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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / El trato de Argel / parte 10ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

SAYAVEDRA:       ¿Quieres ver si lo niegas? Está atento.
                 Fíngete ya vestido a la turquesca,
                 y que vas por la calle y que yo llego
                 delante de otros turcos y te digo:
                 "Sea loado Cristo, amigo Pedro.
                 ¿No sabéis cómo el martes es vigilia
                 y que manda la Iglesia que ayunemos?"
                 A esto, dime: ¿qué responderías?
                 Sin duda que me dieses mil puñadas,
                 y dijeses que a Cristo no conoces,
                 ni tienes con su Iglesia cuenta alguna,
                 porque eres muy buen moro, y que te llamas,
                 no Pedro, sino Aydar o Mahometo.
PEDRO:           Eso haríalo yo, mas no con saña,
                 sino porque los turcos que lo oyesen
                 pensasen que, pues dello me pesaba,
                 que era perfecto moro y no cristiano;
                 pero acá, en mi intención, cristiano siempre.
SAYAVEDRA:       ¿No sabes tú que el mismo Cristo dice:
                 "Aquel que me negare ante los hombres,
                 de Mí será negado ante mi Padre;
                 y el que ante ellos a Mí me confesare,
                 será de Mí ayudado ante el Eterno
                 Padre mío?" ¿Es prueba ésta bastante
                 que te convenza y desengañe, amigo,
                 del engaño en que estás en ser cristiano
                 con sólo el corazón, como tú dices?
                 ¿Y no sabes también que aquel arrimo
                 con que el cristiano se levanta al cielo
                 es la cruz y pasión de Jesucristo,
                 en cuya muerte nuestra vida vive,
                 y que el remedio, para que aproveche
                 a nuestras almas el tesoro inmenso
                 de su vertida sangre por bien nuestro,
                 depositado está en la penitencia,
                 la cual tiene tres partes esenciales,
                 que la hacen perfecta y acabada:
                 contrición de corazón la una,
                 confesión de la boca la segunda,
                 satisfación de obras la tercera?
                 Y aquel que contrición dice que tiene,
                 como algunos cristianos renegados,
                 y con la boca y con las obras niegan
                 a Cristo y a sus sanctos, no la llames
                 aquella contrición, sino un deseo
                 de salir del pecado; y es tan flojo,
                 que respectos humanos le detienen
                 de ejecutar lo que razón le dice;
                 y así, con esta sombra y aparencia
                 deste vano deseo, se les pasa
                 un año y otro, y llega al fin la muerte
                 a ponerle en perpetua servidumbre
                 por aquel mismo modo que él pensaba
                 alcanzar libertad en esta vida.
                 ¡Oh cuántas cosas puras, excelentes,
                 verdaderas, sin réplica, sencillas,
                 te pudiera decir que hacen al caso,
                 para poder borrar de tu sentido
                 esta falsa opinión que en él se imprim[e]!
                 Mas el tiempo y lugar no lo permite.
PEDRO:           Bastan las que me has dicho, amigo; bastan,
                 y bastarán de modo que te juro,
                 por todo lo que es lícito jurarse,
                 de seguir tu consejo y no apartarm[e]
                 del santísimo gremio de la Iglesia,
                 aunque en la dura esclavitud amarga
                 acabe mis amargos tristes días.
SAYAVEDRA:       Si a ese parecer llegas las obras,
                 el día llegará, sabroso y dulce,
                 do tengas libertad; que el cielo sabe
                 darnos gusto y placer por cien mil vías
                 ocultas al humano entendimiento;
                 y así, no es bien ponerse en contingencia
                 que por sola una senda y un camino
                 tan áspero, tan malo y trabajoso
                 nos venga el bien de muchos procurado,
                 y hasta aquí conseguido de muy pocos.
PEDRO:           ¡Mis obras te darán señales ciertas
                 de mi ar[r]epentimiento y mi mudanza!
SAYAVEDRA:       ¡El cielo te dé fuerzas y te quite
                 las ocasiones malas que te incitan
                 a tener tan malvado y ruin propósito!
PEDRO:           El mesmo a ti te ayude, cual merece
                 la sana voluntad con que me enseñas.
                 Adïós, que es tarde.
SAYAVEDRA:                              ¡Adiós, amigo!

