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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El laberinto de amor / parte 1ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

EL LABERINTO DE AMOR, Part 1 of 9

EL LABERINTO DE AMOR

Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA

Salen dos CIUDADANOS de Novara, y el duque ANASTASIO, en hábito de labrador
ANASTASIO: Señores, ¿es verdad lo que se suena; que apenas treinta millas de Novara está Manfredo, duque de Rosena? CIUDADANO 1: Si esa verdad queréis saber más clara, aquí un embajador del duque viene, que bien la nueva y su llegada aclara. En Roso y sus jardines se entretiene, hasta que nuestro duque le dé aviso para venir al tiempo que conviene. ANASTASIO: ¿Y es Manfredo galán? [CIUDADANO] 2: Es un Narciso, según que sus retratos dan la muestra, y aun le va bien de discreción y aviso. ANASTASIO: ¿Y Rosamira, la duquesa vuestra, pone de voluntad el yugo al cuello? [CIUDADANO] 1: Nunca al querer del padre fue siniestra; cuanto más, que se vee que gana en ello, siendo el duque quien es. ANASTASIO: Así parece; aunque, con todo, algunos dudan dello: [CIUDADANO] 2: Del duque es esta guarda que se ofrece, y aquí el embajador vendrá, sin duda. [CIUDADANO] 1: Mucho le honra el duque. [CIUDADANO] 2: Él lo merece.
[Sale] el DUQUE Federico de Novara y el EMBAJADOR de el de Rosena, con acompañamiento, [entre ellos una GUARDIA]
DUQUE: Diréis también que a recrearse acuda. Y que en Módena o Reza se entretenga mientras del tiempo este rigor se muda, para que en este espacio se prevenga a su venida tal recebimiento, que más de amor que de grandeza tenga; añadiréis el singular contento que con sus donas recibió su esposa, y más de su llegada a salvamento. EMBAJADOR: Tu condición, señor, tan generosa, me obliga a que me haga lenguas todo para decir el bien que en ti reposa; pero, aunque no las tenga, me acomodo a decir por extenso al señor mío de tus grandezas el no visto modo. [DUQUE]: Dellas no, mas de vos muy más confío.
[Sale] DAGOBERTO, hijo del duque de Utrino
DAGOBERTO: Si no supiera, ¡oh sabio Federico!, gran duque de Novara generoso, que sabes bien quién soy, y que me aplico contino al proceder más virtüoso, juro por lo que puedo y certifico que a este trance viniera temeroso; mas tráeme mi bondad aquí sin miedo, para decir lo que encubrir no puedo. Tu honra puesta en deshonrado trance está por quien guardarla más debiera, haciendo della peligroso alcance la fama, en esta parte verdadera. Forzosa es la ocasión, forzoso el lance; las riendas he soltado en la carrera: imposible es parar hasta que diga lo que una justa obligación me obliga. Tu hija Rosamira en lazo estrecho yace con quien pudiera declarallo, si a la grande importancia deste hecho tocara con la lengua publicallo. Impide una ocasión lo que el derecho pide, y así, es forzoso el ocultallo; basta que esto es verdad, y que me obligo a probar con las armas lo que digo. Digo que en deshonrado ayuntamiento se estrecha con un bajo caballero, sin tener a tus canas miramiento, ni a la ofensa de Dios, que es lo primero. Y a probar la verdad de lo que cuento diez días en el campo armado espero; que ésta es la vía que el derecho halla; do no hay testigos, suple la batalla. DUQUE: Confuso estoy; no sé qué responderte; considero quién eres, e imagino que sólo la verdad pudo traerte a cerrar de mis glorias el camino. ¿Quién dará medio a estremos de tal suerte? Es el que acusa un príncipe de U[t]rino; la acusada, mi hija; él, sabio y justo; ella, cortada de la honra al justo. A que te crea tu valor me incita, puesto que la bondad de Rosamira tiene perpleja el alma, y solicita que no confunda a la razón la ira. Mas, si es que en parte la sospecha quita, o muestra la verdad o la mentira, la confesión del reo, oílla quiero, por ver si he de ser padre o juez severo. Traigan a Rosamira a mi presencia, que es bien que la verdad no se confunda: que el reo a quien le libra su inocencia, la avisa en gloria y en su honor redunda. EMBAJADOR: Dame, señor, para partir licencia; que, aunque entiendas que el príncipe se funda en claro o en confuso testimonio, borrado ha de Manfredo el matrimonio. Calunia tal, o falsa o verdadera, deshará más fundadas intenciones: que no es prenda la honra tan ligera que se deba traer en opiniones. Mira si mandas otra cosa. DUQUE: Espera; quizá verás que sin razón te pones a llevar a Manfredo aquesta nueva, hasta que veas más fundada prueba. Tráiganme aquí a mi hija. GUARDIA: Ya son idos por ella. DAGOBERTO: ¿Poca prueba te parece la verdad que en mis hechos comedidos y en mis palabras la razón ofrece? DUQUE: Yo he visto engaños por verdad creídos. DAGOBERTO: El que dellos se precia bien merece que su verdad se tenga por mentira.
