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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La Numancia / parte 3ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

 

JORNADA SEGUNDA

Salen TEÓGENES, y CARAVINO, con otros cuatro NUMANTINOS, gobernadores de Numancia, y MARQUINO, hechicero, y siéntanse

TEÓGENES: Paréceme, varones esforzados, que en nuestros daños con rigor influyen los tristes signos y contrarios hados, pues nuestra fuerza humana disminuyen. Tiénennos los romanos encerrados y con cobardes manos nos destruyen; ni con matar muriendo no hay vengarnos, ni podemos sin alas escaparnos. No sólo a vencernos se despiertan los que habemos vencido veces tantas; que también españoles se conciertan con ellos a segar nuestras gargantas. Tan gran maldad los cielos no consientan; con rayos hieran las ligeras plantas que se muestren en daño del amigo, favoreciendo al pérfido enemigo. Mirad si imagináis algún remedio para salir de tanta desventura, porque este largo y trabajoso asedio sólo promete presta sepultura. El ancho foso nos estorba el medio de probar con las armas la ventura, aunque a veces valientes, fuertes brazos rompen mil contrapuestos embarazos. CARAVINO: ¡A Júpiter pluguiera soberano que nuestra juventud sola se viera con todo el cruel ejército romano, adonde el brazo rodear pudiera, que allí, al valor de la española mano, la misma muerte poco estorbo hiciera para dejar de abrir franco camino a la salud del pueblo numantino! Mas pues en tales términos nos vemos, que estamos como damas encerrados, hagamos todo cuanto hacer podemos para mostrar los ánimos osados. A nuestros enemigos convidemos a singular batalla; que, cansados de este cerco tan largo, ser podría quisiesen acabarle por tal vía. Y cuando este remedio no suceda a la justa medida del deseo, otro camino de intentar nos queda, aunque más trabajoso a lo que creo. Este foso y muralla que nos veda el paso al enemigo que allí veo, en un tropel de noche le rompamos y por ayuda a los amigos vamos. NUMANTINO 1: O sea por el foso o por la muerte, de abrir tenemos paso a nuestra vida; que es dolor insufrible el de la muerte, si llega cuando más vive la vida. Remedio a las miserias es la muerte si se acrecientan ellas con la vida, y suele tanto más ser excelente cuanto se muere más honradamente. NUMANTINO 2: ¿Con qué más honra pueden apartarse de nuestros cuerpos estas almas nuestras que en las romanas haces arrojarse y en su daño mover las fuerzas diestras? Y en la ciudad podrá muy bien quedarse quien gusta de cobarde dar las muestras; que yo mi gusto pongo en quedar muerto en el cerrado foso o campo abierto. NUMANTINO 3: Esta insufrible hambre macilenta que tanto nos persigue y nos rodea hace que en vuestro parecer consienta puesto que temerario y duro sea. Muriendo, excusar hemos tanta afrenta; y quien morir de hambre no desea arrójese conmigo al foso y haga camino su remedio con la daga. NUMANTINO 4: Primero que vengáis al trance duro de esta resolución que habéis tomado, paréceme ser bien que desde el muro nuestro fiero enemigo sea avisado, diciéndole que dé campo seguro a un numantino y a otro su soldado y que la muerte de una sea sentencia que acabe nuestra antigua diferencia. Son los romanos tan soberbia gente que luego aceptarán este partido; y si lo aceptan, creo firmemente que nuestro amargo daño ha fenecido, pues está un numantino aquí presente cuyo valor me tiene persuadido que él solo contra tres de los romanos quitará la victoria de las manos. También será acertado que Marquino, pues es un agorero tan famoso, mire qué estrella o qué planeta o signo nos amenaza a muerte o fin honroso, o si se puede hallar algún camino que nos pueda mostrar si del dudoso cerco crüel do estamos oprimidos saldremos vencedores o vencidos. También primero encargo que se haga a Júpiter solemne sacrificio, de quien podremos esperar la paga harto mayor que nuestro beneficio. Cúrese luego la profunda llaga del arraigado acostumbrado vicio. Quizá con esto mudará de intento el hado esquivo, y nos dará contento. Para morir, jamás le falta tiempo al que quiere morir desesperado. Siempre seremos a sazón y a tiempo para mostrar muriendo el pecho osado; mas, porque no se pase en balde el tiempo, mirad si os cuadra lo que he demandado, y, si no os parece, dad un modo que mejor venga y que convenga a todo. MARQUINO: Esa razón que muestran tus razones es aprobada del intento mío. Háganse sacrificios y oblaciones y póngase en efecto el desafío; que yo no perderé las ocasiones de mostrar de mi ciencia el poderío. Yo os sacaré del hondo centro oscuro quien nos declare el bien, el mal futuro. TEÓGENES: Yo desde aquí me ofrezco, si os parece que puede de mi esfuerzo algo fïarse, de salir a esta duda que se ofrece si por ventura viene a efectuarse. CARAVINO: Más honra tu valor claro merece. Bien pueden de tu esfuerzo confïarse más difíciles cosas, y aun mayores, por ser el que es mejor de los mejores. Y pues tú ocupas el lugar primero de la honra y valor con causa justa, yo, que en todo me cuento por postrero, quiero ser el heraldo de esta justa. NUMANTINO 1: Pues yo con todo el pueblo me prefiero hacer de los que Júpiter más gusta, que son los sacrificios y oblaciones, si van con enmendados corazones. NUMANTINO 2: Vámonos, y con presta diligencia hagamos cuanto aquí propuesto habemos, antes que la pestífera dolencia de la hambre nos ponga en los extremos. Si tiene el cielo dada la sentencia de que en este rigor fiero acabemos, revóquela, si acaso lo merece la presta enmienda que Numancia ofrece.

