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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El laberinto de amor / parte 9ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

EL LABERINTO DE AMOR, Part 9 of 9

Vase el HUÉSPED y entra JULIA muy bien adrezada de mujer, cubierta con su manto hasta los ojos, y pónese de rodillas ante MANFREDO
JULIA: Si no halla en tu valor disculpa mi atrevimiento, en las disculpas no siento que la puede haber mejor; y si no tiempla el rigor de tu indignación mi pena, acabaré esta jornada culpada y desesperada, como mi suerte lo ordena. MANFREDO: Levanta, señora mía, que esta tu tamaña culpa el deseo la disculpa que en tus entrañas se cría: que de Amor la tiranía a peores cosas fuerza, y sé yo por experiencia que no hay hacer resistencia a los golpes de su fuerza. Pues ya Amor me ha descubierto tus pasos, tu intento y celo, descúbreme tú ese cielo que traes con nubes cubierto; y si lo ignoras, te advierto que son seguras verdades las que la experiencia apura: que es parte la hermosura para mudar voluntades. JULIA: Harélo, como es razón; mas, ¡ay de mí!, que barrunto que ha de llegar en un punto mi muerte y tu admiración. No te espante esta visión ni este nunca visto estilo; que el amor que en mí se esmera, de Julia la verdadera hizo un fingido Camilo. MANFREDO: Gran desenvoltura es ésta, Camilo, y pensando voy por qué te burlas si estoy más de luto que de fiesta; y es cosa muy descompuesta burla de tal proceder en tiempo turbado y triste; y el que de mujer se viste, mucho tiene de mujer. JULIA: Julia soy la desdichada, y, entre mi pena crecida, más siento el no ser creída, que siento el ser mal pagada. Como no repara en nada aquel que llaman Amor, quiere que sus hechos cante Julia vuelta en estudiante, que primero fue pastor. Soy la que vio Rosamira en visión ante tus pies; soy, señor, la que no es en los ojos de tu ira; soy la que de sí se admira, viendo las muchas mudanzas que Amor en sus trajes pone, y que en ninguno dispone, el fin de sus esperanzas. MANFREDO: Yo te creo, pues tus ojos no pudieran fingir tanto que mostrara[n] con su llanto entregarme tus despojos. Pon ya tregua a tus enojos, Julia hermosa, y ven conmigo: que quizá en estos rodeos descubrirán tus deseos que no es Amor tu enemigo. Servirásme de padrino en la batalla que espero: que por gentileza quiero ponerme en este camino; y si el cielo y el destino ordenan que yo sea tuyo, no por salir a este trance se ha de borrar este lance, y más si yo no le huyo. No te arrodilles; levanta, que eres mi igual, y aun mejor.
[Vase] MANFREDO
JULIA: De hoy más diré que es, Amor, tu rigor blandura santa; ya [a] mi pena se adelanta libre del mar de mis penas, colgar, ¡oh Amor!, las cadenas, en los muros de tu templo.
[Vase] JULIA. Suenan trompetas tristes: sale el DUQUE de Novara con su acompañamiento y dos JUECES; siéntase en su trono, que ha de estar cubierto de luto, y dice
DUQUE: Traigan a Rosamira de aquel modo que yo tengo ordenado. UNO: Ya ella viene, según lo dice el triste son que suena.
Sale PORCIA cubierta con el manto que le dio el carcelero, acompañada de la mesma manera que dijo, con la mitad del acompañamiento enlutado y la otra mitad de fiesta; el verdugo al lado izquierdo, desenvainado el cuchillo, y al siniestro, el niño con la corona de laurel; los atambores delante sonando triste y ronco, la mitad de la caja de verde y la otra mitad de negro, que será un extraño espectáculo. Siéntase PORCIA, cubierta, en un asiento alto que ha de estar a un lado del teatro, desviado del de su padre; [salen] asimismo DAGOBERTO y ROSAMIRA, como peregrinos embozados, [y TÁCITO]
DUQUE: ¿Cómo no viene Dagoberto? ¿Espera que se le pase el día, pues ya es hora? Juez Sin duda debe ser éste que viene: que el actor es costumbre se presente antes que el reo en la estacada. DUQUE: Es claro.
