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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El trato de Argel / parte 5ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

[MERCADER] 2:          Alto, venidos tras mí.
[FRANCISCO]:       ¡Amados padres, adiós!
PADRE:             ¡El mesmo vaya con vos!
MADRE:             ¡Francisco!
[MERCADER] 2:                    No, no: Mamí.
[FRANCISCO]:           Eso no, señor patrón:
                   Francisco me has de llamar.
[MERCADER] 2:      El palo os hará trocar
                   el nombre y aun la intención.
[FRANCISCO]:           Pues me aparta el hado insano
                   de vos, señor, ¿qué mandáis?
PADRE:             Sólo, hijo, que viváis
                   como bueno y fiel cristiano.
MADRE:                 Hijo, no las amenazas,
                   no los gustos y regalos,
                   no los azotes y palos,
                   no los conciertos y trazas,
                       no todo cuanto tesoro
                   cubre el suelo, el cielo visto,
                   te mueva a dejar a Cristo
                   por seguir al pueblo moro.
[FRANCISCO]:           En mí se verá, si puedo,
                   y mi buen Jesús me ayuda,
                   cómo en mi alma no muda
                   la fe, la promesa o miedo.
PREGONERO:             ¡Oh, qué cristiano se muestra
                   el rapaz! Pues ¡yo os prometo
                   que alcéis con sancto aprïeto
                   la flecha y la mano diestra!
                       Estos rapaces cristianos,
                   al principio muchos lloros,
                   y luego se hacen moros
                   mejor que los más ancianos.

[Va]nse, y [salen] YZUF y SILVIA

YZUF:                  Dejad, Silvia, el llanto agora;
                   poned tregua al ansia brava,
                   que no os compré para esclava,
                   sino para ser señora.
                       Mirad que imagino y creo
                   que vuestra gran desventura,
                   para daros más ventura
                   ha traído este rodeo.
                       Con vos Fortuna en su ley
                   no usa de nuevas leyes:
                   que esclavos se han  visto reyes,
                   aunque vos sois más que rey.
                       Limpiad los húmedos ojos,
                   que sujectan cuanto miran,
                   y, al tiempo que se retiran,
                   llevan de almas los despojos;
                       y no cubra el blanco velo
                   esa divina hermosura,
                   que es como la nieve pura,
                   que impide la luz del cielo.
SILVIA:                Esme ya tan natural,
                   señor, el llanto y tormento,
                   que, si me deja un momento,
                   lo tengo por mayor mal;
                       y, aunque así estoy, estaré
                   alegre al obedeceros,
                   pues distes tantos dineros
                   por mí sin saber por qué;
                       que, si acaso lo habéis hecho
                   pensando sacar de mí
                   gran rescate, desde aquí
                   se apoca vuestro provecho;
                       porque os prometo, señor,
                   que de miseria y pobreza
                   tengo cuanto de riqueza,
                   si la riqueza es dolor;
                       y de dolor soy tan rica,
                   cuanto, por darme pasión,
                   este caudal la ocasión
                   por puntos le multiplica.
YZUF:                  Silvia, vives engañada:
                   que yo no quiero de ti
                   sino que quieras de mí
                   ser servida y respectada;
                       que el provecho que yo espero,
                   Silvia, de haberte comprado,
                   es ver tu rostro estremado
                   y no doblar el dinero;
                       que el Amor, que se mejora
                   en mostrar su fuerza brava,
                   me ha hecho esclavo de mi esclava,
                   esclava que es mi señora;
                       y quedo tan satisfecho
                   de perder la libertad,
                   que alabo la crueldad
                   deste crudo y nuevo hecho.
                       Y, porque lo que aquí digo
                   lo entiendas, Silvia, mejor,
                   nunca me llames señor,
                   sino siervo o caro amigo.
SILVIA:                Aunque tamaña mudanza
                   hace fortuna en mi estado,
                   no creo se me ha olvidado
                   el término de crianza.
                       Bien sé cómo he de llamarte,
                   y sé que es de obligación
                   que en lo que fuera razón
                   procure de contentarte.
YZUF:                  Tu habla tan comedida,
                   tu donaire, gracia y ser,
                   claro me dan a entender
                   que eres, Silvia, bien nacida;
                       y, aunque pudiera esperar
                   de ti un rescate crecido,
                   a tal término he venido,
                   que tú me has de rescatar.
                       Mas, en tanto que a la clara
                   veas cuanto hago por ti,
                   ven, Silvia, vente tras mí:
                   verás a tu ama Zahara.
SILVIA:                Vamos, señor, en buen hora.
YZUF:              Silvia, no tanto "señor",
                   pues mi ventura y amor
                   os ha hecho a vos mi señora.

