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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El gallardo español / parte 7ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

TERCERA JORNADA

alen los Reyes del CUCO y ALABEZ, don FERNANDO, de moro; ALIMUZEL, ARLAXA y MARGARITA

CUCO:                Hermosísima Arlaxa: tu belleza
                 puede volver del mesmo Marte airado
                 en mansedumbre su mayor braveza,
                 y dar leyes al mundo alborotado.
ALABEZ:          Puedes, con tu estremada gentileza,
                 suspender los estremos del cuidado
                 que amor pone en el alma que cautiva,
                 y hacer que en gloria sosegada viva.
CUCO:                Puede la luz desos serenos ojos
                 prestarla al sol, y hacerle más hermoso;
                 puede colmar el carro de despojos
                 del dios antojadizo y riguroso.
ALABEZ:          Puede templar la ira, los enojos
                 del amante olvidado y del celoso;
                 puedes, en fin, parar, sin duda alguna,
                 el curso volador de la Fortuna.
ARLAXA:              Nace de vuestra rara cortesía
                 la sin par que me dais dulce alabanza,
                 porque no llega la bajeza mía
                 adonde su pequeña parte alcanza.
                 Tendré por felicísimo este día,
                 pues en él toma fuerzas mi esperanza
                 de ver mis aduares mejorados,
                 viendo a sus robadores castigados.
                     Cien canastos de pan blanco apurado,
                 con treinta orzas de miel aún no tocada,
                 y del menudo y más gordo ganado
                 casi os ofrezco entera una manada;
                 dulce lebeni en zaques encerrado,
                 agrio yagurt. Y todo aquesto es nada
                 si mi deseo no tomáis en cuenta,
                 que en su virtud la dádiva se aumenta.
CUCO:                Admitimos tu oferta, y prometemos
                 de vengarte de aquel que te ha ofendido;
                 que, en fe de haberte visto, bien podemos
                 mostrar el corazón algo atrevido.
ALABEZ:          Arlaxa, queda en paz, porque tenemos
                 el tiempo limitado y encogido.
ARLAXA:          Viváis alegres siglos y infinitos,
                 reyes del Cuco y Alabez invitos.

Vanse los reyes

                     Vuelve a seguir tu comenzada historia,
                 cristiana, sin que dejes cosa alguna
                 que puedas reducir a la memoria
                 de tu adversa o tu próspera fortuna.
MARGARITA:       Pasadas penas en presente gloria
                 el contarlas la lengua no repugna;
                 mas si el mal está en ser que se padece,
                 al contarle, la lengua se enmudece.

                     Quedé, si mal no me acuerdo,
                 en una mala respuesta
                 que dio mi bizarro hermano
                 a un caballero de prendas,
                 el cual, por satisfacerse,
                 muy malherido le deja.
                 Ausentóse y fuese a Italia,
                 según después tuve nuevas.
                 Tardó mi hermano en sanar
                 mucho tiempo, y no se acuerda
                 en mucho más de su hermana,
                 como si ya muerta fuera.
                 Vi que volaban los tiempos,
                 y que encerraban las rejas
                 el cuerpo, mas no el deseo,
                 que es libre y muy mal se encierra.
                 Vi que mi hermano aspiraba,
                 codicioso de mi hacienda,
                 a dejarme entre paredes,
                 medio viva y medio muerta.
                 Quise casarme yo misma;
                 mas no supe en qué manera
                 ni con quién; que pocos años
                 en pocos casos aciertan.
                 Dejóme un viejo mi padre,
                 hidalgo y de intención buena,
                 con el cual me aconsejase
                 en mis burlas y en mis veras.
                 Comuniquéle mi intento;
                 respondióme que él quisiera
                 que el caballero que tuvo
                 con mi hermano la pendencia,
                 fuera aquel que me alcanzara
                 por su legítima prenda,
                 porque eran tales las suyas,
                 que por estremo se cuentan.
                 Pintómele tan galán,
                 tan gallardo en paz y en guerra,
                 que en relación vi a un Adonis,
                 y a otro Marte vi en la Tierra.
                 Dijo que su discreción
                 igualaba con sus fuerzas,
                 puesto que valiente y sabio
                 pocas veces se conciertan.
                 Estaba yo a sus loores
                 tan descuidada y atenta,
                 que tomó el pincel la fama,
                 y en el alma las asienta;
                 y amor, que por los oídos
                 pocas veces dicen que entra,
                 se entró entonces hasta el alma
                 con blanda y honrada fuerza;
                 y fue de tanta eficacia
                 la relación verdadera,
                 que adoré lo que los ojos
                 no vieron ni ver esperan;
                 que, rendida a la inclemencia
                 de un antojo honrado y simple,
                 mudé traje y mudé tierra.
                 A mi sabio consejero
                 fuerzo a que conmigo venga;
                 que ánimo determinado,
                 de imposibles no hace cuenta.

