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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El laberinto de amor / parte 7ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

EL LABERINTO DE AMOR, Part 7 of 9

JORNADA TERCERA

Salen MANFREDO y JULIA
MANFREDO: ¿Que se fue? JULIA: Como lo cuento. MANFREDO: Pues, ¿por qué no la tuviste? JULIA: Porque muy mal se resiste un determinado intento. Apenas abrí la puerta, cuando dijo: "Amigo mío, yo sé que mi desvarío en ninguna cosa acierta. No digas al duque nada, pues sé que no ha de importar, y es mejor el acabar con mi muerte esta jornada. ¡Quédate a Dios!" Y salióse, sin podella resistir; y, aunque la quise seguir, al punto desparecióse. MANFREDO: Mucho descuido has tenido. ¿Por dó se fue? JULIA: No sé, a fe. MANFREDO: ¿Que es posible que se fue? JULIA: Del modo que he referido. Mas, si no la puedes ver, mejor es que no esté en casa. MANFREDO: ¿No sabes ya lo que pasa? JULIA: Más de lo que he menester. (¡Ay de mí, cómo me veo, [Aparte] puesta en dudosa balanza, esperando la esperanza cuando revive el deseo! MANFREDO: ¿Qué es lo que dices? JULIA: No, nada: sólo digo que va tal, que será el fin de su mal acabar desesperada. MANFREDO: En eso echarás de ver, Camilo, bien claramente, que apenas hay acidente que sea bueno en la mujer. Quieren do han de aborrecer, vanse de adonde han de estar, temen donde han de esperar, esperan do han de temer. JULIA: Pues si la vuelvo a encontrar, ¿quieres, señor, que la diga que te duele su fatiga? MANFREDO: A nadie supe engañar; mas dile lo que quisieres, como hagas que la vea. JULIA: De modo haré que así sea, si haces como quien eres. MANFREDO: ¿Qué es lo que tengo de hacer? JULIA: Ni reñilla, ni afrentalla, ni al padre suyo envïalla. MANFREDO: No sé cómo podrá ser. Sin duda, te dejó el pecho blando Julia con su llanto. JULIA: Tanto, que, a entender tú el cuánto, ya la hubieras satisfecho. ¿Lágrimas eran aquellas para no ablandar un canto? Y ¿hay cielo que se alce tanto do no alcancen sus querellas? ¡Ah, señor Manfredo! MANFREDO: A fe, Camilo, que estás rendido. JULIA: Tengo el corazón herido de lo que en Julia noté. El agradable reposo, las razones tan sentidas, aquellas perlas vertidas por aquel rostro hermoso; los desmayos, los temores, la vergüenza y sobresaltos, el darle el corazón saltos, en fin, el morir de amores, con otras cosas que, a vellas tú, señor, como las vi, así como han hecho a mí, te ablandaran sus querellas. MANFREDO: Vamos; que, pues ya se fue, no hay della tratarme más; mas si vuelve, le dirás... JULIA: ¿Qué? MANFREDO: ¡Por Dios, que no sé qué! Dicen que dejan hablar ya a la presa Rosamira. JULIA: Esa cuerda es la que tira de tu gusto y mi pesar. MANFREDO: Y he de procurar, si puedo, hablalla, porque me importa. JULIA: (¡En fin, mi ventura es corta; [Aparte] no hay que esperar en Manfredo! Mas, antes que el fin funesto llegue que temo y deseo, yo echaré de mi deseo en la plaza todo el resto.
[Vanse] JULIA y MANFREDO. Sale ROSAMIRA con el vestido y rebozo de PORCIA, y PORCIA sale con el de ROSAMIRA, con el manto hasta cubrirse todo el rostro
ROSAMIRA: Abrázame, y a Dios queda, y de mi palabra fía. PORCIA: Advertid, señora mía, que es varïable la rueda de la Fortuna, y que es bien que a la prisión no volváis; porque, aunque sin culpa estáis, hasta agora no veo quién os defienda. ROSAMIRA: Yo haré en eso lo que a entrambas más importe. PORCIA: Dad en vuestras cosas corte sin temor de mi suceso: que a mí no me han de matar por hacer tan buena obra, y yo sé que mi alma cobra en ella un bien singular, y en que vos no parezcáis está este bien escondido. Idos, que siento rüido. ROSAMIRA: Yo volveré.
[Vase.]
PORCIA: No volváis.
