TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS |
Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc. |
Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 5ª |
Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen |
[Sale] el Gran TURCO
TURCO: ¡Catalina! SULTANA: Ése es mi nombre. TURCO: Catalina la Otomana te llamarán. SULTANA: Soy cristiana, y no admito el sobrenombre, porque es el mío de Oviedo, hidalgo, ilustre y cristiano. TURCO: No es humilde el otomano. SULTANA: Esa verdad te concedo: que en altivo y arrogante ninguno igualarte puede. TURCO: Pues el tuyo al mío excede y en todo le va adelante, pues que desprecias por él al mayor que el suelo tiene. SULTANA: Sé yo que en él se contiene lo que es de estimar en él, que es el darme a conocer por cristiana si me nombran. TURCO: Tus libertades me asombran, que son más que de mujer; pero bien puedes tenellas con quien solamente puede aquello que le concede el valor que vive en ellas. Dél conozco que te estimas en todo aquello que vales, y con arrogancias tales me alegras y me lastimas. Muéstrate más soberana, haz que te tenga respeto el mundo, porque, en efeto, has de ser la Gran Sultana. Y doyte la preeminencia desde luego: ya lo eres. SULTANA: ¿Dar a una tu esclava quieres de tu esposa la excelencia? Míralo bien, porque temo que has de arrepentirte presto. TURCO: Ya lo he mirado, y en esto no hago ningún extremo, si ya no fuese el de hacer que con la sangre otomana mezcle la tuya cristiana para darle mayor ser. Si el fruto que de ti espero llega a colmo, verá el mundo que no ha de tener segundo el que me dieres primero. No habrá descubierto el sol, en cuanto ciñe y rodea, no, quien pase, que igual sea a un otomano español. Mira a lo que te dispones, que ya mi alma adivina que has de parir, Catalina, hermosísimos leones. SULTANA: Antes tomara engendrar águilas. TURCO: A tu fortuna no hay dificultad alguna que la pueda contrastar. En la cumbre de la rueda estás, y, aunque varïable, contigo ha de ser estable, estando en tu gloria queda. Daréte la posesión de mi alma aquesta tarde, y la de mi cuerpo, que arde en llamas de tu afición; afición, de amor interno, que, con poderoso brío, de mi alma y mi albedrío tiene el mando y el gobierno. SULTANA: He de ser cristiana. TURCO: Sélo; que a tu cuerpo, por agora, es el que mi alma adora como si fuese su cielo. ¿Tengo yo a cargo tu alma, o soy Dios para inclinalla, o ya de hecho llevalla donde alcance eterna palma? Vive tú a tu parecer, como no vivas sin mí. RUSTÁN: ¿Qué te parece, Mamí? MAMÍ: ¡Mucho puede una mujer! SULTANA: No me has de quitar, señor, que con cristianos no tr[a]te. MAMÍ: Éste es grande disparate, y el concederle, mayor. TURCO: Tal te veo y tal me veo, que con grave imperio y firme puedes, Sultana, pedirme cuanto te pida el deseo. De mi voluntad te he dado entera juridición; tus deseos míos son: mira si estoy obligado a cumplillos. MAMÍ: Caso grave, y entre turcos jamás visto, andar por aquí tu Cristo, Rustán. RUSTÁN: Él mismo lo sabe. Él suele, Mamí, sacar de mucho mal mucho bien. TURCO: Tus aranceles me den el modo que he de guardar para no salir un punto de tu gusto; que el sabelle y el entendelle y hacelle estará en mi alma junto. Saca de aquesta humildad, bellísima Catalina, que se guía y se encamina a rendir su voluntad. No quiero gustos por fuerza de gran poder conquistados: que nunca son bien logrados los que se toman por fuerza. Como a mi esclava, en