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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 6ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

Vase ANDREA, y entra el CADÍ
CADÍ: Español, ¿has comenzado a enseñar al elefante? MADRIGAL: Sí; y está muy adelante: cuatro liciones le he dado. CADÍ: ¿En qué lengua? MADRIGAL: En vizcaína, que es lengua que se averigua que lleva el lauro de antigua a la etiopía y abisina. CADÍ: Paréceme lengua extraña. ¿Dónde se usa? MADRIGAL: En Vizcaya. CADÍ: ¿Y es Vizcaya...? MADRIGAL: Allá en la raya de Navarra, junto a España. CADÍ: Esta lengua de valor por su antigüedad es sola; enséñale la española, que la entendemos mejor. MADRIGAL: De aquéllas que son más graves, le diré las que supiere, y él tome la que quisiere. CADÍ: ¿Y cuáles son las que sabes? MADRIGAL: La jerigonza de ciegos, la bergamasca de Italia, la gascona de la Galia y la antigua de los griegos; con letras como de estampa una materia le haré, adonde a entender le dé la famosa de la hampa; y si de aquéstas le pesa, porque son algo escabrosas, mostraréle las melosas valenciana y portuguesa. CADÍ: A gran peligro se arrisca tu vida si el elefante no sale grande estudiante en la turquesca o morisca o en la española, a lo menos. MADRIGAL: En todas saldrá perito, si le place al infinito sustentador de los buenos, y aun de los malos, pues hace que a todos alumbre el sol. CADÍ: Hazme un placer, español. MADRIGAL: Por cierto que a mí me place. Declara tu voluntad, que luego será cumplida. CADÍ: Será el mayor que en mi vida pueda hacerme tu amistad. Dime: ¿qué iban hablando, con acento bronco y triste, aquellos cuervos que hoy viste ir por el aire volando? Que por entonces no pude preguntártelo. MADRIGAL: Sabrás (y de aquesto que me oirás no es bien que tu ingenio dude), sabrás, digo, que trataban que al campo de Alcudia irían, lugar donde hartar podían la gran hambre que llevaban: que nunca falta res muerta en aquellos campos anchos, donde podrían sus panchos de su hartura hallar la puerta. CADÍ: Y esos campos, ¿dónde están? MADRIGAL: En España. CADÍ: ¡Gran vïaje! MADRIGAL: Son los cuervos de volaje tan ligeros, que se van dos mil leguas en un tris: que vuelan con tal instancia, que hoy amanecen en Francia, y anochecen en París. CADÍ: Dime: ¿qué estaba diciendo aquel colorín ayer? MADRIGAL: Nunca le pude entender; es húngaro: no le entiendo. CADÍ: Y aquella calandria bella, ¿supiste lo que decía? MADRIGAL: Una cierta niñería que no te importa sabella. CADÍ: Yo sé que me lo dirás. MADRIGAL: Ella dijo, en conclusión, que andabas tras un garzón, y aun otras cosillas más. CADÍ: Pues, ¡válgala Lucifer!, ¿a qué se mete conmigo? MADRIGAL: Si hay algo de lo que digo, verás que la sé entender. CADÍ: No va muy descaminada; pero no ha llegado el juego a que me abrase en tal fuego. No digas a nadie nada, que el crédito quedaría granjeado a buenas noches. MADRIGAL: Para hablar en tus reproches, es muda la lengua mía. Bien puedes a sueño suelto dormir en mi confïanza, pues de hablar en tu alabanza para siempre estoy resuelto. Puesto que los tordos sean de tu ruindad pregoneros, y la digan los silgueros que en los pimpollos gorjean; ora los asnos roznando digan tus males protervos, ora graznando los cuervos, o los canarios cantando: que, pues yo soy aquel solo que los entiende, seré aquel que los callaré desde el uno al otro polo. CADÍ: ¿No habrá pájaro que cante alguna virtud de mí? MADRIGAL: Respetaránte, ¡oh cadí!, si puedo, de aquí adelante: que, apenas veré en sus labios dar indicios de tus menguas, cuando les corte las lenguas, en pena de tus agravios.