ARLAXA:              No te suspendas; prosigue
                 tu bien comenzado cuento,
                 que ninguna cosa siento
                 en él que a gusto no obligue,
                     y aun a pesar.
D. FERNANDO:                       (Y es de modo,     Aparte
                 según que voy discurriendo,
                 que al alma va suspendiendo
                 con la parte y con el todo.)

MARGARITA:           Enamorada de oídas
                 del caballero que dije,
                 me salí del monesterio,
                 y en traje de hombre vestíme.
                 Dejé el hermano y la patria,
                 y, entre alegre y entre triste,
                 con mi consejero anciano
                 a la bella Italia vine.
                 De la mitad de mi alma,
                 para que yo más le estime,
                 supe allí que en estacada
                 venció a tres, y quedó libre,
                 y que la parlera fama,
                 que más de lo que oye dice,
                 le trujo a encerrar a Orán,
                 que espera el cerco terrible.
                 En alas de mi deseo,
                 desde Nápoles partíme;
                 llegué a Orán, facilitando
                 cualquier dudoso imposible,
                 y, apenas pisé su arena,
                 cuando alborotada fuime
                 a saber, sin preguntallo,
                 de quien me tiene tan triste.
                 Dél supe, y pluguiera al cielo,
                 que consuela a los que aflige,
                 que nunca yo lo supiera.
D. FERNANDO:     Di presto lo que supiste.
MARGARITA:       Supe que a volverse moro,
                 cosa, a pensarla, imposible,
                 dejó los muros de Orán,
                 y que en vuestra secta vive.
                 Yo, por no vivir muriendo
                 entre sospechas tan tristes,
                 a trueco de ser cautiva,
                 todo el hecho saber quise;
                 y así, arrojada y ansiosa,
                 entre los cristianos vine,
                 de quien fue Nacor la guía,
                 que los trujo a lo que vistes.
                 Ya me quedé, y soy cautiva,
                 y ya os pregunto si vistes
                 a este cristiano que busco,
                 o a este moro que acogistes.
                 Llamábase don Fernando
                 de Saavedra, de insignes
                 costumbres y claro nombre,
                 como su fama lo dice.
                 Por él y por mi rescate,
                 si dél sabéis, se apercibe
                 mi lengua a ofreceros tanto,
                 que pase de lo posible.
                 Ésta es mi historia, señores;
                 nunca alegre, siempre triste;
                 si os he cansado en contalla,
                 lo que me mandastes hice.

ARLAXA:              Cristiana, de tu dolor
                 casi siento la mitad;
                 que tal vez curiosidad
                 fatiga como el amor.
                     Y al que te enciende en la llama
                 de amor con tantos extremos,
                 como tú, le conocemos
                 solamente por la fama.
ALIMUZEL:            ¿Debajo de cuál estrella
                 ese cristiano ha nacido,
                 que aun de quien no es conocido
                 los deseos atropella?
                     Ese amigo por quien lloras,
                 y en quien pones tus tesoros,
                 las vidas quita a los moros,
                 y las almas a las moras.
D. FERNANDO:         Que no es moro está en razón;
                 que no muda un bien nacido,
                 por más que se vea ofendido,
                 por otra su religión.
                     Puede ser que a ese español,
                 que agora tanto se encubre,
                 alguna causa le encubre,
                 como alguna nube al sol.
                     Mas dime: ¿quién te asegura
                 que, después de haberle visto,
                 quede en tu pecho bienquisto?
                 Que engendra amor la hermosura,
                     y si él carece della,
                 como imagino y aun creo,
                 faltando causa, el deseo
                 faltará, faltando en ella.
MARGARITA:           La fama de su cordura
                 y valor es la que ha hecho
                 la herida dentro del pecho:
                 no del rostro la hermosura;
                     que ésa es prenda que la quita
                 el tiempo breve y ligero,
                 flor que se muestra en enero,
                 que a la sombra se marchita.
                     Ansí que, aunque en él hallase
                 no el rostro y la lozanía
                 que pinté en mi fantasía,
                 no hay pensar que no le amase.
D. FERNANDO:         Con esa seguridad,
                 presto me ofrezco mostrarte
                 al que puede asegurarte
                 el gusto y la libertad.
                     Muda ese traje indecente,
                 que en parte tu ser desdora,
                 y vístete en el de mora,
                 que la ocasión lo consiente;
                     y con Arlaxa y Muzel
                 los muros de Orán veremos,
                 donde, sin duda, hallaremos
                 tu piadoso o tu crüel;
                     que no es posible dejar
                 de hallarse en aquesta guerra,
                 si no le ha hundido la tierra
                 o le ha sorbido la mar.
                     Alimuzen, no te tardes;
                 ven, y mira que es razón;
                 que en semejante ocasión
                 no es bien parecer cobarde[s].
ALIMUZEL:            Haz cuenta que a punto estoy.
ARLAXA:          A mí nada me detiene.
MARGARITA:       Ya veis si a mí me conviene
                 seguiros.
D. FERNANDO:                 Pues pase hoy;
                     y mañana, cuando dan
                 las aves el alborada,
                 demos a nuestra jornada
                 principio y al fin de Orán.
                     ¿Queda así?
ALIMUZEL:                          No hay que dudar.
ARLAXA:          ¿Cómo te llamas, señora?
MARGARITA:       Margarita; mar do mora[n]
                 gustos que me han de amargar.
ARLAXA:              Ven, que el amor favorece
                 siempre a honestos pensamientos.
D. FERNANDO:     (¡Qué atropellados contentos
[Aparte]
                 la ventura aquí me ofrece!)