un punto pudiera gozarte agora; mas quiero hacerte señora, por subir el bien de punto; y, aunque del cercado ajeno es la fruta más sabrosa que del propio, ¡estraña cosa!, por la que es tan mía peno. Entre las manos la tengo, y entre la boca y las manos desparece. ¡Oh, miedos vanos, y a cuántas bajezas vengo! Puedo cumplir mi des[e]o, y estoy en comedimientos. RUSTÁN: Humilla tus pensamientos, porque muy airado veo al Gran Señor; no fabriques tu tristeza en su pesar, y a quien ya puedes mandar, no será bien que supliques. SULTANA: Dio el temor con mi buen celo en tierra. ¡Oh pequeña edad! ¡Con cuánta facilidad te rinde cualquier recelo! Gran Señor, veisme aquí; postro las rodillas ante ti; tu esclava soy. TURCO: ¿Cómo así? Alza, señora, ese rostro, y en esos sus soles dos, que tanto le hermosean, harás que mis ojos vean el grande poder de Dios, o de la naturaleza, a quien Alá dio poder para que pudiese hacer milagros en su belleza. SULTANA: Advierte que soy cristiana, y que lo he de ser contino. MAMÍ: ¡Caso extraño y peregrino: cristiana una Gran Sultana! TURCO: Puedes dar leyes al mundo, y guardar la que quisieres: no eres mía, tuya eres, y a tu valor sin segundo se le debe adoración, no sólo humano respeto; y así, de guardar prometo las sombras de tu intención. Mamí, tráeme, ¡así tú vivas!, a que den en mi presencia a Sultana la obediencia del serrallo las cautivas. [Vase] MAMÍ Reveréncienla, no sólo los que obediencia me dan, sino las gentes que están desde éste al contrario polo. SULTANA: ¡Mira, señor, que ya pasan tus deseos de lo justo! TURCO: Las cosas que me dan gusto no se miden ni se tasan; todas llegan al extremo mayor que pueden llegar, y para las alcanzar siempre espero, nunca temo.
Vuelve MAMÍ, y con él Clara, llamada ZAIDA, y ZELINDA, que es Lamberto, el que busca ROBERTO
MAMÍ: Todas vienen. TURCO: Éstas dos den la obediencia por todas. ZAIDA: Hagan dichosas tus bodas las bendiciones de Dios; fecundo tu seno sea, y, con parto sazonado, del Gran Señor el Estado con mayorazgo se vea; logres la intención que tienes, que ya de Rustán la sé, y en varios modos te dé el mundo mil parabienes. ZELINDA: Hermosísima española, corona de su nación, única en la discreción, y en buenos intentos sola; traiga a colmo tu deseo el Cielo, que le conoce, y en estas bodas se goce el dulce y santo Himeneo; por tu parecer se rija el imperio que posees; ninguna cosa desees que el no alcanzalla te aflija; de ensalzarte es cosa llana que Mahoma el cargo toma. TURCO: No le nombréis a Mahoma, que la Sultana es cristiana. Doña Catalina es su nombre, y el sobrenombre de Oviedo, para mí, nombre de riquísimo interés; porque, a tenerle de mora, nunca a mi poder llegara, ni del tesoro gozara que en su hermosura mora. Ya como a cosa divina, sin que lo encubra el silencio, el gran nombre reverencio de mi hermosa Catalina. Para celebrar las bodas, que han de dar asombro al suelo, déme de su gloria el cielo y acudan mis gentes todas; concédame el mar profundo, de sus senos temerosos, los pescados más sabrosos; sus riquezas me dé el mundo; denme la tierra y el viento aves y caza, de modo que esté en cada una el todo del más gustoso alimento. SULTANA: Mira, señor, que me agravia el bien que de mí pregonas. TURCO: Denme para tus coronas perlas el Sur, oro Arabia, púrpura Tiro y olores la Sabea, y, finalmente, denme para ornar tu frente abril y mayo sus flores; y si os parece que el modo de pedir ha dado indicio