Sale ZAHARA

ZAHARA:                Seáis, Yzuf, bien llegado.
                   ¿Cúya es la esclava rumía?
SILVIA:            Vuestra soy, señora mía.
YZUF:              Verdad es: yo la he comprado.
ZAHARA:                Por cierto, la compra es bella
                   si cual hermosa es honesta.
                   Decid, señor, ¿cuánto os cuesta?
YZUF:              Dado he mil doblas por ella.
ZAHARA:                ¿Espera ser rescatada?
YZUF:              De muy rica tiene fama.
ZAHARA:            ¿Su nombre?
YZUF:                            Silvia se llama.
ZAHARA:            ¿Es doncella o es casada?
SILVIA:                Casada soy y doncella.
ZAHARA:            ¿Cómo es eso, Silvia? Di.
SILVIA:            Señora, ello es ansí,
                   que ansí lo quiso mi estrella.
                       El cielo me dio marido,
                   no para que le gozase,
                   sino para que quedase
                   yo perdida y él perdido.

Aquí [sale] un MORO diciendo

MORO:                  Yzuf, a llamarte envía
                   apriesa el rey nuestro, Azán.
YZUF:              ¿Dónde está agora?
MORO:                                  En Duán,
                   metido en grande agonía.
                       Amet, jenízar agá,
                   y los bolucos bajíes,
                   y también los debajíes
                   y oldajes están allá.
                       Hanse juntado a consejo
                   sobre que es averiguado
                   que el rey de España ha juntado
                   de guerra grande aparejo.
                       Dicen que va a Portugal,
                   mas témese no sea maña;
                   y es bien que tema su saña
                   Argel, que le hace más mal.
                       En la guerra hay mil ensayos
                   de fraude y de astucia llenos:
                   acullá suenan los truenos
                   y acá disparan los rayos.
YZUF:                  Vamos: quel cielo, que toma
                   por suya nuestra defensa,
                   a España hará, con su ofensa,
                   sujecta y sierva a Mahoma.
                       Y vos, señora, ordenad
                   a Silvia lo que ha de hacer;
                   y vos, Silvia, a su querer
                   sujetad la voluntad.

Vanse los dos, y quedan SILVIA y ZAHARA solas

ZAHARA:                Cristiana, di: ¿de adónde eres?
                   ¿Eres pobre, o eres rica?
                   ¿De suerte ensalzada, o chica?
                   No me lo niegues, si quieres,
                       porque soy, cual tú, mujer,
                   y no de entrañas tan duras
                   que tus tristes desventuras
                   no me hayan de enternecer.
SILVIA:                Señora, soy de Granada,
                   y de suerte ansí abatida,
                   cual lo muestra el ser vendida
                   a cada paso y comprada.
                       Dicen que fui rica un tiempo,
                   pero toda mi riqueza
                   se ha vuelto en mayor pobreza
                   y ha pasado con el tiempo.
ZAHARA:                ¿Has algún tiempo tenido
                   enamorado deseo?
SILVIA:            Al estado en que me veo,
                   el crudo Amor me ha traído.
ZAHARA:                ¿Fuiste acaso bien querida?
SILVIA:            Fuilo; y quise con ventaja
                   tal, que ap[e]na[s la m]ortaja
                   borrará fe t[an su]bida.
ZAHARA:                ¿Fuiste querida primero,
                   o empezó el amor de ti?
SILVIA:            Primero querida fui
                   del que quise, querré y quiero.
ZAHARA:                ¿Es mozo?
SILVIA:                          Y aun gentilhombre.
ZAHARA:            ¿Es cristiano?
SILVIA:                            Pues ¡qué!, ¿moro?
                   ¡No sale de su decoro
                   quien ha de cristiano el nombre!
ZAHARA:                ¿Y es pecado querer bien
                   a un moro?
SILVIA:                       Yo no sé nada;
                   sé que es cosa reprobada,
                   y a cristianas no está bien.
ZAHARA:                ¿Y querer mora a cristiano?
SILVIA:            Eso tú mejor lo entiendes.
ZAHARA:            ¡Ay, Silvia, cómo me ofendes
                   y me lastimas temprano!
SILVIA:                ¿Yo, mi señora? ¿En qué suerte?
ZAHARA:            Escucha y te lo diré;
                   que, en oyéndome, bien sé
                   que vendrás de mí a dolerte.