[Vanse] todos.  Sale BUITRAGO, solo, a la
muralla

[BUITRAGO]:          ¡Arma, arma, señor, con toda priesa!;
                 porque en el charco azul columbro y veo
                 pintados leños de una armada gruesa
                 hacer un medio círculo y rodeo;
                 el viento el remo impele, el lienzo atesa;
                 el mar tranquilo ayuda a su deseo.
                 Arma, pues, que en un vuelo se avecina,
                 y viene a tomar tierra a la marina.

A la muralla, el Conde [don ALONSO] y
GUZMA´N

D. ALONSO:           Turcos cubren el mar, moros la tierra;
                 don Fernando de Cárcamo al momento
                 a San Miguel defienda, y a la guerra
                 se dé principio con furor sangriento.
                 Mi hermano, que en Almarza ya se encierra,
                 mostrará de quién es el bravo intento;
                 que este perro, que nunca otra vez ladre,
                 es el que en Mostagán mordió a su padre.
GUZMÁN:              Mal puedes defenderle la ribera.
D. ALONSO:       No hay para qué, si todo el campo cubre
                 del Cuco y Alabez la gente fiera,
                 tanta, que hace horizonte lo que encubre,
                 y los que van poblando la ladera
                 de aquel cerro empinado que descubre
                 y mira esento nuestros prados secos,
                 son los moros de Fez y de Marruecos.
                     Coronen las murallas los soldados,
                 y reitérese el arma en toda parte;
                 estén los artilleros alistados,
                 y usen certeros de su industria y arte;
                 los a cosas diversas diputados
                 acudan a su oficio, y dese a Marte
                 el que a Venus se daba, y haga cosas
                 que sean increíbles de espantosas.


[Vanse] de la muralla el Conde [don ALONSO] y
GUZMÁN

BUITRAGO:            Ánimas, si queréis que al ejercicio
                 vuelva de mis plegarias y rosario,
                 pedid que me haga el cielo beneficio
                 que siquiera no falte el ordinario;
                 que, aunque de Marte el trabajoso oficio
                 en mi estómago pide estraordinario,
                 con diez hogazas que me envíe, sienta
                 que a seis bravos soldados alimenta.

[Vase], y suenan chirimías y cajas.  [Salen] AZÁN
Bajá y BAIRÁN con [los] rey[es] del CUCO y
ALABEZ

BAIRÁN:              Don Francisco, el hermano del valiente
                 don Juan, que naufragó en la Herradura,
                 apercibe gran número de gente,
                 y socorrer a esta ciudad procura.
                 Don álvaro Bazán, otro excelente
                 caballero famoso y de ventura,
                 tiene cuatro galeras a su cargo,
                 y éste ha de ser de tu designio embargo.
AZÁN:                Su arena piso ya; de Orán colijo
                 no aquella lozanía que dijiste:
                 sólo por tocar arma ya me aflijo,
                 y ver quién será aquel que me resiste.
ALABEZ:          Quien al padre venció vencerá al hijo.
                 No hay que esperar, ¡oh grande Azán!, embiste;
                 que el tiempo que te tardas, ése quitas
                 a tus vitorias raras e infinitas.

[Salen] a esta sazón ARLAXA y MARGARITA, en hábito
de mor[a]; Don FERNANDO
como moro, y ALIMUZEL

CUCO:                Tienes presente, ¡oh rey Azán!, la gloria
                 de la &áacute;frica y la flor de Berbería;
                 un ángel es que anuncia tu vitoria,
                 que el cielo, donde él vive, te le envía.
AZÁN:            Tendré yo para siempre en la memoria
                 esta merced, ¡oh gran señora mía!,
                 bella y sin par Arlaxa, en cuanto el cielo
                 pudo de bien comunicar al suelo.
                     ¿Qué buscas entre el áspero ruïdo
                 del cóncavo metal, que, el aire hiriendo,
                 no ha de llevar a tu sabroso oído
                 de Apolo el son, mas el de Marte horrendo?
ARLAXA:          El tantarán del atabal herido,
                 el bullicio de guerra y el estruendo
                 de gruesa y disparada artillería
                 es para mí süave melodía.
                     Cuanto más, que yo vengo a ser testigo
                 de tus raras hazañas y excelentes,
                 y a servirte estos dos truje conmigo,
                 que cuanto son gallardos son valientes.
AZÁN:            De agradecer tanta merced me obligo
                 cuando corran los tiempos diferentes
                 de aquéstos, porque el fruto de la guerra
                 en la paz felicísima se encierra.