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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La Numancia / parte 6ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

 

TEÓGENES:         Limpian los ojos húmedos del llanto,
               mujeres tiernas, y tené entendido
               que vuestra angustia la sentimos tanto,
               que responde al amor nuestro subido.
               Ora crezca el dolor, ora el quebranto
               sea por nuestro bien disminuído,
               jamás en muerte o vida os dejaremos;
               antes en muerte o vida os serviremos.
                  Pensábamos salir al foso, ciertos
               antes de allí morir que de escaparnos,
               pues fuera quedar vivos aunque muertos
               si muriendo pudiéramos vengarnos;
               mas pues nuestros designios descubiertos
               han sido, y es locura aventurarnos.
               Amados hijos y mujeres nuestras,
               nuestras vidas serán de hoy más las vuestras.
                  Sólo se ha de mirar que el enemigo
               no alcance de nosotros triunfo o gloria;
               antes ha de servir él de testigo
               que apruebe y eternice nuestra historia;
               y si todos venís en lo que digo,
               mil siglos durará nuestra memoria,
               y es que no quede cosa aquí en Numancia
               de do el contrario pueda hacer ganancia.
                  En medio de la plaza se haga un fuego,
               en cuya ardiente llama licenciosa
               nuestras riquezas todas se echen luego,
               desde la pobre a la más rica cosa;
               y esto podréis tener a dulce juego
               cuando os declare la intención honrosa
               que se ha de efectüar después que sea
               abrasada cualquier rica presea.
                  Y para entretener por algún hora
               la hambre que ya roe nuestros huesos,
               haréis descuartizar luego a la hora
               esos tristes romanos que están presos;
               y sin del chico al grande hacer mejora,
               repártense entre todos, que con ésos
               será nuestra comida celebrada
               por España, crüel necesitada.
CARAVINO:         Amigos, ¿qué os parece?  ¿Estáis en
esto?
               Digo que a mí me tiene satisfecho
               y que a la ejecución se venga presto
               de un tan extraño y tan honroso hecho.
TEÓGENES:      Pues yo de mi intención os diré el resto;
               después que sea lo que digo hecho,
               vamos a ser ministros todos luego
               de encender el ardiente y rico fuego.
MUJER 1:          Nosotras desde aquí ya comenzamos
               a dar con voluntad nuestros arreos
               y a las vuestras las vidas entregamos,
               como se han entregado los deseos.
LIRA:          Pues caminemos presto; vamos, vamos,
               y abrásense en un punto los trofeos
               que pudieran hacer ricas las manos
               y aun hartar la codicia de romanos.

Vanse todos y, al irse, MARANDRO ase a LIRA de la mano, y ella se detiene y entra LEONICIO y apártase a un lado y no le ven, y dice MARANDRO