Vanse y salen MARANDRO, y LEONICIO, numantinos

LEONICIO: Marandro amigo, ¿dó vas, o hacia dó mueves el pie? MARANDRO: Si yo mismo no lo sé, tampoco tú lo sabrás. LEONICIO: ¡Cómo te saca de seso tu amoroso pensamiento! MARANDRO: Antes, después que le siento, tengo más razón y peso. LEONICIO: Eso ya está averiguado; que el que sirviere al amor, ha de ser por su dolor con razón muy más pesado. MARANDRO: De malicia o de agudeza no escapa lo que dijiste. LEONICIO: Tú mi agudeza entendiste; mas yo entendí tu simpleza. MARANDRO: ¿Qué simpleza? ¿Querer bien? LEONICIO: Si al querer no se le mide como la razón lo pide, con cuándo, cómo, y a quién. MARANDRO: ¿Reglas quiés poner a amor? LEONICIO: La razón puede ponellas. MARANDRO: Razonables serán ellas, mas no de mucho primor. LEONICIO: En la amorosa porfía a razón no hay conocella. MARANDRO: Amor no va contra ella, aunque de ella se desvía. LEONICIO: ¿No es ir contra la razón, siendo tú tan buen soldado, andar tan enamorado en tan extraña ocasión? Al tiempo que del dios Marte has de pedir el favor ¿te entretienes con Amor quien mil blanduras reparte? ¿Ves la patria consumida y de enemigos cercada, y tu memoria burlada por amor, de ella se olvida? MARANDRO: En ira mi pecho se arde por ver que hablas sin cordura. ¿Hizo el Amor, por ventura, a ningún pecho cobarde? ¿Dejé yo la centinela por ir donde está mi dama o estoy durmiendo en la cama cuando mi capitán vela? ¿Hasme visto tú faltar de lo que debo a mi oficio, para algún regalo o vicio ni menos por bien amar? Y si nada no has hallado de que debo dar disculpa, ¿por qué me das tanta culpa de que sea enamorado? Y si de conversación me ves que ando siempre ajeno, mete la mano en tu seno, verás si tengo razón. ¿No sabes los muchos años que tras Lira ando perdido? ¿No sabes que era venido en fin todo a nuestros daños, porque su padre ordenaba de dármela por mujer, y que Lira su querer con el mío concertaba? También sabes que llegó en tan dulce coyuntura esta fuerte guerra dura por quien mi gloria cesó. Dilatóse el casamiento hasta acabar esta guerra porque no está nuestra tierra para fiestas y contento. Mira cuán poca esperanza puedo tener de mi gloria, pues esta nuestra victoria toda en la enemiga lanza. De la hambre fatigados, sin medio de algún remedio, tal muralla y foso en medio, pocos, y ésos encerrados; pues como veo llevar mis esperanzas del viento, ando triste y descontento, ansí cual me ves andar. LEONICIO: Sosiega, Marandro, el pecho; vuelve al brío que tenías; quizá que por otras vías se ordena nuestro provecho, y Júpiter soberano nos descubra buen camino por do el pueblo numantino quede libre del romano, y en dulce paz y sosiego de tu esposa gozarás, y la llama templarás de aquese amoroso fuego; que para tener propicio al gran Júpiter tonante, hoy Numancia en este instante le quiere hacer sacrificio. Ya el pueblo viene y se muestra con las víctimas e incienso. ¡Oh, Júpiter, padre inmenso, mira la miseria nuestra!