[Salen] ANASTASIO, y Cornelio por padrino, y ANASTASIO viene cubierto el rostro con un tafetán; viene con sus atambores; serán los mismos que trujeron a PORCIA
¿No es éste Dagoberto? ANASTASIO: Ni aun quisiera serlo por la mitad de todo el mundo. DUQUE: ¿Pues quién sois? ANASTASIO: Su enemigo, sólo en cuanto lo es de la duquesa Rosamira, cuya defensa tomo yo a mi cargo. DUQUE: Yo os lo agradezco. JUEZ: Dagoberto tarda. DUQUE: Cajas oigo sonar; él es, sin duda.
[Sale] MANFREDO con un tafetán por el rostro; trae a JULIA por padrino, que asimesmo viene embozada
JUEZ: Tampoco es éste Dagoberto. DUQUE: El talle no nos dice que es él. JUEZ: Sin duda, pienso que ha de tener de sobra defensores la duquesa. DUQUE: Sepamos quién es éste. JUEZ: ¿Quién sois o a qué venís, buen caballero? MANFREDO: El saber quién yo sea, importa poco; saber a lo que vengo, sí que importa: a defender a la duquesa vengo. DAGOBERTO: ¿Quién serán estos dos? ROSAMIRA: No los conozco ni sé quién puedan ser. ANASTASIO: A mí me toca por derecho y razón esa defensa, pues fui el primero que llegué a este punto. TÁCITO: Razón tiene el primero, o yo sé poco desto de desafíos y estacadas. JUEZ: A la duquesa toca el declararse cuál quiere de los dos que la defienda. DUQUE: Eso es razón. ANASTASIO: Y yo por tal la tengo. MANFREDO: Y yo también: que no me queda cosa por saber de las leyes de la guerra. DUQUE: Pregúntenselo, pues, y vea[n] qué dice mi hija. ¡Oh nombre dulce, cuando el cielo quiso que sin escrúpulo llegase a mis oídos! JUEZ: Id vos, y sabeldo. UNO: El duque, mi señor, dice, señora, que estos caballeros han venido a ser tus defensores, y que escojas cuál quieres de los dos que te defienda. PORCIA: En Dios y en el primero deposito mi agravio, mi inocencia y esperanza. DAGOBERTO: ¿Labradora es ésta? Mejor me ayude el cielo que la crea. Ya se tarda mi crïado. ROSAMIRA: Confusa estoy, amigo. No sé en qué ha de parar tan grande enredo. JUEZ: Bien se oyó lo que dijo; a vos os toca, señor, su defensa. MANFREDO: Tener paciencia es lo que más importa en este caso; basta que se ha mostrado al descubierto mi voluntad. DUQUE: El cielo así os lo pague como yo os lo agradezco. JUEZ: No hay disculpa que pueda disculpar ya la tardanza de Dagoberto. DUQUE: ¡Mas, que nunca venga! TÁCITO: Ciégale, San Antón; quémale un brazo; destróncale un tobillo; nunca acierte a venir a este sitio; salga en palmas nuestra buena duquesa, que es un ángel, una paloma duenda, una cordera, que no tiene más hiel que cuatro toros.
[Sale] un CORREO con una carta
CORREO: Es de tanta importancia este despacho que traigo, ¡oh buen señor!, que me es forzoso dártele aquí; que así me lo mandaron, porque es de Dagoberto, y que te importa. DUQUE: ¿De Dagoberto? Muestra cómo es esto. ¿Cómo toma la pluma por la espada? ¿Tiempo es éste de cartas? CORREO: No sé nada: ello dirá. JUEZ: Vuestra excelencia vea lo que la carta dice. DUQUE: Así lo hago. DAGOBERTO: Parece que se turba el duque. ROSAMIRA: ¡Ay triste! ¡Cuánto mejor nos fuera habernos ido y esperar desde lejos el suceso deste tan grande enredo y desventura! ¡Temblando estoy! TÁCITO: ¿Carticas a tal tiempo? Apostaré que no llega esta danza a hacer con las cindojas el tretoque. DUQUE: ¿Hay cosa igual? Leed aquesa carta en alta voz, que es bien que la oigan todos.
