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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 8ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

[Sale] el CADÍ
CADÍ: ¿Qué es lo que veo? ¡Ay de mí! ¡Cielo, que esto consintáis! TURCO: ¡Por vida del gran Cadí, que no me reprehendáis, y que os sentéis junto a mí! Porque las reprehensiones piden lugar y ocasiones diferentes que éstas son. CADÍ: Enmudezca mi razón el silencio que me pones. Callo y siéntome. TURCO: Ansí haced. Vosotros, como he pedido, a darme gusto atended; que yo sabré, agradecido, hacer a todos merced. MADRIGAL: Antes de llegar al trance del baile nunca aprendido, oye, señor, un romance. MÚSICO 1: ¡Plega a Dios que este perdido no nos pierda en este lance! MADRIGAL: Y has de saber que es la historia de la vida de tu gloria; y cantaréle muy presto, porque soy único en esto, y lo sé bien de memoria. En un bajel de diez bancos, de Málaga, y en ivierno, se embarcó para ir a Orán un tal Fulano de Oviedo, hidalgo, pero no rico: maldición del siglo nuestro, que parece que el ser pobre al ser hidalgo es anejo. Su mujer y una hija suya, niña, y hermosa en extremo, por convenirles ansí, también con él se partieron. El mar les aseguraba el tiempo, por ser de enero, sazón en que los cosarios se recogen en sus puertos; pero como las desgracias navegan con todos vientos, una les vino tan mala, que la libertad perdieron. Morato Arráez, que no duerme por desvelar nuestro sueño, en aquella travesía alcanzó al bajel ligero; hizo escala en Tetuán y a la niña vendió luego a un famoso y rico moro, cuyo nombre es Alí Izquierdo. La madre murió de pena; al padre a Argel le trujeron, adonde sus muchos años le escusaron de ir al remo. Cuatro años eran pasados, cuando Morato, volviendo a Tetuán, vio a la niña más hermosa que el sol mesmo. Compróla de su patrón, cuatrodoblándole el precio que había dado por ella a Alí, comprador primero, el cual le dijo a Morato: "De buena gana la vendo, pues no la puedo hacer mora por dádivas ni por ruegos. Diez años tiene apenas; mas tal discreción en ellos, que no les hacen ventaja los maduros de los viejos. Es gloria de su nación y de fortaleza ejemplo; tanto más cuanto es más sola, y de humilde y frágil sexo." Con la compra el gran cosario sobremanera contento, se vino a Constantinopla, creo el año de seiscientos; presentóla al Gran Señor, mozo entonces, el cual luego del serrallo a los eunucos hizo el estremado entrego. En Zoraida el Catalina, su dulce nombre, quisieron trocarle; mas nunca quiso, ni el sobrenombre de Oviedo. Viola al fin el Gran Señor, después de varios sucesos, y, cual si mirara al sol, quedó sin vida y suspenso; ofrecióle el mayorazgo de sus estendidos reinos, y diole el alma en señal... TURCO: ¡Qué gran verdad dice en esto! MADRIGAL: ...consiéntale ser cristiana. CADÍ: ¡Extraño consentimiento! TURCO: Calla, amigo; no me turbes, que estoy mis dichas oyendo. MADRIGAL: ...Cómo no la halló su padre, contar aquí no pretendo: que serán cuentos muy largos, si he de abreviar este cuento; basta que vino a buscalla por discursos y rodeos dignos de más larga historia y de otra sazón y tiempo. Hoy Catalina es Sultana, hoy reina, hoy vive y hoy vemos que del león otomano pisa el indomable cuello; hoy le rinde y avasalla, y, con no vistos estremos, hace bien a los cristianos. Y esto sé deste suceso. MÚSICO 2: ¡Oh repentino poeta! El rubio señor de Delo, de su agua de Aganipe te dé a beber un caldero. MÚSICO 1: Paladéente las musas con jamón y vino añejo de Rute y Ciudarreal. MADRIGAL: Con San Martín me contento. CADÍ: ¡El diablo es este cristiano! Yo le conozco, y sé cierto que sabe más que Mahoma. TURCO: Hacerles mercedes pienso.