Apártanse a un lado, y salen dos numantinos vestidos como sacerdotes antiguos, y han de traer asido de los cuernos en medio un carnero grande, coronado de oliva y otras flores, y un paje con una fuente de plata y una toalla, y otro con un jarro de agua, y otros dos con dos jarros de vino, y otro con otra fuente de plata con un poco de incienso, y otros con fuego y leña, y otro que ponga una mesa con un tapete donde se ponga todo lo que hubiere en la comedia, en hábitos de numantinos; y luego los SACERDOTES, dejando el uno el carnero de la mano, diga

SACERDOTE 1: Señales ciertas de dolores ciertos se me han representado en el camino y los canos cabellos tengo yertos. SACERDOTE 2: Si acaso no soy mal adivino nunca con bien saldremos de esta empresa. ¡Ay, desdichado pueblo numantino! SACERDOTE 1: Hagamos nuestro oficio con la priesa que no incitan los agüeros tristes. Poned, amigos, hacia aquí esa mesa. SACERDOTE 2: El vino, incienso y agua que trujisteis poneldo encima y apartaos afuera, y arrepentíos de cuanto mal hicisteis; que la oblación mejor y la primera que se ha ofrecer al alto cielo es alma limpia y voluntad sincera. SACERDOTE 1: El fuego no le hagáis vos en el suelo, que aquí viene brasero para ello, que así lo pide el religioso celo. SACERDOTE 2: Lavaos las manos y limpiaos el cuello. Dad acá el agua. ¿El fuego no se enciende? NUMANTINO: No hay quien pueda, señores, encendello. SACERDOTE 1: ¡Oh, Júpiter! ¿Qué es esto que pretende de hacer en nuestro daño el hado esquivo? ¿Cómo el fuego en la tea no se enciende? NUMANTINO: Ya parece, señor, que está algo vivo. SACERDOTE 2: Quítate afuera. ¡Oh, flaca llama oscura, qué dolor en mirarte tal recibo! ¿No miras cómo el humo se apresura a caminar al lado de poniente, y la amarilla llama, mal segura, sus puntas encamina hacia el oriente? ¡Desdichada señal, señal notoria que nuestro mal y daño está patente! SACERDOTE 1: Aunque lleven romanos la victoria de nuestra muerte, en humo ha de tornarse, y en llamas vivas nuestra muerte y gloria. SACERDOTE 2: Pues debe con el vino rucïarse el sacro fuego, dad acá ese vino y el incienso también ha de quemarse.

Rocía el fuego con el vino a la redonda, y luego pone el incienso en el fuego, y dice

Al bien del triste pueblo numantino endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza propicia del contrario amargo sino. Ansí como este ardiente fuego fuerza a que en humo se vaya el sacro incienso, así se haga al enemigo fuerza para que en humo, eterno padre inmenso, todo su bien, toda su gloria vaya, ansí como tú puedes y yo pienso; tengan los cielos su poder a raya, ansí como esta víctima tenemos, y lo que ella ha de haber él también haya. SACERDOTE 1: Mal responde el agüero; mal podremos ofrecer esperanza al pueblo triste, para salir del mal que poseemos.