Entra RUSTÁN, el eunuco, y tras él un cautivo anciano [CRISTIANO], que se pone a escuchar lo que hablan
CADÍ: Buen Rustán, ¿adónde vais? RUSTÁN: A buscar un tarasí español. MADRIGAL: ¿No es sastre? RUSTÁN: Sí. MADRIGAL: Sin duda que me buscáis, pues soy sastre y español, y de tan grande tijera que no la tiene en su esfera el gran tarasí del sol. ¿Qué hemos de cortar? RUSTÁN: Vestidos ricos para la Sultana, que se viste a la cristiana. CADÍ: ¿Dónde tenéis los sentidos? Rustán, ¿qué es lo que decís? ¿Ya hay Sultana, y que se viste a la cristiana? RUSTÁN: No es chiste; verdades son las que oís. Doña Catalina ha nombre con sobrenombre de Oviedo. CADÍ: Vos diréis algún enredo con que me enoje y asombre. RUSTÁN: Con una hermosa cautiva se ha casado el Gran Señor, y consiéntele su amor que en su ley cristiana viva, y que se vista y se trate como cristiana, a su gusto. CRISTIANO: ¡Cielo pïadoso y justo! CADÍ: ¿Hay tan grande disparate? Moriré si no voy luego a reñirle.
Vase el CADÍ
RUSTÁN: En vano irás, pues del amor [le] hallarás del todo encendido en fuego. Venid conmigo, y mirad que seáis buen sastre. MADRIGAL: Señor, yo sé que no le hay mejor en toda esta gran ciudad, cautivo ni renegado; y, para prueba de aquesto, séaos, señor, manifiesto que yo soy aquel nombrado maestro del elefante; y quien ha de hacer hablar a una bestia, en el cortar de vestir será elegante. RUSTÁN: Digo que tenéis razón; pero si otra no me dais, desde aquí conmigo estáis en contraria posesión. Mas, con todo, os llevaré. Venid. CRISTIANO: Señor, a esta parte, si quieres, quiero hablarte. RUSTÁN: Decid, que os escucharé. CRISTIANO: Para mí es averiguada cosa, por más de un indicio, que éste sabe del oficio de sastre muy poco o nada. Yo soy sastre de la Corte, y de España, por lo menos, y en ella de los más buenos, de mejor medida y corte; soy, en fin, de damas sastre, y he venido al cautiverio quizá no sin gran misterio, y sin quizá, por desastre. Llevadme: veréis quizá maravillas. RUSTÁN: Está bien. Venid vos, y vos también; quizá alguno acertará. MADRIGAL: Amigo, ¿sois sastre? CRISTIANO: Sí. MADRIGAL: Pues yo a Judas me encomiendo si sé coser un remiendo. CRISTIANO: ¡Ved qué gentil tarasí! Aunque pienso, con mi maña, antes que a fuerza de brazos, de sacar de aquí retazos que puedan llevarme a España.
[Vanse] todos. [Sale] la SULTANA con un rosario en la mano, y el Gran TURCO tras ella, escuchándola
SULTANA: ¡Virgen, que el sol más bella; Madre de Dios, que es toda tu alaban[z]a; del mar del mundo estrella, por quien el alma alcanza a ver de sus borrascas la bonanza! En mi aflicción te invoco; advierte, ¡oh gran Señora!, que me anego, pues ya en las sirtes toco del desvalido y ciego temor, a quien el alma ansiosa entrego. La voluntad, que es mía y la puedo guardar, ésa os ofrezco, Santísima María; mirad que desfallezco; dadme, Señora, el bien que no merezco.