Después de haber leído el DUQUE la carta, se la da al JUEZ, que la lee en alta voz
Carta La presta resolución que tomaste de entregar a Manfredo por esposa a tu hija Rosamira me forzó a usar de la industria de acusalla, por evitar por entonces el peligro de perdella. La mejor señal que te podré dar de que es buena es el haberla yo escogido por mi legítima mujer. Considera, señor, antes que del todo me culpes, que soy tan bueno como Manfredo, y que tu hija escogió lo que quizá tú no le dieras casándola contra su voluntad. Si con ella usare[s] término de piadoso padre, usaré yo contigo el de obediente hijo; aunque, de cualquier manera que me trates lo habré de ser hasta la muerte. Tu hijo Dagoberto. ANASTASIO: ¿Hase visto maldad tan insolente? A no estar seguro deste hecho, ¿saliera Dagoberto fácilmente con el embuste que forjó en su pecho? DUQUE: Si esto permite el cielo y lo consiente, ¿qué puedo yo hacer? Ello está hecho; gócela en paz. ANASTASIO: Aqueso es sin justicia y contra todo estilo de milicia. Según tu bando, mía es Rosamira: porque tú prometiste de entregalla por legítima esposa al que la mira pusiese en defendella y libertalla. Lo que el de Utrino dice es gran mentira, y podrá la experiencia averigualla; luego en este momento yo he vencido, pues mi contrario al puesto no ha venido, y la escusa que da no es de importancia, porque es todo al revés de lo que cuenta. MANFREDO: Venciste; pero mía es tu ganancia, si aquí al buen proceder se tiene cuenta. Si de otro es Rosamira, es ignorancia pensar que ha de ser tuya. ANASTASIO: ¡No consienta el Cielo que mi esposa de otro sea! MANFREDO: Esta verdad haré que aquí se vea. ANASTASIO: ¿En qué la fundas? MANFREDO: En que soy Manfredo, de Rosamira, por concierto, esposo. Que la has librado tú, yo lo concedo, no más de porque yo fui perezoso. Por cuatro pasos, bien decirlo puedo, que llevaste a los míos, fin dichoso has alcanzado en la dudosa empresa; mas no por esto es tuya la duquesa; que la razón que así te da el derecho, por primer defensor que llegó al puesto, la turba, según siento, estar ya hecho conmigo el casamiento antes de aquesto. PORCIA: ¡Saltando el corazón me está en el pecho! JULIA: ¡Válame Dios! ¿En qué ha de parar esto? ROSAMIRA: ¿Adónde vas? DAGOBERTO: Sosiégate. ROSAMIRA: Recelo... DUQUE: ¿Ha visto caso semejante el suelo? ANASTASIO: Quedaos, amor, un poco aquí arrimado; venid en su lugar, honra, conmigo. Oye, Manfredo, güésped mal mirado, ladrón de paz y engañador amigo: ¿dó están las ricas prendas que has robado? ¿Por qué tan sin porqué, como enemigo, usando en la amistad tan mal decoro, a mi padre robaste su tesoro? MANFREDO: ¿Quién eres? ANASTASIO: Anastasio, el heredero de Dorlán, y de Julia único hermano, de Porcia primo, por las cuales quiero probar que eres ladrón torpe y villano. MANFREDO: Si como eres valiente caballero fueras más atentado, claro y llano, vieras que esas razones afrentosas se fundan en quimeras fabulosas. Yo no robé a tu hermana ni a tu prima; mas de alguna sabrás, como tú hagas que a la quistión primera se dé cima, con que tu gusto al mío satisfagas. DAGOBERTO: La honra de mi hermana me lastima. ROSAMIRA: ¿Dónde vas, Dagoberto? No deshagas el buen principio que la suerte muestra de dar buen fin a la desdicha nuestra.