MARANDRO: No vayas tan de corrida, Lira. Déjame gozar del bien que me puede dar en la muerte alegre vida. Deja que miren mis ojos un rato tu hermosura, pues tanto mi desventura se entretiene en mis enojos. ¡Oh, dulce Lira, que suenas contino en mi fantasía con tan süave agonía que vuelve en gloria mis penas! ¿Qué tienes? ¿Qué estás pensando, gloria de mi pensamiento? LIRA: Pienso cómo mi contento y el tuyo se va acabando; y no será su homicida el cerco de nuestra tierra; que primero que la guerra se me acabará mi vida. MARANDRO: ¿Qué dices, bien de mi alma? LIRA: Que me tiene tal la hambre, que de mi vital estambre llevará presto la palma. ¿Qué tálamo has de esperar de quien está en tal extremo, que te aseguro que temo antes de un hora expirar? Mi hermano ayer expiró, de la hambre fatigado; mi madre ya ha acabado, que la hambre la acabó; y si la hambre y su fuerza no ha rendido mi salud es porque la juventud contra su rigor me esfuerza; pero como ha tantos días que no le hago defensa, no pueden contra su ofensa las débiles fuerzas mías. MARANDRO: Enjuga, Lira, los ojos; deja que los tristes míos se vuelvan corrientes ríos nacido de tus enojos; y aunque la hambre ofendida te tenga tan sin compás, de hambre no morirás mientras yo tuviere vida. Yo me ofrezco de saltar el foso y el muro fuerte, y entrar por la misma muerte para la tuya excusar. El pan que el romano toca, sin que el temor me destruya, le quitaré de la suya para ponello en tu boca; con mi brazo haré carrera a tu vida y a mi muerte, porque más me mata el verte, señora, de esta manera. Yo te traeré de comer a pesar de los romanos, si ya son estas mis manos las mismas que solían ser. LIRA: Hablas como enamorado, Marandro; pero no es justo que tome gusto del gusto por tu peligro comprado. Poco podrá sustentarme cualquier robo que harás, aunque más cierto hallarás el perderme que el ganarme. Goza de tu mocedad, en sanidad ya crecida; que más importa tu vida que la mía en la ciudad. Tú podrás bien defendella de la enemiga acechanza, que no la flaca pujanza de esta tan triste doncella; ansí que, mi dulce amor, despide ese pensamiento, que yo no quiero sustento ganado con tu sudor; que aunque puedas alargar mi muerte por algún día, esta hambre que porfía al fin nos ha de acabar. MARANDRO: ¡En vano trabajas, Lira, de impedirme este camino, do mi voluntad y sino allá me convida y tira! Tú rogarás entretanto a los dioses que me vuelvan con despojos que resuelvan tu miseria y mi quebranto. LIRA: Marandro, mi dulce amigo, ¡ay!, no vais, que se me antoja que de tu sangre veo roja la espada del enemigo. No hagas esta jornada, Marandro, bien de mi vida, que, si es mala la salida muy peor será la entrada. Sí, quiero aplacar tu brío, por testigo pongo al cielo, que de tu daño recelo y no del provecho mío. Mas si acaso, amado amigo, prosigues esta contienda, lleva este abrazo por prenda de que me llevas contigo. MARANDRO: Lira, el cielo te acompañe. Vete, que a Leonicio veo. LIRA: Y a ti cumpla tu deseo y en ninguna cosa dañe.

Vase LIRA y [sale LEONICIO]

LEONICIO: Terrible ofrecimiento es el que has hecho, y en él, Marandro, se nos muestra claro que no hay cobarde enamorado pecho; aunque de tu virtud y valor raro debe más esperarse; mas yo temo que el hado infeliz se nos muestra avaro. He estado atento al miserable extremo que te ha dicho Lira en que se halla indigno, cierto, a su valor supremo, y que tú has prometido de libralla de este presente daño, y arrojarse en las armas romanas a batalla. Yo quiero, buen amigo, acompañarte y en impresa tan justa y tan forzosa con mis pequeñas fuerzas ayudarte. MARANDRO: ¡Oh amistad de mi alma venturosa! ¡Oh amistad no en trabajos dividida, ni en la ocasión más próspera y dichosa! Goza, Leonicio, de la dulce vida; quédate en la ciudad, que yo no quiero ser de tus verdes años homicida. Yo solo tengo de ir. Yo solo espero volver con los despojos merecidos a mi invïolable fe y amor sincero. LEONICIO: Pues ya tienes, Marandro, conocidos mis deseos, que, en buena o mala suerte, al sabor de los tuyos van medidos, sabrás que no los miedos de la muerte de ti me apartarán un solo punto, ni otra cosa, si la hay, que sea más fuerte. ¡Contigo tengo de ir; contigo junto he de volver, si ya el cielo no ordena que quede en tu defensa allá difunto! MARANDRO: Quédate, amigo; queda enhorabuena, porque si yo acabare aquí la vida, en esta impresa de peligros llena, que puedas a mi madre dolorida consolarla en el trance riguroso y a la esposa de mí tanto querida. LEONICIO: Cierto que estás, amigo, muy donoso en pensar que en tu muerte quedaría yo con tal quietud y tal reposo, que de consuelo alguno serviría a la doliente madre y triste esposa. Pues en la tuya está la muerte mía, segura tengo la ocasión dudosa; mira cómo ha de ser, Marandro amigo, y en el quedarme no me hables cosa. MARANDRO: Pues no puedo estorbarte el ir conmigo, en el silencio de esta noche oscura tenemos de saltar al enemigo. Lleva ligeras armas, que ventura es la que ha de ayudar al alto intento, que no la malla entretejida y dura. Lleva ansimismo puesto el pensamiento en robar y traer a buen recado lo que pudieres más de bastimento. LEONICIO: Vamos, que no saldré de tu mandado.