Sale el REY con cuatro TURCOS

REY:                 De ira y de dolor hablar no puedo;
                 y es la ocasión de mi pesar insano
                 el ver que don Antonio de Toledo
                 ansí se me ha escapado de la mano.
                 Los arraces, sus amos, con el miedo
                 que yo no les tomase su cristiano,
                 a Tetuán con priesa le enviaron,
                 y en cinco mil ducados le tallaron.
                     ¿Un tan ilustre y rico caballero
                 por tan vil precio distes, vil canalla?
                 ¿Tanto os acudiciastes al dinero,
                 tan grande os pareció que era la talla
                 que le añedistes otro compañero,
                 el cual solo pudiera bien pagalla?
                 ¿Francisco de Valencia no podía
                 pagar solo por sí mayor cuantía?
                     En fin, favorecióles la ventura,
                 que pudo más que no mi diligencia;
                 que ésta es la que concierta y asegura
                 lo que no puede hacer humana ciencia.
                 Conocieron el tiempo y coyuntura,
                 y huyeron de no verse en mi presencia:
                 que si yo a don Antonio aquí hallara,
                 cincuenta mil ducados me pagara.
                     Es hermano de un conde y es sobrino
                 de una principalísima duquesa,
                 y en perderse, perdió en este camino
                 ser coronel en una ilustre empresa.
                 Airado el cielo se mostró y begnino
                 en hacerle cautivo y darse priesa
                 a darle libertad por tal rodeo,
                 que no pudo pedir más el deseo.
                     Pero, pues ya no puede remediarse,
                 el tratar más en ello es escusado.
                 Mirad si viene alguno a querellarse.
[TURCO]:         Señor, aquí está Yzuf, el renegado.
REY:             Entre con intención de aparejarse
                 a obedecer en todo mi mandado;
                 si no, a fe que le trate en mi presencia
                 cual merece su necia inobidencia.

[Sale] YZUF

                     ¿Dónde están tus cristianos?
YZUF:                                            Allí fuera.
[REY]:           ¿Cuánto diste por ellos?
YZUF:                                     Mil ducados.
[REY]:           Yo los daré por ellos.
YZUF:                                   No se espera,
                 de tu bondad agravios tan sobrados.
[REY]:           ¿En esto me replicas?
YZUF:                                   Da siquiera
                 algún alivio en parte a mis cuidados.
                 Al esclavo te doy, rey, sin dinero,
                 y déjame la esclava, por quien muero.
REY:                 ¿Tal osaste decir, oh moro infame?
                 Llevalde abajo, y dalde tanto palo,
                 hasta que con su sangre se derrame
                 el deseo que tiene torpe y malo.
YZUF:            Dame, señor, mi esclava, y luego dame
                 la muerte en fuego, a hierro, a gancho, en p[alo].
REY:             ¡Quitádmelo delante! ¡Acabad presto!
YZUF:            ¿Por pedirte mi hacienda soy molesto?

Sacan fuera a YZUF a empujones, y entran luego dos
alárabes con el
cristiano que se huyó, que asieron en el campo, y estos dos moros dicen
al
RE[Y]: "Alicun [g]alema [g]ultam adareimi gu[a]naran [g]al
[g]ul"

REY:                 ¿Adónde ibas, cristiano?

[ESCLAVO 1]:                               Procuraba
                 llegarme a Orán, si el cielo lo quisiera.
REY:             ¿Adónde cautivaste?
[ESCLAVO 1]:                          En la almadraba.
REY:             ¿Tu amo?
[ESCLAVO 1]:               Ya murió; que no debiera,
                 pues me dejó en poder de una tan brava
                 mujer, que no la iguala alguna fiera.
REY:             ¿Español eres?
[ESCLAVO 1]:                       En Málaga nacido.
REY:             Bien lo mu[e]stras en ser ansí atrevido.
                     ¡Oh yuraja caur! Dalde seiscientos
                 palos en las espaldas muy bien dados,
                 y luego le daréis otros quinientos
                 en la barriga y en los pies cansados.
[ESCLAVO 1]:     ¿Tan sin razón ni ley tantos tormentos
                 tienes para el que huye aparejados?
REY:             ¡Cito cifuti breguedi! ¡Atalde,
                 abrilde, desollalde y aun matalde!