de tener poco juïcio, venid y veréislo todo. [Vase] todos, si no es ZAIDA: y ZELINDA ZELINDA: ¡Oh Clara! ¡Cuán turbias van nuestras cosas! ¿Qué haremos? Que ya están en los extremos del más sin remedio afán. ¿Yo varón, y en el serrallo del Gran Turco? No imagino traza, remedio o camino a este mal. ZAIDA: Ni yo le hallo. ¡Grande fue tu atrevimiento! ZELINDA: Llegó do llegó el Amor, que no repara en temor cuando mira a su contento. Entre una y otra muerte, por entre puntas de espadas contra mí desenvainadas, entrara, mi bien, a verte. Ya te he visto y te he gozado, y a este bien no llega el mal que suceda, aunque mortal. ZAIDA: Hablas como enamorado: todo eres brío, eres todo valor y todo esperanza; pero nuestro mal no alcanza remedio por ningún modo: que desta triste morada, por nuestro mal conocida, es la muerte la salida y desventura la entrada. De aquí no hay pensar hüir a más seguro lugar: que sólo se ha de escapar con las alas del morir. Ningún cohecho es bastante que a las guardas enternezca, ni remedio que se ofrezca que el morir no esté delante. ¿Yo preñada, y tú varón, y en este serrallo? Mira adónde pone la mira nuestra cierta perdición. ZELINDA: ¡Alto! Pues se ha de acabar en muerte nuestra fortuna, no esperar salida alguna es lo que se ha de esperar; pero estad, Clara, advertida que hemos de morir de suerte que nos granjee la muerte nueva y perdurable vida. Quiero decir que muramos cristianos en todo caso. ZAIDA: De la vida no hago caso, como a tal muerte corramos.
[Vanse]. Sale MADRIGAL, el maestro del elefante, con una trompetilla de hoja de lata, y sale con él ANDREA, la espía
ANDREA: ¡Bien te dije, Madrigal, que la alárabe algún día a la muerte te traería! MADRIGAL: Más bien me hizo que mal. ANDREA: Maestro de un elefante te hizo. MADRIGAL: ¿Ya es barro, Andrea? Podrá ser que no se vea jamás caso semejante. ANDREA: Al cabo, ¿no has de morir cuando caigan en el caso de la burla? MADRIGAL: No hace al caso. Déjame agora vivir, que, en término de diez años, o morirá el elefante, o yo, o el Turco, bastante causa a reparar mi[s] daño[s]. ¿No fuera peor dejarme arrojar en un costal, por lo menos en la mar, donde pudiera ahogarme, sin que pudiera valerme de ser grande nadador? ¿No estoy agora mejor? ¿No podéis vos socorrerme agora con más provecho vuestro y mío? ANDREA: Así es verdad. MADRIGAL: Andrea, considerad que este hecho es un gran hecho, y aun salir con él entiendo cuando menos os pensáis. ANDREA: Gracias, Madrigal, tenéis, que al diablo las encomiendo. ¿El elefante ha de hablar? MADRIGAL: No quedará por maestro; y él es animal tan diestro, que me hace imaginar que tiene algún no sé qué de discurso racional. ANDREA: Vos sí sois el animal sin razón, como se ve, pues en disparates dais en que no da quien la tiene. MADRIGAL: Darlo a entender me conviene así al Cadí. ANDREA: Bien andáis; pero no os cortéis conmigo las uñas, que no es razón. MADRIGAL: Es mi propria condición burlarme del más amigo. ANDREA: ¿Esa trompeta es de plata? MADRIGAL: De plata la pedí yo; mas dijo quien me la dio que bastaba ser de lata. Al elefante con ella he de hablar en el oído. ANDREA: ¡Trabajo y tiempo perdido! MADRIGAL: ¡Traza ilustre y burla bella! Cien ásperos cada día me dan por acostamiento. ANDREA: ¿Dos escudos? ¡Gentil cuento! ¡Buena va la burlería! MADRIGAL: El cadí es éste. A más ver, que me convïene hablalle. ANDREA: ¿Querrás de nuevo engañalle? MADRIGAL: Podrá ser que pueda ser.