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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El trato de Argel / parte 2ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

FÁTIMA:              ¿De qué te recelas? Di.
                 Aurelio Señora, de que no veo
                 ningún camino o rodeo
                 como complacerte a ti.
                     En mi ley no se recibe
                 hacer yo lo que me ordenas;
                 antes, con muy graves penas
                 y amenazas lo prohíbe;
                     y aun si batismo tuvieras,
                 siendo, como eres, casada,
                 fuera cosa harto escusada
                 si tal cosa me pidieras.
                     Por eso yo determino
                 antes morir que hacer
                 lo que pide tu querer,
                 y en esto estaré contino.
ZAHARA:              Aurelio, ¿estás en tu seso?
AURELIO:         Y aun por estar tan en él
                 soy para vos tan crüel.
ZAHARA:          ¡Ay, desdichado suceso!
                     ¿Que es posible que tan poco
                 valgan mis ruegos contigo?
FÁTIMA:          Sin duda que este enemigo
                 es muy cuerdo, o es muy loco.
                     ¡Perro! ¿Tanta fantasía?
                 ¿Pensáis que hablamos de veras?
                 Antes de mal rayo mueras
                 primero que pase el día!
                     ¡Ruin sin razón ni compás,
                 nacido de vil canalla!
                 ¿Pensábades ya triunfalla,
                 perrazo, sin más ni más?
                     Comigo las has de haber,
                 y de modo que te aviso
                 que dirá el que nunca quiso:
                 "¡Más le valiera querer!"
                     No estés, Zahara, descontenta,
                 deja el remedio en mi mano,
                 que a este perro cristiano
                 yo le haré que se arrepienta.
ZAHARA:              No es bien que por mal se lleve.
FÁTIMA:          Ni aun bien llevado por bien.
ZAHARA:          Cese, Aurelio, tu desdén.
FÁTIMA:          Con eso el perro se atreve.
                     Ven, señora, al aposento;
                 que, en esta pena crecida,
                 o yo perderé la vida,
                 o tú ternás tu contento.

Sálense las dos y queda AURELIO solo
AURELIO: ¡Padre del cielo, en cuya fuerte diestra está el gobierno de la tierra y cielo, cuyo poder acá y allá se muestra con amoroso, justo y sancto celo, Si tu luz, si tu mano no me adiestra a salir deste caos, temo y recelo que, como el cuerpo está en prisión esquiva, también el alma ha de quedar cautiva! En Vos, Virgen Santísima María, [entr]e Dios y los hombres medianera, de mi mar incïerto cierta guía, virgen entre las vírgenes primera; en Vos, Virgen y Madre, en Vos confía mi alma, que sin Vos en nadie espera, que la habéis de guiar con vuestra lumbre deste hondo valle a la más alta cumbre. Bien sé que no merezco que se acuerde vuestra eterna memoria de mi daño, porque tengo en el alma fresco y verde el dulce fructo del amor estraño; mas vuestra alta clemencia, que no pierde ocasión de hacer bien, mi mal tamaño remedie, que ya estoy casi perdido, de Scila y de Caribdis combatido. Si el cuerpo esclavo está, está libre el alma, puesto que Silvia tiene parte en ella, y la amorosa trunfadora palma ha de llevar sola mi Silvia della. Ponga Zahara su amor, póngale en calma, que mi firmeza no hay pensar rompella, y aquello que a mi Dios y a Silvia debo, me hace que aun mirarla no me atrevo. ¿Dó estás, Silvia hermosa? ¿Qué destino, qué fuerza insana de implacable hado el curso de aquel próspero camino tan sin causa y razón nos ha cortado? ¡Oh estrella, oh suerte, oh fortuna, oh signo!, si alguno de vosotros ha causado tamaña perdición, desde aquí digo que mil cuentos de veces le maldigo. Yo moriré por lo que al alma toca, antes que hacer lo que mi ama quiere; firme he de estar cual bien fundada roca que en torno el viento, el mar combate y hiere. Que sea mi vida mucha, o que sea poca, importa poco; sólo el que bien muere puede decir que tiene larga vida, y el que mal, una muerte sin medida.
