZ: ¡El alma se me revela! ¡Si hoy no me muero, me mato! D. SILVESTRE: Dadme, señora, esos pies por vuestro primo y esposo. D. FRANCISCO: ¡Éste es caso prodigioso! MARCELA: Cortés, mas no tan cortés. TORRENTE: Tres días ha, desventurado, que, por no querer hablar, te has de ver, a bien librar, en galeras y azotado. Embistiérasla, malino, y no aguardaras a verte en la desdichada suerte y en el traje peregrino. D. FRANCISCO: ¿Quién eres? CARDENIO: Un estudiante. TORRENTE: Y yo su capigorrón, que tengo de socarrón harto más que de ignorante. CARDENIO: Solicitóme el amor a entrar en esta conquista a la sombra de una lista... TORRENTE: Que la escribió este traidor de Muñoz. MUÑOZ: ¡Dios sea conmigo! ¡Llegó de Muñoz el fin! D. [ANTONIO]: ¡Ah escudero viejo y ruin! OCAÑA: Eso pido y eso digo. CARDENIO: Estos soles sobrehumanos, por quien mi mal crece y mengua, pusieron freno a mi lengua, como esposas a mis manos. En los rayos de sus ojos se despuntaban los míos, y nunca mis desvaríos llegaron a darla enojos. Si me queréis castigar, primero advertid, señores, que los yerros por amores son dignos de perdonar. D. [ANTONIO]: En albricias, el perdón te diera, mas ten aviso que el Pontífice no quiso conceder dispensación entre mi primo y mi hermana. MARCELA: Casamientos de parientes tienen mil inconvenientes. CLAVIJO: El favor todo lo allana. Yo iré a Roma, y la traeré. D. SILVESTRE: Yo, aunque primo verdadero, ni quedarme en casa quiero, ni poner en ella el pie: que la honra de mi prima ha de ir contino adelante, sin que haya otro estudiante que la asombre o que la oprima. CRISTINA: ¿No ha de haber un casamiento en esta casa jamás? OCAÑA: Tú, Cristina, le harás, si te ajustas a mi intento. CRISTINA: Yo me ajusto al de Quiñones. QUIÑONES: Pues yo no me ajusto al tuyo. CRISTINA: ¿Tú, para no ser mi cuyo, hallas razón? QUIÑONES: Y razones. CRISTINA: Ocaña, si me deseas, vesme aquí. OCAÑA: No es mi linaje tal, que lo que arroja un paje escoja yo, ni tal creas. TORRENTE: A no estar temiendo aquí la penca de algún verdugo, ese arrojado mendrugo le tomara para mí. CRISTINA: ¡Malos años y mal mes! TORRENTE: Acordársete debía, facinorosa arpía, del pañuelo y entremés. MARCELA: Con licencia de mi hermano y de mi primo, yo quiero sentenciar al escudero y al gran embustero indiano. Trocará la mano el juego a cuyas leyes me arrimo: quedarse ha en casa mi primo, y él se salga della luego. Lleve su vergüenza a cuestas, que es la venganza mayor que puede tomar Amor de invenciones como aquéstas. A Muñoz le doy la pena que da el arrepentimiento y el destierro. MUÑOZ: Yo bien siento ser ángel el que condena. Mi alma no se alboroza con sentencia que es tan pía, pues ve que yo merecía azotes, si no coroza. OCAÑA: Bien haya la lacayuna humilde y valiente raza, pues que traiciones no traza para subir su fortuna. Junto a la caballeriza, y al olor de su caballo, con sus bríndez, siento y hallo que sus gustos soleniza. CRISTINA: De Quiñones desechada, y de Ocaña no escogida, aún no he de quedar perdida, porque espero ser ganada. Hace quien se desespera un grandísimo pecado, y es refrán muy bien pensado que tal vendrá que tal quiera. DOROTEA: Yo sola soy sin ventura. Es tan corto el hado mío, que no ha alcanzado mi brío lo que impide la hermosura. Nunca he sido requebrada, ni sé amor a lo que sabe; mas esto y mucho más cabe en la ventura quebrada. TORRENTE: Siento en aqueste desastre sólo el perder a Cristina. MUÑOZ: Camina, Muñoz, camina, pobre, sin bayeta y sastre.
[Vase]
DOROTEA: Sin Marcela, don Antonio, se entra amargo el corazón.
[Vase]
D. SILVESTRE: Y yo sin dispensación.
[Vase]
CRISTINA: Cristina sin matrimonio.
[Vase]
CLAVIJO: Yo seguiré de mi amigo los pasos, medio contento.
[Vase]
D. FRANCISCO: Yo alabaré el pensamiento de don Antonio, a quien sigo.
[Vase]
MARCELA: Yo quedaré en mi entereza, no procurando imposibles, sino casos convenibles a nuestra naturaleza.
[Vase]
OCAÑA: Esto en este cuento pasa: los unos por no querer, los otros por no poder, al fin ninguno se casa. Desta verdad conocida pido me den testimonio: que acaba sin matrimonio la comedia Entretenida.
[Vase]

FIN DE LA COMEDIA