[Sale] ROSAMIRA
GUARDIA: Ya viene mi señora Rosamira. ROSAMIRA: ¿Qué prisa es ésta, buen señor? DUQUE: ¿Qué pri[e]sa? Dirála ahora el príncipe de Utrino. DAGOBERTO: Diréla, y sabe Dios cuánto me pesa el venirla a decir por tal camino. Yo he dicho, ¡oh, hermosísima duquesa!, lo que callarlo fuera desatino: he dicho que, con torpe ayuntamiento, un caballero está de ti contento; copia de ti le haces en secreto. Y esta prueba remítola a mi espada, que ha de ser el testigo más perfecto que se halle en la causa averiguada; y esto será cuando deste aprieto se admita tu disculpa mal fundada; mas sabes que es tan cierta ésta tu culpa, que no te has de atrever a dar disculpa. DUQUE: ¿Qué dices, hija? ¿Cómo no respondes? ¿Empáchate el temor, o la vergüenza? Sin duda quieres, pues el rostro ascondes, que tu contrario sin testigos venza. ¡Mal a quien eres hija correspondes! DAGOBERTO: Con la verdad bien es que se convenza. DUQUE: Culpada estáis, indicio es manifiesto tu lengua muda, tu inclinado gesto. ¿Quién fue el traidor que te engañó, cuitada? ¿O cuál [fue el que] la honra me ha llevado? ¿O qué estrella, en mi daño conjurada, nos ha puesto a los dos en tal estado? ¿Dó está tu condición tan recatada? ¿Adónde tu juïcio reposado? ¡Mal le tuviste con el vicio a raya! PAJE: ¡Señores, mi señora se desmaya!
Desmáyase ROSAMIRA
DUQUE: Llévenla como está luego a esta torre, y en ella esté en prisión dura y molesta, hasta que alguna espada o pluma borre la mancha que en la honra lleva puesta. DAGOBERTO: Porque luenga probanza aquí se ahorre, está mi mano con mi espada presta a probar lo que [he] dicho en campo abierto. DUQUE: Parece que admito ese concierto, puesto que al parecer de mi consejo tengo de remitir todo este hecho. DAGOBERTO: Pues yo en mi espada y mi verdad lo dejo, y en la sana intención de mi buen pecho. EMBAJADOR: Confuso voy, atónito y perplejo, entre el sí y entre el no mal satisfecho. Adiós, señor, porque este estraño caso, junto con el dolor, acucia el paso.
Vase el EMBAJADOR
DUQUE: ¡Parte con Dios, y lleva mi deshonra a los oídos de mi yerno honrados, yerno con quien pensé aumentar la honra que tan por tierra han puesto ya mis hados! Mostrado me has, Fortuna, que quien honra tus altares, en humo levantados, por premio le has de dar infamia y mengua, pues quita cien mil honras una lengua.
[Vase] el DUQUE, y al entrarse DAGOBERTO, le detiene ANASTASIO
ANASTASIO: Oye, señor, si no es que tu grandeza no se suele inclinar a dar oídos al bajo parecer de mi rudeza y a los que amenguan rústicos vestidos. DAGOBERTO: La gravedad de confirmada alteza no tiene aquesos puntos admitidos: habla cuanto te fuere de contento, que a todo te prometo estar atento. ANASTASIO: Por esta acusación, que a Rosamira has puesto tan en mengua de su fama, este rústico pecho, ardiendo en ira, a su defensa me convida y llama; que, ora sea verdad, ora mentira el relatado caso que la infama, el ser ella mujer, y amor la causa, debieran en tu lengua poner pausa. No te azores, escúchame: o tú solo sabías este caso, o ya a noticia vino de más de alguno que notólo, o por curiosidad o por malicia. Si solo lo sabías, mal mirólo tu discreción, pues, no siendo justicia, pretende castigar secretas culpas, teniendo las de amor tantas disculpas. Si a muchos era el caso manifiesto, dejaras que otro alguno le dijera: que no es decente a tu valor, ni honesto, tener para ofender lengua ligera. Si notas de mi arenga el presupuesto, verás que digo, o que decir quisiera, que espadas de los príncipes, cual eres, no ofenden, mas defienden las mujeres. Si amaras al buen duque de Novara, otro camino hallaras, según creo, por donde, sin que en nada se infamara su honra, tú cumplieras tu deseo. Mas tengo para mí, y es cosa clara, por mil señales que descubro y veo, que en ese pecho tuyo alberga y lidia, más que celo y honor, rabia y envidia. Perdóname que hablo desta suerte, si es que la verdad, señor, te enoja. CIUDADANO 1: Apostad que le da el príncipe muerte. ¿No veis el labrador cómo se arroja? DAGOBERTO: Quisiera de otro modo responderte; mas será bien que la razón recoja las riendas a la ira. Calla y vete, que más paciencia mi bondad promete.