DAGOBERTO: Sabe que soy Dagoberto, Manfredo, y sabe que soy aquél que agraviado estoy de tu infame desconcierto. ¡Dame a mi hermana, traidor, de fe falsa y alevosa! MANFREDO: Restituye tú a mi esposa antes el robado honor. No te desmiento, porque de aquí a bien poco verás en el engaño en que estás y la bondad de mi fe. ANASTASIO: Primo mas quédese aparte el parentesco hasta ver si del justo proceder os dio el cielo alguna parte, ¿vos decís que es vuestra esposa Rosamira? DAGOBERTO: Y es verdad. ANASTASIO: ¿Tenéis otra claridad deste hecho no dudosa, como es el decirlo vos? DAGOBERTO: ¿Bastará que yo lo diga? ANASTASIO: ¿Quién duda? DAGOBERTO: Pues no se diga más contienda entre los dos ni entre los tres, que yo haré que ella lo declare al punto. DUQUE: El bien me ha venido junto cuando menos lo pensé. Escoja mi hija, y haga su gusto: que todos tres son iguales. JUEZ: Así es. MANFREDO: Bien cierta tengo la paga, pues tan de su voluntad se entregaba por mi esposa. ANASTASIO: No está mi suerte dudosa, si es que es firme la verdad. DAGOBERTO: ¡Qué engañados quedarán los dos en este suceso! JULIA: Cerrado está ya el proceso; mirad qué sentencia os dan, corazón. ¡Ay de mí, triste, que el miedo crece, y desmengua la esperanza! Callad, lengua, que mal tal, mal se resiste. PORCIA: (¿Si es tiempo de descubrir [Aparte] la verdad de mi mentira?) MANFREDO: Señor, manda a Rosamira diga a quién quiere admitir. DUQUE: Dígalo en buen hora. PORCIA: Digo que es Anastasio mi esposo. JULIA: ¡Alentad, pecho amoroso! ROSAMIRA: Lo que tú dices desdigo: que Dagoberto es mi bien. ANASTASIO: Y vos, señora, mi gloria. MANFREDO: Tragedia ha sido mi historia. JULIA: Aún quedan glorias que os den. ¿Tuya no soy, pena vuestra?

Tome la mano ROSAMIRA a DAGOBERTO y ANASTASIO a PORCIA, y a este instante se declaren entrambas
TÁCITO: ¿De qué Anastasio se admira? JULIA: Aquélla no es Rosamira. ANASTASIO: ¡Ay suerte airada y siniestra! ¿Quién eres? PORCIA: Soy la que quiso el Cielo, en todo piadoso, sacarla de un riguroso infierno a tu paraíso. Soy la que, en traje mudado, trayendo amor en el pecho, procurando tu provecho he mi gusto procurado. Soy áquella a quien tú diste de esposa la fe y la mano. Soy quien tiene amor ufano por ver que no se resiste. Soy de Dagoberto hermana y soy tu prima, y soy quien, cuando me falte tu bien no soy más que sombra vana. ANASTASIO: ¿Dónde está Julia? PORCIA: Señor, yo sé que la verás presto. JULIA: ¿Podré esperar, según esto, blandura de tu rigor? Mira con qué mansedumbre Anastasio a Porcia mira; mira que es de Rosamira ya Dagoberto su lumbre; mira que yo sola quedo en los brazos de la muerte, si tu clemencia no advierte que soy Julia y tú Manfredo. MANFREDO: Levanta, pues que ya el Cielo tus deseos asegura, gracias a tu hermosura y a mi siempre honrado celo. Anastasio, mira agora con gusto y admiración que yo nunca fui ladrón ni de condición traidora. Aquésta es Julia, tu hermana, y ésa, tu prima, cual dice, con las cuales nunca hice traición ni fuerza villana. Ellas te dirán después del modo que aquí vinieron; basta que el fin consiguieron, y es gusto de su interés. Tu industria y el cielo han hecho que les seamos esposos; ellos son lances forzosos; no hay sino hacerles buen pecho. Quien se pudiera quejar de Rosamira era yo; mas si el Cielo esto ordenó... ANASTASIO: Que paciencia y barajar. DAGOBERTO: ¡Oh hermana mía! PORCIA: ¡Oh mi hermano! DAGOBERTO: ¡Buenos pasos son aquéstos! PORCIA: Nunca pasos descompuestos ganaron lo que yo gano. ANASTASIO: Más es tiempo de aliviallas aquéste, que de reñillas. DUQUE: Aquéstas son maravillas dignas solas de admirallas. ANASTASIO: En fin, mi hermana es tu esposa. MANFREDO: Así es. ANASTASIO: Y Porcia es mía, si no lo impide y desvía ser mi prima. DUQUE: Fácil cosa es haber dispensación en caso tan importante. TÁCITO: Hoy del campo de Agramante he visto la confusión, y la paz de Otavïano he visto en espacio breve. ¡No hay camino que amor pruebe, difícil, que no sea llano! DUQUE: Entremos en la ciudad, donde despacio sabremos destos no vistos extremos toda la puntualidad, y allí se harán regocijos y desposorios honrosos de los seis tan venturosos que ya los tengo por hijos. TÁCITO: Éstas son, ¡oh Amor!, en fin, tus disparates y hazañas; y aquí acaban las marañas tuyas, que no tienen fin.

FIN DE LA COMEDIA