MADRIGAL: Tú, señora, a nuestra usanza ven, que has de ser de una danza la primera y la postrera. SULTANA: El gusto desa manera del Gran Señor no se alcanza; que, como la libertad perdí tan niña, no sé bailes de curiosidad. MADRIGAL: Yo, señora, os guïaré. SULTANA: En buen hora comenzad.

Levántase la SULTANA a bailar, y ensáyase este baile bien. Cantan los MÚSICOs
[MÚSICOs]: A vos, hermosa española, tan rendida el alma tengo, que no miro por mi gusto por mirar al gusto vuestro; por vos ufano y gozoso a tales estremos vengo, que precio ser vuestro esclavo más que mandar mil imperios; por vos, con discurso claro, puesto que puedo, no quiero admitir reprehensiones ni escuchar graves consejos; por vos, contra mi Profeta, que me manda en sus preceptos que aborrezca a los cristianos, por vos, no los aborrezco; con vos, niña de mis ojos, todas mis venturas veo, y sé que, sin duda alguna, por vos vivo y por vos muero.
Muda el baile
Escuchaba la niña los dulces requiebros, y está de su alma su gusto lejos. Como tiene intento de guardar su ley, requiebros del rey no le dan contento. Vuelve el pensamiento a parte mejor, sin que torpe amor le turbe el sosiego. Y está de su alma su gusto lejos. Su donaire y brío extremos contienen que del Turco tienen preso el albedrío. Arde con su frío, su valor le asombra, y adora su sombra, puesto que ve cierto que está de su alma su gusto lejos. TURCO: Paso, bien mío, no más, porque me llevas el alma tras cada paso que das. Déte el donaire la palma, la ligereza y compás. Alma mía, sosegad, y si os cansáis, descansad; y en este dichoso día la liberal mano mía a todos da libertad.
Híncanse delante del TURCO, en diciendo esto, todos de rodillas: los cautivos, y ZAIDA y ZELINDA, los garzones y la SULTANA
SULTANA: ¡Mil veces los pies te beso! ZELINDA: ¡éste ha sido para mí felicísimo suceso! TURCO: Catalina, ¿estás en ti? SULTANA: No, señor, yo lo confieso: que con la grande alegría de la suma cortesía que has con nosotros usado, tengo el sentido turbado. TURCO: Levanta, señora mía, que a ti no te comprehende la merced que quise hacer; .................. [-ende] y, si la queréis saber, a los esclavos se extiende, y no a ti, que eres señora de mi alma, a quien adora como si fueses su Alá. ZELINDA: ¡Cerróseme el cielo ya! ¡Llegó de mi fin la hora! No sé, Clara, qué temores de nuevo me pronostican el fin de nuestros amores, y que ha de ser significan nuevo ejemplo de amadores. Creí que la libertad que la liberalidad del Gran Señor prometía, a nosotros se extendía, mas no ha salido verdad. ZAIDA: Calla, y mira que no des indicio de la sospecha, que me contarás después. CADÍ: ¿De la merced tan bien hecha no han de gozar estos tres? TURCO: Los dos, sí; pero éste no, que es aquél que se ofreció de mostrar al elefante a hablar turquesco elegante. MADRIGAL: ¡Cuerpo de quien me parió! ¿Ahí llegamos ahora? TURCO: Enséñele, y llegará de su libertad la hora. MADRIGAL: Hora menguada será, si Andrea no la mejora. Pondré pies en polvorosa; tomaré de Villadiego las calzas. CADÍ: Es tan hermosa Catalina, que no niego ser su suerte venturosa. Pero, entre estos regocijos, atiende, hijo, a hacer hijos, y en más de una tierra siembra. TURCO: Catalina es bella hembra. CADÍ: Y tus deseos prolijos. TURCO: ¿Cómo prolijos, si están a sólo un objeto atentos? CADÍ: Los sucesos lo dirán. TURCO: Con todo, tus documentos por mí en obra se pondrán.
Escucha aparte, MAMÍ
MADRIGAL: Y escuche, señor Cadí, cosas que le importan mucho. .....................[ -í] CADÍ: Ya, Madrigal, os escucho. MADRIGAL: Pues ya hablo, y digo ansí: que me vengan luego a ver treinta escudos, que han de ser para comprar al instante un papagayo elegante que un indio trae a vender. De las Indias del Poniente, el pájaro sin segundo viene a enseñar suficiente a la ignorante del mundo sabia y rica y pobre gente. Lo que dice te diré, pues ya sabes que lo sé por ciencia divina y alta. CADÍ: Ve por ellos, que sin falta en mi casa los daré. TURCO: Mamí, mira que sea luego, porque he de volver al punto. Venid, yesca de mi fuego, divino y propio trasunto de la madre del dios ciego. Venid vosotros, gozad de la alegre libertad que he concedido a los dos. MÚSICO 2: ¡Concédate el alto Dios siglos de felicidad! MADRIGAL: Dicípulo, ¿dónde hallaste una paga tan perdida del gran bien que en mí cobraste? Que si me diste la vida, la libertad me quitaste. Desto infiero, juzgo y siento que no hay bien sin su descuento, ni mal que algún bien no espere, si no es el mal del que muere y va al eterno tormento.
Vanse todos, si no es MAMÍ y RUSTÁN, que quedan
MAMÍ: ¿Qué piensas que me quería el Gran Sultán? RUSTÁN: No sé cierto; pero saberlo querría. MAMÍ: él tiene, y en ello acierto, voluble la fantasía. Quiere renovar su fuego y volver al dulce fuego de sus pasados placeres; quiere ver a sus mujeres, y no tarde, sino luego. Cuadróle mucho el consejo del gran Cadí, que le dijo, como astuto, sabio y viejo: "Hijo, hasta hacer un hijo que sembréis os aconsejo en una y en otra tierra: que si ésta no, aquélla encierra alegre fertilidad." RUSTÁN: Fundado en esa verdad, Amurates poco yerra. Poco agravia a la Sultana, pues por tener heredero cualquier agravio se allana. MADRIGAL: Y aun es mejor, considero, no haberle en una cristiana de cuantas cautivas tiene. ¿Quién es ésta que aquí viene? RUSTÁN: Dos son. MAMÍ: Estas dos serán las que principio darán al alarde. RUSTÁN: Así conviene, que son en extremo bellas.
[Salen] Clara y Lamberto; y, como se ha dicho, son ZAIDA y ZELINDA
ZELINDA: No puedo de mis querellas darte cuenta, que aún aquí se están Rustán y Mamí. ZAIDA: Pon silencio, amigo, en ellas.