[Vase] DAGOBERTO
[CIUDADANO] 2: Por Dios, que habéis hablado largamente, y que, notando bien vuestro lenguaje, es tanto del vestido diferente, que uno muestra la lengua y otro el traje. ANASTASIO: A veces un enojo hace elocuente al de más torpe ingenio: que el coraje levanta los espíritus caídos y aun hace a los cobardes atrevidos. En fin, ¿éste es el príncipe de Utrino, digo, el hijo heredero del Estado? CIUDADANO 1: Él es. ANASTASIO: Pues, ¿cómo aquí a Novara vino? [CIUDADANO] 2: Dicen que del amor blando forzado. ANASTASIO: ¿Y a quién daba su alma? [CIUDADANO] 2: Yo imagino, si no es que el vulgo en esto se ha engañado, que Rosamira le tenía rendido; pero ya lo contrario ha parecido. ANASTASIO: Si eso dijo la fama, cosa es clara, y no van mal fundados mis recelos, visto que en su deshonra no repara, que esta su acusación nace de celos. ¡Oh infernal calentura, que a la cara sale, y aun a la boca! ¡Oh santos cielos! ¡Oh amor! ¡Oh confusión jamás oída! ¡Oh vida muerta! ¡Oh libertad rendida!
[Vase] ANASTASIO
[CIUDADANO] 1: So aquel sayal hay al, sin duda alguna: o yo sé poco, o no sois vos villano. [CIUDADANO] 2: Mudan los trajes trances de fortuna, y encubren lo que está más claro y llano. No sé yo si debajo de la luna se ha visto lo que hemos visto. ¡Oh mundo insano, cómo tus glorias son perecederas, pues vendes burlas, pregonando veras!
[Vanse]. Salen JULIA y PORCIA en hábito de pastorcillos, con pellicos
JULIA: Porcia amiga... PORCIA: ¡Bueno es eso! Rutilio me has de llamar, si es que quieres excusar un desastrado suceso. Yo no sé cómo te olvidas de nuestros nombres trocados. JULIA: Suspéndenme los cuidados de nuestras trocadas vidas; y no es bien que así te asombre ver mi memoria perdida: que, quien de su ser se olvida, no es mucho olvide su nombre. Rutilio amigo, ¡ay de mí!, que arrepentida me veo, muerta a manos de un deseo a quien yo la vida di. Mientras más, Rutil[i]o, voy considerando lo hecho, más temor nace en mi pecho, más arrepentida estoy. PORCIA: Eso, amigo, es lo peor que yo veo en tus dolores: que adonde sobran temores, hay siempre falta de amor. Si el amor en ti se enfría, cuesta se te hará la palma, grave tormenta la calma, noche obscura el claro día. Ama más, y verás luego esparcirse los nublados, todos tus males trocados en dulce paz y sosiego. Pero, quieras o no quieras, ya estás puesta en la batalla, y tienes de atropellalla, sea de burlas, sea de veras. Ya en el ciego laberinto te metió el amor crüel; ya no puedes salir dél por industria ni distinto. El hilo de la razón no hace al caso que prevengas; todo el toque está en que tengas un gallardo corazón, no para entrar en peleas, que en ellas no es bien te pongas, sino con que te dispongas a alcanzar lo que deseas, cuéstete lo que costare: que si tu deseo alcanzas, no hay cumplidas esperanzas en quien el gusto repare. Muestra ser varón en todo, no te descuides acaso, algo más alarga el paso, y huella de aqueste modo; a la voz da más aliento, no salga tan delicada; no estés encogida en nada, espárcete en tu contento; y, si fuere menester disparar un arcabuz, ¡juro a Dios y a ésta que es cruz, que lo tenéis de hacer! JULIA: ¡Jesús! ¿Quieres que me asombre, Rutilio, en verte jurar? PORCIA: ¿Con qué podré yo mostrar más fácilmente ser hombre? Un voto de cuando en cuando, es gran cosa, por mi fe. JULIA: Yo, amiga, jurar no sé. PORCIA: Iráte el tiempo enseñando. JULIA: ¿Sabes, Porcia, lo que temo? ¡Ay, que el nombre se me olvida! PORCIA: ¡Juro a Dios que estás perdida! JULIA: Ya aqueso pasa de extremo. No jures más; si no, a fe, que te deje y que me vaya. PORCIA: Tanto melindre mal haya. JULIA: Pues, ¿por qué? PORCIA: Yo me lo sé.