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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 1ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

LA GRAN SULTANA,
DOÑA CATALINA DE OVIEDO

Personas que hablan en ella:

JORNADA PRIMERA

Sale SALEC, turco, y ROBERTO, vestido a lo griego, y, detrás dellos, un ALÁRABE, vestido de un alquicel; trai en una lanza muchas estopas, y en una varilla de membrillo, en la punta, un papel como billete, y una velilla de cera encendida en la mano; este tal ALÁRABE se pone al lado del teatro, sin hablar palabra, y luego dice ROBERTO
ROBERTO: La pompa y majestad deste tirano, sin duda alguna, sube y se engrandece sobre las fuerzas del poder humano. Mas, ¿qué fantasma es esta que se ofrece, coronada de estopas media lanza? Alárabe en el traje me parece. SALEC: Tienen aquí los pobres esta usanza cuando alguno a pedir justicia viene (que sólo el interés es quien la alcanza): de una caña y de estopas se previene, y cuando el Turco pasa enciende fuego, a cuyo resplandor él se detiene; pide justicia a voces, dale luego lugar la guarda, y el pobre, como jara, arremete turbado y sin sosiego, y en la punta y remate de una vara al Gran Señor su memorial presenta, que para aquel efecto el paso para. Luego, a un bello garzón, que tiene cuenta con estos memoriales, se le entrega, que, en relación, después, dellos da cuenta; pero jamás el término se llega del buen despacho destos miserables, que el interés le turba y se le niega. ROBERTO: Cosas he visto aquí que de admirables pueden al más gallardo entendimiento suspender. SALEC: Verás otras más notables. Ya está a pie el Gran Señor; puedes atento verle a tu gusto, que el cristiano puede mirarle rostro a rostro a su contento. A ningún moro o turco se concede que levante los ojos a miralle, y en esto a toda majestad excede.
[Salen] a este instante el gran TURCO con mucho acompañamiento; delante de sí lleva un PAJE vestido a lo turquesco, con una flecha en la mano, levantada en alto, y detrás del [gran] TURCO van otros dos GARZONES con dos bolsas de terciopelo verde, donde ponen los papeles que el [gran] TURCO les da
ROBERTO: Por cierto, él es mancebo de buen talle, y que, de gravedad y bizarría, la fama, con razón, puede loalle. SALEC: Hoy hace la zalá en Santa Sofía, ese templo que ves, que en la grandeza excede a cuantos tiene la Turquía. ROBERTO: A encender y a gritar el moro empieza; el Turco se detiene mesurado, señal de pïedad como de alteza. El moro llega; un memorial le ha dado; el Gran Señor le toma y se le entrega a un bel garzón que casi trai al lado.
En tanto que esto dice ROBERTO y el [gran] TURCO pasa, tiene SALEC doblado el cuerpo y inclinada la cabeza, sin miralle al rostro
SALEC: Esta audiencia al que es pobre no se niega. ¿Podré alzar la cabeza? ROBERTO: Alza y mira, que ya el Señor a la mezquita llega, cuya grandeza desde aquí me admira.
[Vase] el gran [TURCO con su acompañamiento], y queda[n] en el teatro SALEC y ROBERTO
SALEC: ¿Qué te parece Roberto, de la pompa y majestad que aquí se te ha descubierto? ROBERTO: Que no creo a la verdad, y pongo duda en lo cierto. SALEC: De a pie y de a caballo, van seis mil soldados. ROBERTO: Sí irán. SALEC: No hay dudar, que seis mil son. ROBERTO: Juntamente, admiración y gusto y asombro dan. SALEC: Cuando sale a la zalá sale con este decoro; y es el día del xumá, que así al viernes llama el moro. ROBERTO: ¡Bien acompañado va! Pero, pues nos da lugar el tiempo, quiero acabar de contarte lo que ayer comencé a darte a entender. SALEC: Vuelve, amigo, a comenzar. ROBERTO: Aquel mancebo que dije vengo a buscar: que le quiero más que al alma por quien vivo, más que a los ojos que tengo. Desde su pequeña edad, fui su ayo y su maestro, y del templo de la fama le enseñé el camino estrecho; encaminéle los pasos por el angosto sendero de la virtud; tuve a raya sus juveniles deseos; pero no fueron bastantes mis bien mirados consejos, mis persecuciones cristianas, del bien y mal mil ejemplos, para que, en mitad del curso de su más florido tiempo, amor no le saltease, monfí de los años tiernos. Enamoróse de Clara, la