Entra el CARCELERO, en la mano un manto, la mitad de arriba abajo de tafetán negro, y la otra mitad de tafetán verde
CARCELERO: ¡Vais norabuena, labradora hermosa! Si de volver gustáredes, prometo de daros puerta franca a todas horas, y aun a todos aquellos que quisieren comunicar con mi señora. PORCIA: Bueno. CARCELERO: No, sino no le den al delincuente procurador, y niéguenle abogado, ciérrenle los caminos y los medios de su defensa, tápenle la boca; quedarse ha a buenas noches de la vida. ¡Oh señora! ¿Aquí estabas? Yo te hacía en el otro aposento, donde sueles en ciega obscuridad pasar los días. Orden es de tu padre que te pongas mañana, cuando salgas a la plaza, al triste, temeroso, amargo trance, este manto que ves, de dos colores. Ha ordenado también que te acompañen la mitad de su guarda con insignias de dolor y tristeza, y que asimismo vaya la otra mitad de gala y fiesta. Al lado izquierdo has de llevar, señora, al verdugo, blandiendo el terso acero, instrumento mortal que te amenace a muerte irreparable si, por dicha, venciere Dagoberto en tu deshonra. De verde lauro una corona hermosa al diestro lado ha de llevar un niño, para que del suceso que resulte, alegre o triste, o ya el cuchillo corra por tu bella garganta, o ya tus sienes del vitorioso lauro veas ceñidas. Esto vengo a decirte, y no otra cosa. ¿No me respondes? Pues a fe que sabes la voluntad que tengo de servirte, y que, como el soltarte no me pidas, porque, en fin, soy leal al señor mío, que no habrá cosa que por ti no haga, y así, una pura voluntad te ofrezco. ¿Qué me respondes? PORCIA: Que te lo agradezco.
[Vase] PORCIA
CARCELERO: ¡Extraño silencio es éste! ¡Mucho me da que pensar! ¡Mas téngola de ayudar, aunque la vida me cueste!
[Salen] ANASTASIO y CORNELIO
CORNELIO: De un mozo no conocido fïarte así, ¿quién tal vio? ANASTASIO: ¿Pues qué he de hacer? CORNELIO: ¿Qué sé yo? ANASTASIO: ¿Hase de ir así vestido? CORNELIO: Con todo, digo que fue error conocido y claro. ANASTASIO: A lo hecho no hay reparo. Mas, ¿no es éste? CORNELIO: ¿Yo qué sé?
Sale ROSAMIRA con el embozo
ANASTASIO: Él es. Vengas en buen hora, Rutilio, mi buen amigo. CORNELIO: Tal estás, que afirmo y digo que eres pura labradora. ANASTASIO: No porque estemos los dos, vaya[s] el caso encubriendo. ROSAMIRA: Hermanos, yo no os entiendo; dejadme, y andad con Dios, que no soy la que pensáis. ANASTASIO: No es de Rutilio la habla. ¡Mal mi negocio se entabla! ¿Pues quién sois? ¿Adónde vais? O ¿quién os dio este vestido? Porque le conozco yo. ROSAMIRA: Mi dinero me le dio. ANASTASIO: Y el vendedor, ¿quién ha sido? Porque hasta que lo digáis, no habéis de pasar de aquí. ROSAMIRA: ¡Desventurada de mí; mal término es el que usáis! No me quitéis el embozo, porque a fe que os cueste caro. ANASTASIO: ¡En amenazas reparo! Venga el vestido, o el mozo. ¿Qué dije? Muy mal hablé: este vestido os demando.
Sale[n] DAGOBERTO y un criado suyo
DAGOBERTO: Alza los ojos, mirando si la ves. ROSAMIRA: Ya me escapé; porque aquéste es Dagoberto, a quien yo vengo a buscar. ANASTASIO: Pues qué, ¿piénsaste escapar? ROSAMIRA: Tenga; si no, juro, cierto... DAGOBERTO: ¿Qué pendencia es ésta, amigos? ROSAMIRA: Príncipe, hablarte quisiera a solas, si ser pudiera, o no con tantos testigos. Y, para facilitallo, mira quién soy.
Descúbrese ROSAMIRA a sólo DAGOBERTO
DAGOBERTO: ¿Qué es aquesto? Amigos, váyanse presto. ANASTASIO: En gran confusión me hallo: que éste no es Rutil[i]o; no, puesto que trae su vestido. CORNELIO: Algún mal le ha sucedido. ANASTASIO: ¿Mal ha de ser? CORNELIO: No sé yo. ANASTASIO: Yo he de hablar a Rosamira, y della lo he de saber. CORNELIO: A mucho te quiés poner. DAGOBERTO: Señora, el verte me admira. ¿Cómo vienes deste modo? ¿Quién te puso en este traje? [ROSAMIRA]: El tiempo, que es corto, ataje el darte cuenta de todo. Sólo vengo a que me lleves luego a Utrino. DAGOBERTO: ¿Cómo así? ROSAMIRA: Y lo ordenado hasta aquí, ni lo intentes, ni lo pruebes. No quiero en un cadahalso verme puesta, hecha terrero del vulgo bajo y grosero, ni a ti juzgado por falso. DAGOBERTO: ¿Tienes más que me decir? ROSAMIRA: No. DAGOBERTO: ¿Ni veniste a otra cosa? ROSAMIRA: No. DAGOBERTO: Mi aldeana hermosa, mal me sabéis persuadir. Vamos; que yo daré medio a lo que más nos importe. ROSAMIRA: Yo no sé otro mejor corte. DAGOBERTO: Mil tiene nuestro remedio.