éntrase AURELIO, y salen SAYAVEDRA, soldado ca[u]tivo; LEONARDO, ca[u]tivo, y SEBASTIÁN, muchacho ca[u]tivo, a su tiempo
SAYAVEDRA: En la veloz carrera, apresuradas las horas del ligero tiempo veo, contra mí con el cielo conjuradas. Queda atrás la esperanza, y no el deseo, y así la vida dél, la muerte della, el daño, el mal aunmentan que poseo. ¡Ay dura, inicua, inexorable estrella, cómo de los cabellos me has traído al terrible dolor que me atropella! LEONARDO: El llanto en tales tiempos es perdido, pues si llorando el cielo se ablandara, ya le hubieran mis lágrimas movido. A la triste fortuna alegre cara debe mostrar el pecho generoso: que a cualquier mal, buen ánimo repara. SAYAVEDRA: El cuello enflaquecido al trabajoso yugo de esclavitud amarga puesto, bien ves que a cuerpo y alma es peligroso; y más aquel que tene prosupuesto de dejarse morir antes que pase un punto el modo del vivir honesto. LEONARDO: Si acaso yo tus obras imitase, forzoso me sería que al momento en brazos de la hambre me entregase. Bien sé que en el ca[u]tivo no hay contento; mas no quiero cre[c]er yo mi fatiga, tiniendo en ella siempre el pensamiento. A mi patrona tengo por amiga; trátame cual me ves: huelgo y paseo; "cautivo soy", el que quisiere diga. SAYAVEDRA: Triunfa, Leonardo, y goza ese trofeo; que, si por ser cautivo le hermoseas, yo sé que es torpe, desgraciado y feo. LEONARDO: Amigo Sayavedra, si te ar[r]eas de ser predicador, ésta no es tierra do alcanzarás el fructo que deseas. Déjate deso y escucha de la guerra que el gran Filipo hace nueva cierta, y un poco la pasión de ti destierra. Dicen que una fragata de Biserta llegó esta noche allí con un ca[u]tivo que ha dado vida a mi esperanza muerta. Quitóle libertad el hado esquivo, de Málaga pasando a Barcelona; ca[u]tivóle Mamí, cosario esquivo. En su manera muestra ser persona de calidad, y que es ejercitado en el duro ejercicio de Belona. Dice el número cierto que ha pasado de soldados a España forasteros, sin los tres tercios nuestros que han bajado; los príncipes, señores, caballeros, que a servir a Filipo van de gana; los naturales y los estranjeros, y la muestra hermosísima lozana que en Badajoz hacer el rey pretende de la pujanza de la Unión Cristiana. Dice con esto que ninguno entiende el disinio del rey, y el hablar desto, al grande y al pequeño se defiende. SAYAVEDRA: Rompeos ya, cielos, y llovednos presto el librador de nuestra amarga guerra si ya en el suelo no le tenéis puesto. Cuando llegué ca[u]tivo y vi esta tierra tan nombrada en el mundo, que en su seno tantos piratas cubre, acoge y cierra, no pude al llanto detener el freno, que, a pesar mío, sin saber lo que era, me vi el marchito rostro de agua lleno. Ofrecióse a mis ojos la ribera y el monte donde el grande Carlo tuvo levantada en el aire su bandera, y el mar que tanto esfuerzo no sostuvo, pues, movido de envidia de su gloria, airado entonces más que nunca estuvo. Estas cosas volviendo en mi memoria, las lágrimas trujeran a los ojos, forzados de desgracia tan notoria. Pero si el alto Cielo en darme enojos no está con mi ventura conjurado, y aquí no lleva muerte mis despojos, cuando me vea en más seguro estado, o si la suerte o si el favor me ayuda a verme ante Filipo ar[r]odillado, mi lengua balbuciente y casi muda pienso mover en la real presencia, de adulación y de mentir desnuda, diciendo: "Alto señor, cuya potencia sujetas trae las bárbaras naciones al desabrido yugo de obediencia: a quien los negros indios con sus dones reconocen honesto vasallaje, trayendo el oro acá de sus rincones; despierte en tu real pecho coraje la desvergüenza con que una bicoca aspira de contino a hacerte ultraje. Su gente es mucha, mas su fuerza es poca, desnuda, mal armada, que no tiene en su defensa fuerte muro o roca. Cada uno mira si tu Armada viene, para dar a los pies el cargo y cura de conservar la vida que sostiene. De la esquiva prisión, amarga y dura, adonde mueren quince mil cristianos, tienes la llave de su cerradura. Todos, cual yo, de allá, puestas las manos, las rodillas por tierra, sollozando, cerrados de tormentos inhumanos, poderoso señor, te están rogando vuelvas los ojos de misericordia a los suyos, que están siempre llorando; y, pues te deja agora la discordia que tanto te ha oprimido y fatigado, y Amor en darte sigue la concordia, haz, ¡oh buen rey!, que sea por ti acabado lo que con tanta audacia y valor tanto fue por tu amado padre comenzado. El sólo ver que vas pondrá un espan[to] en la bárbara gente, que adivino ya desde aquí su pérdida y quebranto". ¿Quién duda que el real pecho begnino no se muestre, oyendo la tristeza donde están estos míseros contino? Mas, ¡ay, cómo se muestra la bajeza de mi tan rudo ingenio, pues pretende hablar tan bajo ante tan alta alteza! Mas la ocasión es tal, que me defiende. Pero a todo silencio poner quiero, que creo que mi plática te ofende, y al trabajo he de ir adonde muero.
Aquí [sale] SEBASTIÁN, muchacho, en hábito de esclavo
SEBASTIÁN: ¿Hase visto tal maldad? ¿Hay tierra tan sin concordia, do falta misericordia y sobra la crueldad? ¿Dónde se halla[rá] disculpa de maldad tan insolente: que pague el que es inocente por el que tiene la culpa? ¡Oh cielos! ¿Qué es lo que he visto? ¡éste sí que es pueblo injusto, donde se tiene por gusto matar los siervos de Cristo! ¡Oh España, patria querida!, mira cuál es nuestra suerte, que si allá das justa muerte, quitas acá justa vida. LEONARDO: Sebastián, dinos qué tienes, que hablas razones tales. SEBASTIÁN: Una infinidad de males y una penuria de bienes. LEONARDO: En ser, como eres, esclavo se encierra todo dolor. SEBASTIÁN: Otra pena muy mayor me tiene a mí tan al cabo.