&áacute;tanle con cuatro cordeles de pies y de manos, y
tiran cada uno de
su parte, y dos le están dando; y, de cuando en cuando, el cristiano,
[ESCLAVO 1] se encomienda a Nuestra Señora, y el REY se enoja y dice en
turquesco, con cólera: "L[a]guedi denicara, bacinaf; ¡a la testa, a
la
tes[ta]!", y está diciendo, mientras le están
dando


                     ¡No sé qué raza es ésta destos
perros
                 cautivos españoles! ¿Quién se huye?
                 ¡Español! ¿Quién no cura de los
hierro[s]?
                 ¡Español! ¿Quién hurtando nos
destr[uye]?
                 ¡Español! ¿Quién comete otros mil
hierros?
                 ¡Español!, que en su pecho el cielo influye
                 un ánimo indomable, acelerado,
                 al bien y al mal contino aparejado.
                     Una virtud en ellos he notado:
                 que guardan su palabra sin reveses,
                 y en esta mi opinión me han confirmado
                 dos caballeros Sosas portugueses.
                 Don Francisco también la ha sigurado,
                 que tiene el sobrenombre de Meneses,
                 los cuales sobre su palabra han sido
                 enviados a España, y la han cumplido.
                     Don Fernando de Ormaza también fuese
                 sobre su fe y palabra, y ansí ha hecho,
                 un mes antes que el término cumpliese,
                 la paga, con que bien me ha satisfecho.
                 De darles libertad, un interese
                 se sigue tal, que dobla mi provecho:
                 que, como van sobre su fe prendados,
                 les pido los rescates tresdoblados.
                     Y éste dalde a su amo, y llamad luego
                 un cristiano de Yzuf, que está allí fuera,
                 que quiero que granjee su sosiego
                 por ver si mi opinión es verdadera.
                 De pérdida y ganancia es este juego.
[TURCO]          Señor, del bien hacer siempre se espera
                 galardón, y si falta d[e]ste suelo,
                 la paga se dilata para el cielo.

[Sale] AURELIO y dícele el REY

[REY]:               Ya sé quién eres, cristiano;
                 tu virtud, valor y suerte,
                 y sé que presto has de verte
                 en el patrio suelo hispano.
                     Esta Silvia, ¿es tu mujer?
AURELIO:         Sí, señor.
REY:                         Y ¿adónde ibas
                 cuando en las ondas esquivas
                 perdiste todo el placer?
[AURELIO]:           Yo se lo diré, [s]eñor,
                 en verdad[era]s razones.
                 De otro rey y otras prisiones
                 fui yo esclavo, que es Amor.
                     Desta Silvia enamorado
                 [and]uve un tiempo en mi t[i]er[r]a,
                 y la fuerza desta guerra
                 me ha traído en este estado.
                     A su padre la pedí
                 muchas veces por mujer,
                 pero nunca a mi querer
                 sólo un punto le rendí;
                     y, viendo que no podía
                 por aquel modo alcanzalla,
                 determiné de roballa,
                 que era la más fácil vía.
                     Cumplí en esto mi deseo,
                 y, pensando ir a Milán,
                 trújome el hado al afán
                 y esclavitud do me veo.
REY:                 No pierdas la confïanza
                 en esta vida importuna,
                 pues sabes que de Fortuna
                 la condición es mudanza.
                     Yo te daré libertad
                 a ti y a Silvia al momento,
                 si tienes conocimiento
                 de pagar tal voluntad.
                     Mil ducados he de dar
                 por los dos, y sólo quiero
                 que me deis dos mil; empero,
                 habéismelo de jurar,
                     y así, sobre vuestra fe,
                 os partiréis luego a España.
AURELIO:         Señor, a merced tamaña,
                 ¿qué gracias te rendiré?
                     Yo prometo de enviallos
                 dentro de un mes, sin mentir,
                 aunque los sepa pedir
                 por Dios, y si no, hurtallos.
REY:                 Pues, luego os aparejad,
                 y en la primera saetía
                 tomad de España la vía,
                 que a los dos doy libertad.
AURELIO:             El suelo y cielo te trate
                 cual merece tu bondad,
                 y tomá mi voluntad
                 por prenda deste rescate;
                     que yo perderé la vida
                 o cumpliré mi palabra:
                 que este bien ya escarba y labra
                 en mi sangre bien nacida.
[TURCO]:             Señor, un navío viene.
REY:             ¿De qué parte?
[TURCO]:                           De Ocidente.
REY:             Mejor es que no de Oriente.
                 ¿Es de gavia?
[TURCO]:                        Gavia tiene.
REY:                 Debe ser de mercancía.
[TURCO]:         Podría ser, aunque se suena
                 que la mercancía es buena
                 si es limosna.
REY:                               Sí sería.
                     Vamos. Tú, Aurelio, procura
                 tu partida, y ten cuidado
                 de aquello que me has jurado.
AURELIO:         Crezca el cielo tu ventura.