¡Oh Gran Señor! ¿Aquí vienes? TURCO: Reza, reza, Catalina, que sin la ayuda divina duran poco humanos bienes; y llama, que no me espanta, antes me parece bien, a tu Lela Marïén, que entre nosotros es santa. SULTANA: No hay generación alguna que no te bendiga, ¡oh Esposa de tu Hijo!, ¡oh tan hermosa que es fea ante ti la luna! TURCO: Bien la pu[e]des alabar, que nosotros la alabamos, y de ser Virgen la damos la palma en primer lugar.

[Salen] RUSTÁN, MADRIGAL y [CRISTIANO], el viejo cautivo y MAMÍ
RUSTÁN: Éstos son los tarasíes. MADRIGAL: Yo, señor, soy el que sabe cuanto en el oficio cabe; los demás son baladíes. SULTANA: Vestiréisme a la española. MADRIGAL: Eso haré de muy buen grado, como se le dé recado bastante a la chirinola. SULTANA: ¿Qué es chirinola? MADRIGAL: Un vestido trazado por tal compás que tan lindo por jamás ninguna reina ha vestido; trecientas varas de tela de oro y plata entran en él. SULTANA: Pues, ¿quién podrá andar con él, que no se agobie y se muela? MADRIGAL: Ha de ser, señora mía, la falda postiza. CRISTIANO: ¡Bueno! Éste está de seso ajeno, o se burla, o desvaría. Amigo, muy mal te burlas, y sabe, si no lo sabes, que con personas tan graves nunca salen bien las burlas. Yo os haré al modo de España un vestido tal, que os cuadre. SULTANA: Éste, sin duda, es mi padre, si no es que la voz me engaña. Tomadme vos la medida, buen hombre. CRISTIANO: ¡Fuera acertado que se la hubieran tomado ya los cielos a tu vida! SULTANA: Sin duda, es él. ¿Qué haré? ¡Puesta estoy en confusión! TURCO: Libertad por galardón, y gran riqueza os daré. Vestídmela a la española, con vestidos tan hermosos que admiren por lo costosos, como ella admira por sola; gastad las perlas de Oriente y los diamantes indianos, que hoy os colmaré las manos y el deseo fácilmente. Véase mi Catalina con el adorno que quiere, puesto que en el que trujere la tendré yo por divina. Es ídolo de mis ojos, y, en el proprio o estranjero adorno, adorarla quiero, y entregarle mis despojos. CRISTIANO: Venid acá, buena alhaja; tomaros he la medida, que fuera más bien medida a ser de vuestra mortaja. MADRIGAL: Por la cintura comienza, así es sastre como yo. TURCO: Cristiano amigo, eso no, que algo toca en desvergüenza; tanteadla desde fuera, y no lleguéis a tocalla. CRISTIANO: ¿Adónde, señor, se halla sastre que desa manera haga su oficio? ¿No ves que en el corte erraría si no llevase por guía la medida? TURCO: Ello así es; mas, a poder excusarse, tendríalo por mejor. CRISTIANO: De mis abrazos, señor, no hay para qué recelarse, que como de padre puede recebirlos la Sultana. SULTANA: Ya mi sospecha está llana; ya el miedo que tengo excede a todos los de hasta aquí. TURCO: Llegad, y haced vuestro oficio. SULTANA: No des, ¡oh buen padre!, indicio de ser sino tarasí.
Estándole tomando la medida, dice el padre, [CRISTIANO]
CRISTIANO: ¡Pluguiera a Dios que estos lazos que tus aseos preparan fueran los que te llevaran a la fuesa entre mis brazos! ¡Pluguiera a Dios que en tu tierra en humildad y bajeza se cambiara la grandeza que esta majestad encierra, y que estos ricos adornos en burieles se trocaran, y en España se gozaran detrás de redes y tornos! SULTANA: ¡No más, padre, que no puedo sufrir la reprehensión; que me falta el corazón y me desmayo de miedo!
Desmáyase la SULTANA
TURCO: ¿Qué es esto? ¿Qué desconcierto es éste? ¿Qué desespero? Di, encantador, embustero: ¿hasla hechizado?, ¿hasla muerto? Basilisco, di: ¿qué has hecho? Espíritu malo, habla. CRISTIANO: Ella volverá a su habla. Haz que la aflojen el pecho, báñenle con agua el rostro, y verás cómo en sí vuelve. TURCO: ¡La vida se le resuelve! ¡Empalad luego a ese monstro! ¡Empalad aquél también! ¡Quitádmelos de delante! MADRIGAL: ¡Primero que el elefante vengo a morir! MAMÍ: ¡Perro, ven! CRISTIANO: Yo soy el padre, sin duda, de la Sultana, que vive. MAMÍ: De mentiras se apercibe el que la verdad no ayuda. Venid, venid, embusteros, españoles y arrogantes. MADRIGAL: ¡Oh flor de los elefantes!, hoy hago estanco en el veros.

Llevan Mamí y RUSTÁN por fuerza al padre de la SULTANA: y a MADRIGAL; queda en el teatro el Gran TURCO y la SULTANA:, desmayada
TURCO: ¡Sobre mis hombros vendrás, cielo deste pobre Atlante, en males sin semejante, si vos en vos no volvéis!

Llévala

FIN DE LA SEGUNDA JORNADA