hija de aquel Lamberto que tú en Praga conociste, teutónico caballero. Sus padres y su hermosura nombre de Clara la dieron; pero quizá sus desdichas en escuridad la han puesto. Demandóla por esposa, y no salió con su intento; no porque no fuese igual y acertado el casamiento, sino porque las desgracias traen su corriente de lejos, y no hay diligencia humana que prevenga su remedio. Finalmente, él la sacó: que voluntades que han puesto la mira en cumplir su gusto, pierden respetos y miedos. Solos y a pie, en una noche de las frías del invierno, iban los pobres amantes, sin saber adónde, huyendo; y, al tiempo que ya yo había echado a Lamberto menos (que éste [es] el nombre del triste que he dicho que a buscar vengo), con aliento desmayado, de un frío sudor cubierto el rostro, y todo turbado, ante mis ojos le veo. Arrojóseme a los pies, la color como de un muerto, y, con voz interrumpida de sollozos, dijo: "Muero, padre y señor, que estos nombres a tus obras se los debo. A Clara llevan cautiva los turcos de Rocaferro. Yo, cobarde; yo, mezquino y un traidor, que no lo niego, hela dejado en sus manos, por tener los pies ligeros. Esta noche la llevaba no sé adónde, aunque sé cierto que, si fortuna quisiera, fuéramos los dos al cielo." A la nueva triste y nueva, en un confuso silencio quedé, sin osar decirle: "Hijo mío, ¿cómo es esto?" De aquesta perplejidad me sacó el marcial estruendo del rebato a que tocaron las campanas en el pueblo. Púseme luego a caballo, salió conmigo Lamberto en otro, y salió una tropa de caballos herreruelos. Con la escuridad, perdimos el rastro de los que hicieron el robo de Clara, y otros que con el día se vieron. Temerosos de celada, no nos apartamos lejos del lugar, al cual volvimos cansados y sin Lamberto. SALEC: Pues, ¿cómo? ¿Quedóse aposta? ROBERTO: Aposta, a lo que sospecho, porque nunca ha parecido desde entonces, vivo o muerto. Su padre ofreció por Clara gran cantidad de dinero, pero no le fue posible cobrarla por ningún precio. Díjose por cosa cierta que el turco que fue su dueño la presentó al Gran Señor por ser hermosa en estremo. Por saber si esto es verdad, y por saber de Lamberto, he venido como has visto aquí en hábito de griego. Sé hablar la lengua de modo que pasar por griego entiendo. SALEC: Puesto que nunca la sepas, no tienes de qué haber miedo: aquí todo es confusión, y todos nos entendemos con una lengua mezclada que ignoramos y sabemos. De mí no te escaparás, pues cuando te vi, al momento te conocí. ROBERTO: ¡Gran memoria! SALEC: Siempre la tuve en extremo. ROBERTO: Pues, ¿cómo te has olvidado de quién eres? SALEC: No hablemos en eso agora: otro día de mis cosas trataremos; que, si va a decir verdad, yo ninguna cosa creo. ROBERTO: Fino ateísta te muestras. SALEC: Yo no sé lo que me muestro; sólo sé que he de mostrarte, con obras al descubierto, que soy tu amigo, a la traza como lo fui en algún tiempo; y, para saber de Clara, un eunuco del gobierno del serrallo del Gran Turco podrá hacerme satisfecho, que es mi amigo. Y, entre tanto, puedes mirar por Lamberto: quizá, como tuvo el alma, también tendrá preso el cuerpo.
[Vanse]. Salen MAMÍ y RUSTÁN, eunucos
MAMÍ: Ten, Rustán, la lengua muda, y conmigo no autorices tu fe, de verdad desnuda, pues mientes en cuanto dices, y eres cristiano, sin duda: que el tener ansí encerrada tanto tiempo y tan guardada a la cautiva española, es señal bastante y sola que tu intención es dañada. Has quitado al Gran Señor de gozar la hermosura que tiene el mundo mayor, siendo mal darle madura fruta, que verde es mejor. Seis años ha que la celas y la encubres con cautelas que ya no pueden durar, y agora por desvelar esta verdad te desvelas. Pero, ¡espera, perro, aguarda, y verás de qué manera la fe al Gran Señor se guarda! RUSTÁN: ¡Mamí amigo, espera, espera! MAMÍ: Llega el castigo, aunque tarda; y el que sabe una traición, y se está sin descubrilla algún tiempo, da ocasión de pensar si en consentilla tuvo parte la intención. La tuya he sabido hoy, y así, al Gran Señor me voy a contarle tu maldad.
[Vase] MAMÍ
RUSTÁN: No hay negalle esta verdad; por empalado me doy.