[Vase] el REY y queda AURELIO

                     ¡Gracias te doy, eterno Rey del cielo,
                 que tan sin merecerlo has permitido
                 que, por la mano de qu[i]e[n] más temía,
                 tanto bien, tanta gloria me viniese!

[Sale] FRANCISCO y dice

[FRANCISCO]:     ¡Albricias, caro Aurelio!, que es llegado
                 un navío de España, y todos dicen
                 que es de limosna cierto, y que en él viene
                 un fraile trinitario cristianísimo,
                 amigo de hacer bien, y conocido,
                 porque ha estado otra vez en esta tierra
                 rescatando cristianos, y da ejemplo
                 de mucha cristiandad y gran prudencia.
                 Su nombre es fray Juan Gil.
AURELIO:                                     Mira no sea,
                 fray Jorge de Olivar, que es de la Orden
                 de la Merced, que aquí también ha estado,
                 de no menos bondad y humano pecho;
                 tanto, que ya después que hubo espendido
                 bien veinte mil ducados que traía,
                 [e]n otros siete mil quedó empeñado.
                 ¡Oh caridad extraña! ¡Oh sancto pecho!

Entran tres ESCLAVOS, asidos en sus cadenas

[ESCLAVO 1]:         ¡Qué buen día, compañeros!
                 La limosna está en el puerto.
                 Mi remedio tengo cierto,
                 porque aquí me traen dineros.
[ESCLAVO 2]:         No tengo bien, ni le espero,
                 ni siento en mi tierra quien
                 me pueda hacer algún bien.
[ESCLAVO 3]:     Pues yo no me desespero
[FRANCISCO]:         Dios nos ha de remediar,
                 hermanos: mostrad buen pecho,
                 que el Señor que nos ha hecho,
                 no nos tiene de olvidar.
                     Roguémosle, como a Padre,
                 nos vuelva a nuestra mejora,
                 pues es nuestra intercesora
                 su Madre, que es nuestra Madre;
                     porque, con tan sancto medio,
                 nuestro bien está seguro:
                 que ella es nuestra fuerza y muro,
                 nuestra luz, nuestro remedio.

Echan todos las cadenas al suelo y híncanse de rodillas, y
dice el
uno

[ESCLAVO 1]:         ¡Vuelve, Virgen Santísima María,
                 tus ojos que dan luz y gloria al cielo,
                 a los tristes que lloran noche y día
                 y riegan con sus lágrimas el suelo!
                 Socórrenos, bendita Virgen pía,
                 antes que este mortal corpóreo velo
                 quede sin alma en esta tierra dura
                 y carezca de usada sepultura.
                     Otro Reina de las alturas celestiales,
                 Madre y Madre de Dios, Virgen y Madre,
                 espanto de las furias infernales,
                 Madre y Esposa de tu mismo Padre,
                 remedio universal de nuestros males:
                 si con tu condición es bien que cuadre
                 usar misericordia, úsala agora,
                 y sácame de entre esta gente mora.
                     Otro En Vos, Virgen dulcísima María,
                 entre Dios y los hombres medianera,
                 de nuestro mar incierto cierta guía,
                 Virgen entre las vírgenes primera;
                 en vos, Virgen y Madre; en Vos confía
                 mi alma, que sin Vos en nadie espera,
                 que me habréis de sacar con vuestras manos
                 de dura servidumbre de paganos.
AURELIO:             Si yo, Virgen bendita, he conseguido
                 de tu misericordia un bien tan alto,
                 ¿cuándo podré mostrarme agradecido,
                 tanto que, al fin, no quede corto y falto?
                 Recibe mi deseo, que, subido
                 sobre un cristiano obrar, dará tal salto,
                 que toque ya, olvidado deste suelo,
                 el alto trono del impereo cielo.
                     Y, en tanto que se llega el tiempo y punto
                 de poner en efecto mi deseo,
                 al ilustre auditorio que está junto,
                 en quien tanta bondad discierno y veo,
                 si ha estado mal sacado este trasunto
                 de la vida de Argel y trato feo,
                 pues es bueno el deseo que ha tenido,
                 en nombre del autor, perdón l[es pido].
 

FIN DE LA COMEDIA