MAMÍ: Cada cual de vosotras pida al cielo que la suerte le sea favorable en que Sultán la mire y le contente. ZELINDA: ¿Pues cómo? ¿El Gran Señor vuelve a su usanza? RUSTÁN: Y en este punto se ha de hacer alarde de todas sus cautivas. ZAIDA: ¿Cómo es esto? ¿Tan presto se le fue de la memoria la singular belleza que adoraba? El suyo no es amor, sino apetito. RUSTÁN: Busca dónde hacer un heredero, y sea en quien se fuere; ésta es la causa de mostrarse inconstante en sus amores. MAMÍ: ¿Dónde pondré a Zelinda que la mire? Que t[i]ene parecer de ser fecunda. ¿Será bien al principio? ZELINDA: ¡Ni por pienso! Remate sean de la hermosa lista Zaida y Zelinda. MAMÍ: Sean en buen hora, pues que dello gustáis. RUSTÁN: Mira, Zelinda: da rostro al Gran Señor; muéstrale el vivo varonil resplandor de tus dos soles: quizá te escogerá, y serás dichosa dándole el mayorazgo que desea. Aquí será el remate de la cuenta. Quedaos en tanto que a las otras pongo en numerosa lista. ZAIDA: Yo obedezco. ZELINDA: Y yo que aquí nos pongas te agradezco.

Vanse MAMÍ y RUSTÁN
ZELINDA: ¡Ahora sí que es llegada la infelicísima hora, antes de venir, menguada! ¿Qué habemos de hacer, señora, yo varón y tú preñada? Que si Amurates repara en esa tu hermosa cara, escogeráte, sin duda: y no hay prevención que acuda a desventura tan clara. Y si, por desdicha, fuese tan desdichada mi suerte que el Gran Señor me escogiese... ZAIDA: Veréme en el de mi muerte, si en ese paso te viese. ZELINDA: ¿No será bien afearnos los rostros? ZAIDA: Será obligarnos a dar razón del mal hecho, y será tan sin provecho que ella sea en condenarnos.