Vanse y salen dos NUMANTINOS

NUMANTINO 1: ¡Derrama, dulce hermano, por los ojos el alma en llanto amargo convertida! ¡Venga la muerte y lleve los despojos de nuestra miserable y triste vida! NUMANTINO 2: Bien poco durarán estos enojos; que ya la muerte viene apercebida para llevar en presto y breve vuelo a cuantos pisan de Numancia el suelo. Principios veo que prometen presto amargo fin a nuestra dulce tierra, sin que tengan cuidado de hacer esto los contrarios ministros de la guerra. Nosotros mismos, a quien ya es molesto y enfadoso el vivir que nos atierra, hemos dado sentencia irrevocable de nuestra muerte, aunque crüel, loable. En la plaza mayor ya levantada queda una ardiente y codiciosa hoguera, que, de nuestras riquezas ministrada, sus llamas suben a la cuarta esfera. Allí, con triste prisa acelerada y con mortal y tímida carrera, acuden todos, como santa ofrenda, a sustentar las llamas con su hacienda. Allí las perlas del rosado oriente, y el oro en mil vasijas fabricado, y el diamante y rubí más excelente, y la estimada púrpura y brocado, en medio del rigor fogoso ardiente de la encendida llama se ha arrojado; despojos do pudieran los romanos henchir los senos y ocupar las manos.

Aquí salen con cargas de ropa por una parte, y éntranse por otra

Vuelve al triste espectáculo la vista; verás con cuánta prisa y cuánta gana toda Numancia en numerosa lista aguija a sustentar la llama insana; y no con verde leño o seca arista no con materia al consumir liviana, sino con sus haciendas mal gozadas, pues se guardaron para ser quemadas. NUMANTINO 1: Si con esto acabara nuestro daño, pudiéramos llevallo con paciencia; mas, ¡ay!, que se ha de dar, si no me engaño, de que muramos todos crüel sentencia. ¡Primero que el rigor bárbaro extraño muestre en nuestras gargantas su inclemencia, verdugos de nosotros nuestras manos serán, y no los pérfidos romanos! Han ordenado que no quede alguna mujer, niño, ni viejo con la vida, pues al fin la crüel hambre importuna con más fiero rigor es su homicida. Mas ves allí a do asoma, hermano, una que, como sabes, fue de mí querida un tiempo con extremo tal de amores, cual es el que ella tiene de dolores.

Sale una mujer con una criatura en los brazos y otra de la mano, y ropa para echar en el fuego

MADRE: ¡Oh duro vivir molesto! ¿Terrible y triste agonía! HIJO: Madre, ¿por ventura habría quien nos diese pan por esto? MADRE: ¿Pan, hijo? ¡Ni aun otra cosa que semeje de comer! HIJO: ¿Pues tengo de fenecer de dura hambre rabiosa? ¡Con poco pan que me deis, madre, no os pediré más! MADRE: ¡Hijo, qué pena me das! HIJO: ¿Por qué, madre, no queréis? MADRE: Sí, quiero; mas ¿qué haré, que no sé dónde buscallo? HIJO: Bien podréis, madre, comprallo; si no, yo lo compraré. Mas por quitarme de afán, si alguno conmigo topa, le daré toda esta ropa por un pedazo de pan. MADRE: ¿Qué mamas, triste criatura? ¿No sientes que, a mi despecho, sacas ya del flaco pecho por leche, la sangre pura? Lleva la carne a pedazos y procura de hartarte, que no pueden ya llevarte mis flacos cansado brazos. Hijos, mi dulce alegría, ¿con qué os podré sustentar, si apenas tengo que os dar de la propia sangre mía? ¡Oh hambre terrible y fuerte, cómo me acabas la vida! ¡Oh guerra, sólo venida para causarme la muerte! HIJO: ¡Madre mía, que me fino! Aguijemos. ¿A dó vamos, que parece que alargamos la hambre con el camino? MADRE: Hijo, cerca está la plaza adonde echaremos luego en mitad del vivo fuego el peso que te embaraza.

Vase la mujer y el niño y quedan los dos

NUMANTINO 2: Apenas puede ya mover el paso la sin ventura madre desdichada, que, en tan extraño y lamentable caso, se ve de dos hijuelos rodeada. NUMANTINO 1: Todos, al fin, al doloroso paso vendremos de la muerte arrebatada. Mas moved vos, hermano, agora el vuestro, a ver qué ordena el gran senado nuestro.

FIN DE LA TERCERA JORNADA