[Vanse] ROSAMIRA, DAGOBERTO y su criado. Salen el CARCELERO, MANFREDO y JULIA
CARCELERO: Señor, yo os pondré con ella; y, pues venís por su bien, a los dos nos está bien: a mí, mostralla; a vos, vella. Si la prisión os he abierto, es que me da el corazón que tiene poca razón el príncipe Dagoberto. Esperad aquí un poquito; entraré a llamalla yo. MANFREDO: Camilo, vete. CARCELERO No, no; estése aquí el pajecito: que mejor es que haya gente, por carecer de sospechas.
[Vase] el CARCELERO
JULIA: ¡Ay triste, con cuántas flechas me hiere Amor inclemente! MANFREDO: ¿Qué dices, Camilo? JULIA: Digo que es Julia muy desdichada. MANFREDO: No anduvo en irse acertada. JULIA: Fue huyendo de su enemigo. MANFREDO: Ésta es la duquesa; calla. JULIA: ¡Qué cubierto el rostro tiene! CARCELERO: Digo, señora, que viene a hacer por vos batalla;
Sale[n] PORCIA y el CARCELERO
y es de gentil contenencia y de persona despierta. Yo me quiero ir a la puerta, por si viene su excelencia.
Vase el CARCELERO
MANFREDO: Aunque de quien sois se infiere y nace seguridad que no os toca la maldad que os ahíja el que no os quiere, será bien que vuestra lengua descubra lo que hay en esto, porque su silencio ha puesto a vuestro crédito en mengua. Quien lleva en el desafío a la razón de su parte, de hombre tierno, se hace un Marte; de flaco y torpe, con brío. Si estáis sin culpa, no os pene que Dagoberto sea tal, que el mundo no le dé igual en cuantos valientes tiene; porque sabed, Rosamira, que los filos de verdad cortan con facilidad las armas de la mentira. Y si acaso estáis culpada, y de amor la culpa fue, asimismo probaré con el contrario mi espada: que en fe de que él no hizo bien en descubrir lo secreto, de mi vitoria os prometo que os den más de un parabién. Y soy persona que puedo prometer esto y aun más. ¿Para qué en silencio estás? Habla: desecha ya el miedo.

PORCIA: Esta noche, y no durmiendo, porque entre el sueño y mis cuitas nunca el reposo hizo treguas, ni de veras ni de burlas, digo que, estando despierta, desvelada en mis angustias, se me ofreció ante mis ojos de ti mesmo una figura. Las razones que aquí has dicho dijo aquel tú, y otras muchas, que todas se encaminaban a desear mi ventura. Dijo que le asegurase de mi inocencia o mi culpa, aunque, de cualquier manera, se ofrecía a darme ayuda. Yo, sepultada en silencio y con el miedo confusa, hice lengua de los ojos, por tener la lengua muda; con ellos le di a entender ser traidor el que me acusa, y que mi silencio nace de considerada astucia. Ya la visión se volvía, cuando vi, sin poner duda, entre el sí y el no una sombra; ¿qué digo sombra?, a la luna vi y al sol en dos mej[i]llas de una doncella importuna que, arrodillada a tu imagen, tales razones pronuncia: "Yo soy dijo, señor mío, la desventurada Julia, que, cual Clicia, voy siguiendo esa luz del sol y tuya. Soy quien te ha entregado el alma con la fe más tierna y pura que vio Amor en cuantos pechos ha rendido a su ley justa. Tú ofreces favor a quien ni te quiere ni te escucha, y niegas de dar oídos a quien te sigue aunque huyas. Promete, acorre, defiende, ofrece, trabaja y suda: que amor tiene decretado que al fin fin yo he de ser tuya." A estas sentidas razones acompañaba una lluvia de vivas líquidas perlas, correos de su tristura. Tu imagen se le humilló, y aun le dijo: "Estad segura, señora, que he de ser vuestro, a pesar de la fortuna." Si esto es así, ¿qué me ofreces? ¿Para qué siempre procuras otro bien, si te da el cielo el mayor, dándote a Julia? Mas, ¿con quién hablo, cuitada? La misma visión, sin duda, es aquesta que vi anoche, o en muy poquito se muda. Del varón, ésta es la imagen; la de aquéste, la de Julia. ¡Oh visiones amorosas, dejadme en mi desventura, idos a buscar verdades, y no os curéis de mis burlas; haced cierto lo que amor os da a entender por figuras! ¿No os vais? Por Dios que dé gritos: que mis ojos no acostumbran a ver visiones, aunque éstas más alegran que atribulan. ¿No os vais? A fe que dé voces. ¿No hay ninguno que me acuda? MANFREDO: Ya nos vamos; calla un poco. ¡Ella está loca, sin duda! JULIA: Antes parece profeta. ¿Quién le ha dicho lo de Julia? MANFREDO: ¡Calla, que su guarda vuelve! ¡El alma llevo confusa!