Has de saber, ¡oh Silvia!, que estos días partieron deste puerto con buen tiempo doce bajeles, de cosarios todos, y con próspero viento caminaron la vuelta de las islas de Cerdeña; y allí, en las calas, vueltas y revueltas, y puntas que la mar hace y la tierra, se fueron a esconder, estando alerta si algún bajel de Génova o de España, o de otra nación, con que no fuese francesa, por el mar se descubría. En esto, un bravo viento se levanta, que maestral se llama, cuya furia dicen los marineros que es tan fuert[e], que las tupidas velas y las jarcias del más recio navío y más armado no pueden resistirla, y es forzoso acudir al abrigo más cercano, si su rigor acaso lo concede. Las levanta[da]s ondas, el rüido del atrevido viento detenía los cosarios bajeles en las calas, sin dejarles salir al mar abierto; y en otra parte, con furor insano, mostrando su braveza fatigaba una galera de cristiana gente y de riquezas llena, que, corriendo por el hinchado mar sin remo alguno, venía a su albedrío, temerosa de ser sorbida de las bravas ondas; pero después, a cabo de tres días, del recio mar y viento contrast[a]d[a], descubrió tierra, y fue el descubrimiento de su mayor dolor y desventura, porque a la misma isla de San Pedro vino a parar, adonde recogido[s] estaban los bajeles enemigos, los cuales, de la presa cudiciosos, salen, y de furor bélico armados, la galera acometen destrozada y de solos deseos defendida. Una pelota pasa en el momento al capitán el pecho, y a su lado del lusitano fuerte, muerto cae un caballero ilustre valenciano. El robo, las riquezas, los ca[u]tivos que los turcos hallaron en el seno de la triste galera me ha contado un cristiano que allí perdió la dulce y amada libertad, para quitarla a quien quiere rendirse a su rendido. Este cristiano, Silvia, este cristiano; este cristiano es, Silvia, quien me tiene fuera del ser que a moras es debido, fuera de mi contento y alegría, fuera de todo gusto, y estoy fuera, que es lo peor, de todo mi sentido. Compróle mi marido, y está en casa; y, puesto que con lágrimas y ruegos, con sospiros, ternezas y con dádivas, procuro de ablandar su duro pecho, al mío, que contino es blanda cera, el suyo se me muestra de diamante; ansí que, Silvia, hermana, como has dicho que al cristiano no es lícito dé gusto en cosas del amor a mora alguna, tus razones me tienen ofendida, y con aquesas mesmas se defiende Aurelio, a quien ha hecho tan cristiano el cielo para darme a mí la muerte. SILVIA: ¿Aurelio dices que por nombre tiene, señora, ese cristiano? ZAHARA: Ansí se llama. [SILVIA]: La galera que dices, según creo, se llamaba San Pablo, y era nueva y de la sacra religión de Malta. Yo en ella me perdí, y aun [ima]gino que conozco a ese Aurelio, y es un mozo de rostro hermoso y de nación hispan[a].